Con el inicio del nuevo siglo,  la referencia indiscutible pasó a ser un acontecimiento que sobrepasaba los límites de nuestro país, el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, sin duda uno de esos hechos que marcan la memoria de varias generaciones.

Pero antes de ambos, en la memoria de muchos de nosotros, porque nos sirvió para despertar nuestra conciencia poítica, está otro 11 de septiembre, el que terminó con la vida del presidente chileno Salvador Allende como consecuencia del golpe de estado protagonizado por Augusto Pinochet en 1973. Mucho se ha escrito desde entonces acerca de aquella experiencia de un gobierno de izquierda en Chile, de la capacidad de Allende para sacar adelante el país o de la esperanza que suscitó en todo el mundo el que se formara un gobierno de inspiración marxista por la vía democrática, así como de su proyecto reformista, alejado de tentaciones revolucionarias y por consiguiente de proyectos más o menos utópicos.

Pero Chile ocupó las portadas de periódicos por la manera en que finalizó aquella etapa, por el golpe de estado tan cruento del que poco a poco se fueron conociendo datos. No olvidemos la transmisión radiofónica dada a conocer hace poco con las palabras de Pinochet acerca de la posibilidad de que Allende hubiese salido del país: “Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país… pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”. Y no menos significativas han sido las pruebas acerca del papel jugado por los Estados Unidos. El historiador Josep Fontana, en su libro “Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945”, comenta la entrevista mantenida en 1976 entre Pinochet y Kissinger, donde el primero defendía que él no era sino un continuador de la lucha que contra el comunismo se había iniciado en España en 1936, al tiempo que recordaba su apoyo a la intervención estadounidense en Vietnam, a lo que el segundo le contesta: “En Vietnam nos derrotamos nosotros mismos por nuestras divisiones internas. Hay una campaña mundial de propaganda por obra de los comunistas”. Por otra parte, no hay que olvidar que quien así se expresaba, pocos días después del golpe en Chile reconocía que Allende “era un enemigo de los Estados Unidos y uno se pregunta ¿por qué no hemos de combatirlo?”. Claro que al mismo tiempo que se producía aquella entrevista, la prensa comenzaba a hacerse eco de la desaparición y asesinato de un ciudadano estadounidense, Charles Horman, un caso que fue difundido especialmente porque sirvió de base a una película que tuvo un gran éxito, “Missing”.

Se cumplen 39 años de la muerte de Allende y de la destrucción de su experiencia democrática, y como pide la escritora chilena Alejandra Rojas nuestra posición debe ser asumir aquella parte de la historia pero con una posición muy concreta: “Ni un pasado retocado por la luz amable de la nostalgia, ni una letanía de pretéritos agravios para exculpar [tantos] años de espaldas a la razón”. No obstante, ahora que se vive una situación de crisis tan importante en el mundo capitalista, no deja de sorprender la rapidez con que los gobiernos fuertes y poderosos actúan cuando están en riesgo algunos de sus principios ideológicos y sus intereses económicos, y sin embargo la pereza que parecen sentir cuando se trata de intervenir para que el conjunto de la población no sufra las consecuencias de una etapa de recesión económica, donde lo que están en juego son los intereses generales y no los particulares.

Y por supuesto, cabe mantener aún la esperanza a través de la archiconocida y citada frase del presidente Allende: “Mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.