El precio del veto a Pablo Iglesias era muy alto y Pedro Sánchez ha pagado la primera factura en la votación de este martes. Socialistas y morados negociarán de aquí al jueves el resto del importe, que deberá serle abonado a Podemos en forma de ministros y competencias ministeriales debidamente dotadas de presupuesto.

Le guste o no al Partido Socialista, que no le gusta, esta partida que empezaron ganando ellos acabará ganándola Podemos… o perdiéndola ambos.

Un socio poco fiable

Puede que, como piensan en Ferraz, Unidas Podemos no sea un socio fiable para dirigir el Estado, pero es el único socio. Y además es un socio quiere cobrar su libra de carne por hacer presidente al hombre que ha humillado a su líder: o se la pagan o no hay investidura.

El problema es que las negociaciones se han conducido tan equivocadamente que, aunque haya acuerdo el próximo jueves, la relación entre ambos partidos puede que haya quedado tocada para toda la legislatura.

El lastre de la desconfianza es tan pesado que difícilmente la nave gubernamental soportará una travesía de cuatro años.

La matraca del relato

Salvo los más militantes de una y otra orilla de la izquierda, entre el común de los votantes de Unidas Podemos y del PSOE no hay que buscar mucho para dar con los que se sentirían estafados si no hubiera acuerdo y fuera necesario repetir elecciones. Puede que, pasados unos meses, decidieran no abstenerse, pero lo que ahora mismo les pide el cuerpo si los llaman a las urnas es quedarse en casa.

Los cerebrines de uno y otro partido especulan con la matraca del relato, según la cual se trataría de contar lo sucedido de forma tan hábil que la gente creyera que la culpa era solo del otro y, en consecuencia, no lo votara.

Vano intento en realidad, pues a estas alturas solo los más convencidos de uno y otro bando le echan la culpa unilateralmente al contrario. Fiarlo todo al relato es no haber comprendido que el resentimiento y la desolación que atenazan a muchos votantes hoy se materializaría fácilmente en abstención mañana.

Un género escaso

El género que en las últimas semanas Pedro Sánchez ha buscado con ahínco en el gran zoco de la política española no existe. Nunca ha existido. Es un artículo que vale su peso en oro, pero que solo aparece en el mercado cuando el vendedor es tonto. Tiene diversos nombres: sorber y soplar, querer teta y sopa, nadar y guardar la ropa, si sale cara yo gano y si sale cruz tú pierdes…

Pedro se ha conducido como si su investidura fuera posible sin Podemos. He ahí el error principal cometido por los estrategas de Ferraz, engolosinados con la peregrina idea de que podían torear al novillo morado porque las derechas vendrían en su auxilio ante una eventual cornada.

Un Rufián 'desrufianizado'

Todo el discurso de ayer del presidente parecía sustentarse en esa hipótesis entre estrafalaria e infantil que a la postre solo ha servido para irritar a Podemos, que se ha sentido ninguneado pese a saberse imprescindible, y de paso para desconcertar a ERC, cuya abstención más le valdría al PSOE amarrar como es debido.

El Gabriel Rufián claramente desrufianizado que se ha visto hoy en el Congreso de los Diputados es señal de que una parte sustantiva del independentismo quiere regresar, está de hecho regresando –lentamente pero regresando– a la institucionalidad perdida.

Faena en la derecha

Mientras tanto, los comentaristas de la derecha no dan crédito a su suerte. Se están poniendo las botas como nunca soñaron ponérselas. Se parecen a esos cazadores a los que se les ponen a tiro tantas y tan valiosas piezas que les faltan rifles, dedos y cartuchos para disparar a todas las que merecen ser abatidas.

Se les acumula la faena: tienen que insultar a Sánchez por vender a España, elogiar a Iglesias por mantenerse en el no, simular que no se dan cuenta de que Rivera se ha vuelto un energúmeno, hacer como que lo que dice Abascal no es de extrema derecha, mostrarse encantados con que Sánchez y Rivera estén salvando a Casado, acariciar la idea de una repetición electoral…

Si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hubieran prestado más atención a ese júbilo de las derechas, tal vez habrían gestionado con otras maneras la sesión de ayer. Una sesión, por cierto, que una joven –y enfadada– votante de Unidas Podemos resumía descarnadamente en estos términos: “Parecían estar compitiendo para ver quién la tenía más larga”.