Tras la celebración el pasado fin de semana del congreso del Partido Popular, la última pieza del puzzle que conforma el panorama político nacional queda encajada a la perfección. Un homogéneo equipo de flamantes varones pertenecientes todos a una nueva generación afrontará la nueva etapa a la que se asoma el país. Cada uno con un sesgo ideológico propio, pero todos con algo en común: la herencia patriarcal presente también en el ámbito político.

Nada nuevo bajo el sol, el mismo techo de cristal que lleva siglos proyectando una alargada y viril sombra sigue incólume. Una contienda a gran escala que se salda con un alto número de víctimas: la mitad de la población, de nuevo las mujeres. Ni una sola, llámese Soraya, Susana, Tania, Inés, Carolina o Juana... Ni una sola mujer ha sido capaz de alcanzar el más alto nivel del liderazgo de su partido. Reconozcámoslo, esto sí que es tenerlo todo "atado y bien atado".

La crisis que ha azotado el país en los últimos años ha tenido un tremendo coste social, para la mujeres especialmente. Pero como todo tiene sus luces y sus sombras y cierto es que, en determinados contextos, las crisis suponen una oportunidad, no oculto que soy de las que llegó a albergar la esperanza de que quizás, tras una profunda transformación del conjunto de la sociedad, la igualdad llegara a encontrar un espacio real. Parece que vuelve a tratarse de un mero espejismo.

Todo, hasta los ritmos vitales, se ha acelerado y ha tomado una velocidad propia de una batidora al límite de sus revoluciones, pero hay cosas que por muy patas arriba que se ponga todo no parece que vayan a cambiar a corto plazo. Entre ellas el reparto del poder y el acceso de la mujer a la toma de decisiones al más alto nivel.

Si hacemos un breve repaso y echamos la vista atrás, podremos comprobar que ni uno solo de los partidos políticos con una mínima opción de gobierno se ha salido del "orden establecido".

La primera sacudida política la protagonizó en sus inicios el 15M y la capitalizó Podemos. Con el nada desdeñable objetivo de "asaltar los cielos", ondeaba la bandera de "la democracia real ya" al grito de "no nos representan". Mensajes todos ellos en los que, de manera inevitable, una buena parte del movimiento feminista se sintió reflejado. Sólo eso, reflejado.

Más tarde, una nueva derecha que encontró en el conflicto catalán la oportunidad -servida en bandeja- de saltar al panorama nacional consiguió la fragmentación del voto conservador. Ciudadanos es un partido que ya traía los deberes hechos de casa y contaba un líder al frente varón y perteneciente a una nueva generación. Sobre sus planteamientos de género mejor no hablamos.

Hasta aquí todo en orden, nuevos partidos, nueva generación de políticos a derecha e izquierda, y liderazgo masculino para ambos. Pero la batidora seguía a mil revoluciones, y aquello de la volatilidad no solo afectaba a las encuestas, también a un panorama incierto que bloqueaba la conformación de gobiernos y la toma de decisiones.

Los llamados "partidos de la vieja política" se vieron abocados a afrontar un proceso de renovación en su liderazgo, y si el del PSOE fue un momento más que crítico, con líder muerto y resucitado incluido, el Partido Popular no se ha quedado atrás con su particular fiesta de la democracia y  hasta seis candidatos optando a la Presidencia. En estos dos últimos casos, a diferencia de los nuevos partidos, dos mujeres han estado muy cerca de alcanzar el más alto nivel de poder dentro de sus formaciones. Tampoco pudo ser.

Cuanto menos, llama la atención que ni la mayor de las convulsiones llegue a poner en cuestión el orden establecido con respecto al género. En medio de todo este maremagnum hay una foto fija, firme y desafiante, que no se inmuta:  la de Pedro, Pablo, el nuevo Pablo, Albert y hasta Alberto Garzón.

El relevo generacional fruto de una profunda crisis institucional en nuestro país ha sido un éxito. El de género sigue pendiente. Quizás necesitemos de sesudos analistas que acierten a aportar algo de luz sobre todo eso que pueda estar ocurriendo tras las bambalinas que impide a las mujeres acceder a un lugar que también les corresponde. Tal vez precisemos de alguna que otra nueva crisis que vuelva a zarandear la política nacional antes de ver a una mujer optar a la presidencia del gobierno de España. 

Mientras tanto, al menos seamos capaces de no negar la realidad que nos devuelve una foto donde sólo caben hombres.