Es interesante leer con atención las afirmaciones hechas por Teresa Rodríguez el viernes en Segovia, así como la tímida rectificación de las mismas hecha unas horas después, seguramente aconsejada por otros dirigentes de Podemos que habrían intuido, no sin razón, que en la indisimulada descalificación que Rodríguez hizo de Alexis Tsipras al aludir a que le habían “temblado las piernas” había una bomba de efectos retardados. Lo que Teresa Rodríguez vino a decir -y luego a rectificar pero sin mucha o incluso sin ninguna convicción- es que el primer ministro griego no había tenido el coraje de llevar hasta las últimas consecuencias políticas el ‘no’ de su pueblo a las exigencias de Bruselas y Berlín. A Tsipras, dijo la dirigente andaluza, le habían temblado las piernas y ella se temía que a Podemos pudiera ocurrirle lo mismo. Si bien es obvio que Rodríguez se alinea con esa ala izquierda de Syriza que ha dado la espalda a Tsipras, no es tan obvio con quién se alinea exactamente la dirección federal de Podemos, a quien el fantasma del fracaso griego no dejará de perseguir incansablemente hasta las elecciones generales españolas de este invierno. GRECIA Y PODEMOS La ruptura que se ha producido en la coalición gubernamental griega es un anticipo de la ruptura que, antes o después, acabará produciéndose en esa informal e improvisada coalición que es de alguna manera Podemos. Tsipras ha apostado -en realidad, no ha tenido más remedio que apostar- por ese posibilismo amargo cuyo agrio sabor siempre acaba probando todo aquel que ejerce el poder. Teresa Rodríguez y mucha gente como ella en Podemos creen que el posibilismo socialdemócrata en el que parece haber caído Tsipras es un error, cuando no una traición, mientras que el ala más moderada o más realista de Podemos piensa que el único camino viable de mejora social es una enérgica recuperación de los valores de la socialdemocracia. Apostar en Podemos por la opción de Teresa es conformarse con acabar siendo lo que era Izquierda Unida y un poco más, o incluso bastante más pero en todo caso no mucho más: es, en una palabra, renunciar al ‘sorpaso’ del PSOE, es decir, renunciar a asaltar los cielos, mientras que apostar por la opción de Íñigo Errejón significa apaciguar el discurso para dejar de espantar a esos votantes de la izquierda moderada sin los cuales no se puede ni soñar siquiera con asalto alguno a cielo alguno. NO SE PUEDE SER TODO TODO EL TIEMPO Podemos continúa atrapado en el espejismo de querer serlo todo al mismo tiempo: quiere ser Tsipras y la izquierda de Tsipras, Izquierda Unida y el Partido Socialista, la calle y la institución, la pancarta y el programa, la realidad y el deseo, y eso no es posible. Es posible al principio, sí, pero nada más que al principio, del mismo modo que Syriza fue posible al principio pero ya no lo es. Por eso, porque ha dejado de ser posible, Tsipras se ha visto obligado a convocar elecciones. ¿Ha fracasado Tsipras por pretender disparates? No necesariamente: ha fracasado porque estaba solo fuera de Grecia; ha fracasado porque su poder, sus alianzas, sus complicidades eran del todo insuficientes; ha fracasado, en fin, porque en estos tiempos la socialdemocracia en un solo país es imposible. En esas mismas declaraciones de Segovia, en el marco de la VI Universidad de Verano de Anticapitalistas, la líder andaluza reconocía que los círculos de Podemos tienen cada vez menos relevancia, que las calles que se llenaron el 15-M hoy están vacías. Los escuálidos porcentajes de participación de los militantes de Podemos en los procesos democráticos internos son una prueba de que la desazón de Rodríguez está justificada. La efervescencia del 15M es imposible de sostener en el tiempo por la misma razón que, como advertía Novalis, no se puede ser sublime sin interrupción. La revolución es agotadora para la mayoría de la gente, aunque no lo sea para un puñado de activistas incansables como Teresa Rodríguez, José María González ‘Kichi’ o Diego Cañamero. De ahí que Podemos pueda cambiar algunas de las cosas que pretende cambiar únicamente si forja alianzas con otras fuerzas. No hay otra forma de hacerlo. Y esas otras fuerzas son Izquierda Unida y el Partido Socialista, y no porque sean las mejores sino sencillamente porque no hay otras. Mientras tanto y a medida que se aproxima ese momento, es previsible que a Podemos puedan temblarle las piernas. O al menos una de ellas.