Si la comunicación entre Pedro Sánchez y Susana Díaz no es fluida pero ya da signos de vida tras un largo periodo en coma, la comunicación entre Juan Cornejo y José Luis Ábalos no solo es fluida sino que además es leal. Los número dos de San Vicente y Ferraz conocen bien su oficio y saben, por tanto, dónde están los límites y cuáles son las líneas rojas que no hay que cruzar.

Nada que ver la relación que hoy mantienen los dos secretarios de Organización con la que el andaluz mantenía –es un decir– con el inverosímil César Luena, que precedió al valenciano al frente de la sala de máquinas del partido.

Más relajados

Díaz y Sánchez se verán hoy en Sevilla mucho más relajados que en ocasiones anteriores. Lo harán ante el Comité Director del PSOE de Andalucía que proclamará por segunda vez a Díaz candidata a la Presidencia de la Junta. El encuentro de hoy es, sin embargo, mucho más que una mera escenificación: es la evidencia de que el partido estrena nueva pantalla.

El acto de hoy no significa que los sentimientos mutuos de Sánchez y Díaz hayan cambiado: milagros, en política, los justos. Lo que significa que es los afectos de ambos han dejado de ser orgánicamente relevantes, en el sentido de que ya no entorpecen el buen funcionamiento del partido ni envenenan las relaciones personales entre los militantes de ambos bandos.

Se diría que ha dejado de haber militantes pedristas y susanistas en sentido estricto, aunque los cuadros medios y por supuesto los cargos públicos sí mantengan intactas sus fidelidades anteriores al Comité Federal de marras. Más les vale.

El lubricante

Como tantas veces en los conflictos más enconados, la ‘pax socialista’ ha venido de la mano de una circunstancia relacionada pero más bien ajena a los motivos que desencadenaron la guerra. La súbita llegada de Pedro Sánchez al Gobierno ha sido, en efecto, el lubricante que ha eliminado los chirridos y hecho funcionar de nuevo a buen ritmo la fatigada maquinaria del Partido Socialista.

Si Díaz hubiera estado en Ferraz, seguramente no habría impulsado una moción de censura como la que llevó a Sánchez a la Moncloa, con apoyos parlamentarios que la presidenta andaluza ni habría podido tener ni habría buscado nunca. Pero la Moncloa es la Moncloa, el poder es el poder y el PSOE es el PSOE: los socialistas son un partido institucional, un partido en cuyo ADN figura en lugar preeminente la instrucción genética de gobernar 'cueste-lo-que-cueste-y-me-cueste-lo-que-me-cueste'.

Cuestión de galones

Aunque asumiendo no pocos riesgos cuyo alcance efectivo está todavía por determinar, Sánchez siguió fielmente las instrucciones de la cadena de ADN y ahí está.

Su pacto con Podemos y su acercamiento a ERC los carga el diablo, piensan muchos dirigentes andaluces, conscientes también de que tenía perfecto derecho a intentarlo como secretario general que conquistó sus galones en el campo de batalla precisamente frente a quienes miraban –y miran– a morados e independentistas como un virus cuyo contagio sería letal para los genes institucionales del partido.

Díaz tal vez no comparta el movimiento estratégico de Sánchez, pero lo entiende y lo respeta: que íntimamente le guste o no, es lo de menos. La ‘pax socialista’ consiste en eso.

Echarse unas risas

Obviamente, la paz que ha de sellarse hoy ante la nomenclatura socialista andaluza que integra el máximo órgano del partido entre congresos no significa que no vaya a haber tensiones en la elaboración de las listas electorales.

Las habrá –también eso está en el ADN socialista– pero se desarrollarán dentro de un orden, sin pisar las líneas rojas a las que tan aficionado era el desaparecido riojano que antecedió a Ábalos en Ferraz.

Comparado con todo lo que ha sucedido entre Pedro y Susana, comparado con las cruentas batallas habidas entre los federales del norte y los confederados del sur, pelearse por las candidaturas es casi echarse unas risas. Al menos lo será para una militancia que durante dos largos años tuvo el alma en vilo y que hoy contemplará con alivio que sus líderes han cambiado de pantalla.