El punto de inflexión en las difíciles relaciones entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, por una parte, y la dirección socialista y las federaciones territoriales, por otra, no lo han marcado los nombres concretos elegidos por el presidente para formar su Gobierno, sino el hecho mismo de formarlo.

La presencia de cuatro andaluces en el nuevo Ejecutivo –la vicepresidenta Carmen Calvo y los ministros María Jesús Montero, Luis Planas y José Guirao– es relevante no tanto por los nombres mismos como por el hecho de que su designación incluye, aun de modo implícito, el mandato de entenderse con el Gobierno de Susana Díaz. Es un mandato que en realidad no precisa explicitarse: viene de fábrica con el propio nombramiento de ministro.

Adiós a Versalles

Desde el triunfo de la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa, nada será igual en el Partido Socialista. El secretario general ganó la guerra socialista pero su victoria no se tradujo en un vengativo Tratado de Versalles capaz de imponer cláusulas humillantes a Susana Díaz: si siendo solo secretario general no pudo imponerlas por no tener poder suficiente para ello, ahora tampoco podrá hacerlo porque tiene demasiado.

Lo que en el pasado era exceso de impotencia ahora es exceso de responsabilidad. Paradójicamente, el resultado es el mismo: está atado de pies y manos para desquitarse, aunque no lo esté, obviamente, para recolocar sus peones en el tablero orgánico.

El desdén con el desdén

La victoria de Pedro en mayo de 2017 inauguró una suerte de ‘guerra fría’ en la que Susana se veía forzada a digerir en silencio la amarga afrenta a haber sido derrotada a manos de un advenedizo a quien todos consideraban remoto aspirante a revalidar un título que le había regalado la propia Susana.

Sánchez había vencido a Díaz, sí, pero no podía ‘matarla’, pues, por una parte, el poder orgánico de la secretaria andaluza se mantenía intacto y, por otra, Andalucía era la joya de la corona socialista que el partido, sea quien se su secretario general, está obligado a preservar a toda costa.

La ‘guerra fría’ –fría pero guerra, dicen los pesimistas; guerra pero fría, replican los optimistas– se tradujo en disimulado desdén del lado de Díaz y en indisimulado menosprecio del lado de Sánchez. Hasta ahora.

Pedristas, susanistas, socialistas

La Moncloa lo cambia todo. La Presidencia del Gobierno de España está obligando a Pedro a ejercer de socialista más que de pedrista, y de hecho así lo demuestra la elección de sus ministros: podría haber buscado los más leales (puro pedrismo), pero ha preferido buscar los más capaces (puro patriotismo). Es difícil pensar que esa inyección en vena del antibiótico de la responsabilidad no surta efectos benéficos en el modelo de relación del presidente con los barones socialistas.

Pero la llegada de Sánchez al Gobierno también hará de algún modo menos susanista a Susana: como en el ajedrez, en la política el cambio de posición visible de una pieza importante modifica la posición invisible de las piezas del adversario, de modo que lo que valía hasta ayer deja hoy de valer. La indiferencia y el desdén valían cuando Pedro era solo secretario general, pero mantenerlos ahora que es presidente sería dispararse un tiro en el pie que votantes y militantes no perdonarían.

Redoblar la vigilancia

Por lo demás, la llegada de Sánchez al poder institucional obliga a Susana Díaz a extremar la vigilancia en los cuarteles provinciales del partido. El solitario sanchista de primera hora Alfonso Rodríguez Gómez de Celis intentará desde la Delegación del Gobierno en Andalucía ganar posiciones orgánicas dentro del socialismo andaluz, hasta ahora abrumadoramente alineado con la presidenta.

Hasta la moción de censura, el sanchismo no tenía nada que ofrecer; ahora sí lo tiene, y por tanto podrá desplazar lealtades, mover voluntades y despertar adhesiones que hasta ahora no tenían ningún incentivo para dejarse agitar.

Los de Sánchez no tuvieron fuerza para imponer –ni siquiera para negociar– nada en el congreso del PSOE andaluz de 2017 que coronó de nuevo a Díaz como secretaria general. Es lógico que intenten tenerla para el siguiente.

La saña de Rivera

Pero los cambios que prefigura la ocupación de la Moncloa no serán solo de orden interno. Vista la saña con que Albert Rivera ha planteado su estrategia de oposición, con sus poco más de 80 escaños Pedro Sánchez está obligado a algún tipo de acercamiento a Podemos. Obligado y necesitado. Como también lo está Pablo Iglesias.

Será un acercamiento cauteloso pero inexcusable: Partido Socialista y Podemos, solos no pueden nada pero juntos pueden hacer algunas cosas importantes para mucha gente. Seguirán vigilándose de cerca porque compiten por el mismo electorado, pero se verán –ahora sí– apremiados a colaborar.

Preguntas andaluzas

Y si en España el PSOE se aleja de Ciudadanos y se acerca a Podemos, en Andalucía tal vez empiece a ocurrir otro tanto. No hoy, ni mañana pero sí tal vez pasado.

¿Un Ciudadanos tan furiosamente antisocialista como el que ha liberado Sánchez con su llegada a la Moncloa se lo pondrá a Díaz tan fácil en una próxima investidura como se lo puso en la de 2015? ¿Ordenará Rivera a su hombre en Andalucía, Juan Marín, romper amarras con un PSOE que yo no será tanto el PSOE de Susana como el PSOE-PSOE, o se limitarán más bien los naranjas a subir el precio de sus votos a la investidura y la virtual entrada en el Gobierno autonómico?

Y finalmente: en este nuevo escenario, ¿buscarán Susana Díaz y el tándem rojomorado Teresa Rodríguez/Antonio Maíllo algún tipo de aproximación, hoy por hoy inimaginable? Nadie tiene respuesta a tantas preguntas. Es demasiado pronto para responderlas, aunque no lo sea para formularlas.