“¡Vaya hostia!”. Esta era la expresión más repetida entre los partidarios de Susana Díaz cuando, poco después de la nueve de la noche del domingo 21 de mayo, se conocía que Pedro Sánchez le había ganado las primarias a la presidenta andaluza. Una semana después del desastre siguen preguntándose por las razones del mismo. Y seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, pues en el análisis de las derrotas nunca es fácil determinar cuánto peso tuvieron los errores propios y cuánto los aciertos ajenos.

También en esto los estrategas de Díaz van por detrás de los estrategas de Sánchez: mientras estos no necesitan un nuevo relato de lo sucedido puesto que han vencido y rara vez la victoria necesita interesarse por la verdad, los de Díaz sí necesitan armar una narración convincente de lo sucedido, pues a la derrota sí le urge saber la verdad… siempre, naturalmente, que el comandante en jefe esté interesado en escucharla, cosa, por cierto, que rara vez sucede.

Las primeras 48 horas

Las primeras 48 horas posteriores a la derrota del domingo fueron particularmente amargas para los dirigentes socialistas andaluces. Amargas y confusas: el corazón les reclamaba guerra pero la razón les susurraba paz.

En esas primeras 48 horas mandó el corazón belicoso: se pudo ver en la comparecencia de Susana Díaz la noche de la derrota, cuando sus palabras y su gesto parecían augurar que la presidenta optaba por seguir guerreando; y se pudo ver en la reunión del martes 23 de la Comisión Ejecutiva Regional del PSOE-A, que fue un ejercicio de enrocamiento colectivo donde, agarrados al clavo ardiendo de la victoria en Andalucía, ninguno de los secretarios provinciales parecía dispuesto a admitir la derrota nacional ni a extraer las consecuencias de la misma.

La amarga hora de la cordura

La cordura –amarga cordura- se abriría paso al día siguiente. El miércoles 24 la presidenta de la Junta convocaba a un grupo de periodistas políticos para trasladar a la opinión pública un mensaje bien distinto del que pudo deducirse de su comparecencia del domingo y que tanto se reiteró en la Ejecutiva del martes: Susana Díaz enterraba el hacha de guerra. Aunque marcando territorio, eso sí. Apoyaría en todo a Pedro Sánchez, votaría su Ejecutiva sin exigir cuotas, como esperaba que los críticos no se la exigieran a ella en el PSOE-A La guerra había terminado. El susanismo había terminado. Era hora de regresar al desatendido despacho de San Telmo.

En ese encuentro sin micrófonos, Díaz también dejó claro que no habría listas de integración con el sanchismo para la elección de los 255 delegados andaluces al 39 Congreso Federal, previsto para el 17 y 18 de junio: “Todos estamos con Pedro y, a partir de este momento, se acabaron los bandos y que los militantes libremente participen en las asambleas".

Orden y contraorden

De hecho, esa era la orden que se había ido transmitiendo a las terminales provinciales del partido después del ‘domingo negro’: si el sanchismo quería tener delegados andaluces en el Congreso Federal, tendría que ganárselos en las asambleas locales, ahí se vería cuánta gente tenía realmente cada bando.

Sin embargo, solo 48 horas después, el viernes 26 se cursaba contraorden desde la calle San Vicente, sede del PSOE andaluz: lo mejor para todos era pactar listas de consenso con los sanchistas en las ocho provincias. Muchos piensan que si se hubiera ido a la confrontación, los seguidores de Sánchez habrían tenido dificultades para extrapolar a las asambleas el 30 por ciento logrado en las primarias. Pero, simultáneamente, si en todos los territorios españoles ya se había pactado, la confrontación que se viviría en las asambleas socialistas del sur pondría de nuevo el foco en el belicismo de Susana Díaz y haría poco creíble su solemne proclamación de paz.

La reinvención de Susana

¿Pasó algo que no conozcamos entre el miércoles 24 y el viernes 26 para que el mandato de no pactar se convirtiera en la orden de pactar? Es difícil saberlo con certeza. Lo cierto es que en el lapso de unas pocas horas Susana Díaz se había visto en la necesidad –o en la conveniencia- de reinventarse a sí misma: el adiós a las armas, hasta entonces parcial, debía ser definitivo; ahora bien: se trata de un armisticio, no de una rendición. Díaz firma la paz pero no entrega el armamento, ese temible arsenal llamado Partido Socialista de Andalucía.

La dirigente andaluza suele insistir en que solo tiene 42 años y mucha vida política por delante. Nadie le va a escuchar desde ahora una palabra en contra de Pedro Sánchez, pero su mala –malísima- opinión sobre él no ha cambiado. Como no ha cambiado la de los demás presidentes autonómicos socialistas, que, más allá de su victoria, ven en Sánchez un oportunista en cuyas manos el centenario Partido Socialista corre serio peligro. Aun así, solo en caso de fuerza mayor volverán a enfrentarse a él. Su triunfo en las primarias abre un ciclo político donde no habrá interferencias territoriales, pero tampoco asunción solidaria de los errores si estos son de envergadura. Y lo serán, auguran los perdedores.