La vida periodística así tomada me ha regalado metraje suficiente para dar con el nombre de algunas cosas, aquella súplica del gran Juan Ramón al mismísimo Dios padre. Hete aquí unas demos:  

Una.- Estaba bastante cerca (un balcón al negro Mediterráneo de un hotel de Torremolinos) la noche en la que Escuredo, cargado de amargura, decidió que lo iban a dimitir. El guerrismo lo había cercado, la cacería incluyó feas publicaciones salpimentadas de sospechas. El hombre que le había robado la verdiblanca y Blas Infante a Rojas Marcos tenía que evaporarse porque no era de la nomenclatura. Pepote aguardaba en las sombras a que el cordón umbilical del partido tomara posesión plena en Monsalves.

Dos.- Te has pasado de la raya, le dijo Guerra a Pepote antes de fusilarlo como secretario general y presidente de la Junta. ¿Y quién pone la raya? le preguntó Pepote. La raya la pongo yo, me dijo Pepote que le dijo Guerra la misma tarde que la secretaria de Chaves le aecaba un billete de avión para Sevilla.

Tres.-En Jerez, en plena bodeguiya, años exultantes del pachequismo (por Dios, ese hombre no debería estar en prisión, maldita dura lex), se me acerca Pedro y me dice: “no te confundas, no te confundas, Cristinita, Rojas es ante todo una mala persona”.

Cuatro.- En el asiento de al lado de un vuelo a Madrid me toca Carlos Sanjuán y me espeta del tirón: Cristina, ¿tú sabes lo que me gustaría a mi que pasara con Canal Sur? Pues (dijo Sanjuán casi con entusiasmo) que la pantalla se fuera a negro y luego, pum, desapareciera. Carlos Sanjuán salía muy poco en Canal Sur. Chaves salía bastante. Uno de los dos sobraba. Y el general secretario se mascullaba ya que el que sobraba era él.

Cinco.- Juan Guerra es el fin del guerrismo. Todos aquellos y aquellas, salvo Linde, salvo Manolo Fernández, salvo los que se fueron a los puertos, se hacen en bloque felipistas de toda la vida. El primero, Manolo Chaves, como no podía ser de otra manera.

Seis.- Arenas ya no puede más después de treinta años de derrotas ganadoras y le sobreviene Zoido, que es una prolongación cospedaliana. Una tarde de sobremesa en ese restaurante tan caro al lado de la sede de San Fernando, trasiego con un enérgico peón de María Dolores que trabajaba para el (entonces) alcalde y va y no con poco recochineo exclama cubata en mano: ¿Havié? ¿Quién coño es Havié?

A todos estos trajines se les suele acompañar cobertura ideológica, unos se bautizan renovadores, otras se reclaman dueños de la pureza ideológica pero la verdad verdadera es que se arrean hasta en el cielo la boca por el poder.

Dice esta encantadora muchacha llamada Teresa (excelente entrevista avendañera, preguntas como espadas, respuestas como planchas), que el choque de trenes Iglesias/Errejón viene a ser un exceso de pajas de pijos que han hecho de la Complutense su foto de la tortilla con toda esa tontería de la transversalidad.

Es posible que además sean pajas de pijos, imagen poderosa que da su juego editorial con mucho re-corrido. Pero lo que es el nombre (ay Juan Ramón) de la cosa es que se están matando por el poder, ese sitio en el que sólo cabe uno. Sea quien sea el que mate al otro se habrá acabado la espuma inocente?  del 15-M si alguna vez la hubo. Resultó ser que la nueva política era también matarse, sólo que con internet. Dice mi altocargo que le leyó a un poeta: Ah, querido amigo, usted de lo que me habla es del dolor de la luz del día.