Sábado, 6.55.- A esta hora no sabe una si está terminando de desescalar la noche o empezando a escalar el día. Se oye llover piano. Bendita certeza de abril para remolonear sin mejor afán.

Sábado, 8.45.- Toca radio, pobre dial: la peste de la desescalada ha sustituido con gran éxito a la peste del relato. Me pasa como a mi altocargo con la Semana Santa: no hay manera de librarse del ataque mortal de los desescaladores.

Sábado, 9.42.- Conocí a Calleja de refilón, un almuerzo en San Sebastián. Periodista cum laude. Allí estaban flores y natas del moderado nacionalismo vasco, que discutían sobre las comas de las pancartas, lo cual que los asesinatos etarras eran más un problema ortográfico que puro terror. Calleja, sencillamente, los llamó asesinos, con toda su voz. Yo le (les) conté que a mi lejano parecer andaluz lo que allí se necesitaban eran camiones y camiones de cubanos, suecas, marroquíes, venezolanas, angoleños que se mezclaran y copularan sin control con los nativos y las nativas. Esto sería el final del terrorismo. José Mari y algunos otros me brindaron sus espontáneas risas. No sería tanto disparate. Ahora la figura del Bilbao es un negraco como un tizón.

Sábado, 10.03.- Urkullu es un vasco callado y listo que piensa celebrar/aprovechar elecciones en julio no fuera ser que el coronavirus vuelva con los fríos otoñales. Tengo una amiga que iba a casarse en un mes y con todo este lío ha decidido posponer la boda hasta la primavera del año que viene. La conclusión es aplastante: mi amiga no tiene ningunas ganas de casarse.

Sábado, 12.35.- Mi sabio de cabecera en estas zozobras es Pedro Alonso. Leer sus expertas  opiniones equivale a trescientos millones de tertulias de tertulianos desescaladores. La malaria mata cada año a cuatrocientas mil personas, sin un solo titular. Dice cosas grandes como panes de hogaza. Uno: ningún país, incluidos los más ricos, se ha preparado correctamente para la amenaza del coronavirus. Dos: la arrogancia del desarrollado y rico occidente sobre una “rara enfermedad de los chinos”, que lo veían como un problema lejano. Tres: África está a 14 kilómetros de Europa y nos comportamos como si fuera un planeta distinto. Cuatro: la utilización política de la tragedia es inaceptable. Nadie le hará caso.

Sábado, 13.25.- Preparo una gran ensalada con verduras frescas del poniente andaluz: los tomates, los pepinos, las lechugas que acaban en los mercados centrales de Europa. Mataba mi mala conciencia con la idea de que los inmigrantes (subsaharianos, sudacas, moros) recolectores de las fincas almerienses estaban bien equipados para proteger su/nuestra salud por sus ricos empresarios, que lucen facturaciones de millones y más millones de euros. Hoy he visto una/la foto: sólo se trata de negros.

Sábado, 14.52.- En la mesa hay jamón, tortilla, pimientos asados, gambas cocidas, caldito con yerbabuena y cuatro medias de manzanilla. Nada virtual. Hoy tenía que haber sido sábado de feria. Recuerdo que en mi pueblo las risas incontenibles venían de las colas de los entierros. Aquí seguimos a rachas, desescalando la tristeza o escalando la alegría, nunca sabemos.