De Susana Díaz todo el mundo sabía que, aparte de haberse sacado la carrera de Derecho,  echó los dientes en las Juventudes Socialistas, hizo la licenciatura como concejal del PSOE en Sevilla y obtuvo el doctorado como presidenta de Andalucía. De Díaz se aireó mucho y con gran malicia que siempre había vivido de la política, lo cual daba, según sus detractores, la medida de sus limitaciones para conocer y paliar las zozobras y necesidades de quienes sí se ganaron siempre la vida ‘trabajando’.

De Juan Manuel Moreno también se sabe que toda su vida ha vivido de la política, pero se airea menos, en realidad casi nada. Haber sido peón, caballo o alfil en el tablero de la burocracia orgánica del Partido Popular, cobrando hasta dos sueldos durante años y sobreviviendo a sus mentores sin un rasguño también son hechos conocidos pero mucho menos publicitados: haber vivido siempre del partido ya no es pecado; no haber ‘trabajado’ nunca, tampoco.

La derecha siempre ha jugado con ventaja la partida de la coherencia: se opone con ferocidad populista al divorcio, al aborto, a la negociación con ETA, al acercamiento de presos, al matrimonio igualitario, a los políticos profesionales o a la eutanasia sacando muy buenos réditos políticos de ello, pero cuando tienen ocasión se divorcian, abortan, negocian con ETA, acercan terroristas, viven del partido, mueren con ayuda médica para escapar al dolor, se casan ellos con sus novios y ellas con las suyas… y tan ricamente.

Vade retro, Isabel

Con su alianza con el socialista Ximo Puig, su cordial encuentro con las ministras Nadia Calviño e Ione Belarra y su sugerente agenda de contactos con otros presidentes autonómicos para consensuar un modelo de financiación, Moreno Bonilla se ha coronado esta semana como Príncipe de la Moderación, el Entendimiento y la Concordia. Juan Manuel el templado. Moreno el prudente. El juicioso Bonilla.

Si Isabel Díaz Ayuso encarna la chulapona madrileña, él quiere ser el andaluz cabal; si ella ama la discordia, él busca la concordia; si ella el populismo, él la sensatez; si ella imita a Vox, él querría ser su impugnador.

El próximo viernes añadirá una joya más a su vistosa corona al reunirse con el líder socialista Juan Espadas, al que le está costando encontrar el tono de oposición propio y diferenciado del de Susana Díaz que lleva buscando desde que fue elegido secretario general. Juan querría arrebatarle a Juanma el cetro de la prudencia, pero el presidente lo tiene bien amarrado (al cetro, no a Juan).

Moreno es un hombre que ha invertido bien el premio gordo que le tocó en diciembre de 2018. Otros, como sus antiguos homólogos y compañeros de partido María Dolores de Cospedal y José Antonio Monago, llegados también un poco de carambola a la presidencia de sus comunidades, dilapidaron su botín como esos afortunados de la Lotería Nacional que, para consuelo de aquellos a quienes nunca nos toca, se funden los millones del gordo atando los perros con longanizas hasta el triste día en que constatan que el gordo se ha quedado en los huesos.

La suerte y el mérito

Ciertamente, no todo es mérito suyo. Además de que prácticamente ningún medio andaluz relevante le es adverso, a Moreno le está ayudando no poco el interminable calvario penal de los socialistas, que para el PP ha operado como un fondo de inversión de altísima rentabilidad y riesgo cero. Una bicoca.

Ni siquiera el pecado original de haber llegado a San Telmo gracias a los votos de la ultraderecha ha logrado empañar el mandato de Moreno Bonilla. De ahí proviene en gran medida la ira de Vox: su extremismo xenófobo, vociferante y faltón, tan exitoso en Madrid, no ha llegado a impregnar la legislatura andaluza que ellos hicieron posible.

Viene a ocurrirle a Moreno lo que al Tiberio retratado por Tácito, que “procuraba su prestigio haciendo que pareciera haber sido llamado y elegido por la república más que introducido subrepticiamente por las intrigas de una mujer y la adopción de un viejo”.

Más que por su propia valía, Moreno llegó a presidente gracias a la inesperada defección de los votantes de izquierdas y el milagroso ascenso de Vox, circunstancias ambas tan ajenas a sus merecimientos como las maquinaciones de Livia y las debilidades de Augusto lo eran a los de Tiberio, quien, por cierto, fue emperador durante 23 años.