(A propósito de la película “Lo posible y lo necesario”)

Marcelino no pasó precisamente en bicicleta por el Congreso, donde desarrolló un intenso trabajo, a pesar de que tenía otras preocupaciones, que empezaban por la contradicción que empezó a vivir con Carrillo en el Congreso y en el partido, y la lucha que se iniciaba con los que construyeron aquella corriente de “sindicalizar al sindicato”, que desmontaría a Camacho de la presidencia de CC.OO. en aquellos albores en que empezaba a constituirse un sindicalismo basado en el modelo socialdemócrata alemán, y Camacho sobraba. Ni pasó en bicicleta ni se tapó con ningún disfraz, ya que desde el principio dejó sentado que no venía del Colegio del Pilar ni de la escuela de arte dramático, sino de la cárcel y los campos de concentración. En su currículum vitae se consignaba un único máster: fresador de la Perkins.

Esta quizás sea la imagen que de Marcelino ofrece la película que ha dirigido Adolfo Dufour, sobrada de capacidad técnica y, sin duda, honesta y rigurosa con el político y sindicalista que no quiso arrodillarse ante el realismo prudente de lo que el sistema dictaba como posible. Yo compartí mucho tiempo con él en el Congreso de los diputados.

Sus intervenciones parlamentarias fueron constantes. Sobre la ley de amnistía, el estatuto de los trabajadores, las huelgas y las sanciones a los trabajadores de Santana (Linares), el código de derechos de los trabajadores, contra la flexibilidad de plantillas y la precarización en el empleo, contra los recortes de las pensiones.

La ley de amnistía de delitos políticos y sindicales era correcta, a excepción de un par de líneas que se pactaron extraparlamentariamente y que han servido para que el Supremo la interprete como una ley de punto final, a pesar de que esta sentencia choca con la propia Constitución y los tratados internacionales suscritos por España.

El Estatuto de los trabajadores era una pieza legal que corría prisa, por eso el PCE presentó una propuesta, elaborada por CC.OO., que fue derrotada con la abstención del PSOE. El gobierno de UCD presentó su texto, inaceptable para el sindicato, que se movilizó, a pesar de los pactos de UGT con los empresarios. Se trataba de una movilización creciente que tendría que desembocar en una huelga general. Precisamente aquí se inició la contradicción con Carrillo, que llegó a decir que ya era hora de jubilar la huelga general como instrumento de lucha, y llegó incluso a cuestionar el sentido sociopolítico del sindicato. El cambio de naturaleza del sindicato ya estaba lanzado. Marcelino, para dar la lucha en las mejores condiciones, dimitió de diputado y como miembro del comité ejecutivo del PCE. Al mismo tiempo se anunciaban abandonos que concernían a las proyecciones ideológicas de Marx y Lenin, tanto en el PSOE como en el PCE, lo que demostraba, según dice Marcelino en sus memorias (Confieso que he luchado) que se empezaba a plantear una política por los aparatos de izquierda que no era alternativa al capitalismo. Algo de esto dijo en el Congreso sindical donde se le quitó de Presidente, aludiendo a que él era un obstáculo para un tiempo en que el sindicalismo y la lucha iban a seguir un modelo de gestión, en que los sindicatos, en el seno del sistema, desde planteamientos no políticos, negociarían con los distintos gobiernos en el margen muy estrecho de lo posible.

Marcelino enfocaba la parte final de su vida con la misma entereza de siempre, sin adaptarse a la democracia de mercado que empezaba a construir en España el capital posmoderno. Marcelino volvía a echarse la historia a las espaldas y reaccionaba ante las adversidades interiores, las que más le dolían, como siempre: luchando. Sin otra alternativa que la lucha constante, aunque en un momento, un día cualquiera puedas caer, reflexionaba. Pero si caes, te levantas, decía al final. Te levantas y sigues. A la izquierda siempre.

Con Marcelino hay, sin duda, un antes y un después en el sindicalismo de clase. Tras Marcelino se produce un bucle de gestión y realismo; mal realismo, como sinónimo de domesticación. Estamos ante un luchador sabio, entregado, que no abandonó nunca una mirada ética sobre las cosas, de ahí su rigurosa austeridad. Se cuenta que el día en fue elegido secretario general le preguntó a la entrada de la sede a una limpiadora lo que ganaba, y él dijo que ese salario sería el suyo a partir de ese momento. Luchó por un sindicalismo independiente de los gobiernos y de las burocracias de partido. Un sindicalismo independiente pero en absoluto apolítico. El sindicalismo que él defendió era de tipo sociopolítico, por eso sabía mejor que nadie los componentes y las consecuencias de una verdadera huelga general.

Su lucha sindical fue incansable frente al apoliticismo, frente a las burocracias políticas, frente al corporativismo y frente a los acuerdos de trastienda. Y esa lucha, junto a su austeridad real, no de imagen, talló el gran prestigio social de Marcelino, su verdadera altura histórica, que contrasta mucho con los tiempos que vivimos. Y algo que puede resultar paradójico, que también Engels predicó de Marx en su entierro: pese a su lucha recalcitrante y entregada, no se le reconocieron enemigos personales.

Marcelino nos enseñó a pensar desde el punto de vista y contra la explotación y el dominio. Nos enseñó a pensar desde el punto de vista de la construcción del sujeto de cambio en el seno de una sociedad de clases y de pugna entre ellas. Nos enseñó a luchar contra el dogmatismo de la resignación, eligiendo siempre el camino más difícil. Entre “lo posible y lo necesario” (es preciso ver la gran película dirigida por Adolfo Dufour), Marcelino Camacho eligió siempre lo necesario, y no dejó de luchar para que lo necesario se convirtiera en posible.