“No estamos en presencia de un eminente científico que ve hoy ratificada su condición, sino de un ciudadano ejemplar que dedicó buena parte de su vida a luchar contra el franquismo, por la reconstrucción de la razón democrática, al lado del considerado durante el siglo XX sujeto histórico de cambio, la clase obrera, bien fuera a través del movimiento sindical, Comisiones Obreras, bien fuera a través del Partido Comunista de España. Junto a la condición de ciudadano ejemplar, Camacho exhibe la de sabio o de intelectual en el sentido que le daba Lenin a la palabra, más allá y también más acá del significante convencional. Para Lenin, intelectual era cualquier obrero capaz de adquirir conciencia y por lo tanto teoría de su papel en el proceso de producción económica y de su condición de individuo en lucha contra las condiciones de explotación y alienación”.

Así dijo Manuel Vázquez Montalbán sobre Marcelino Camacho en el acto de doctor honoris causa de la Universidad de Valencia. Un documento extraordinario que hemos recogido en el libro recientemente publicado de “Cambiar la vida, cambiar la historia”, de MVM, conformado con artículos clandestinos o no tanto. Un texto donde el novelista catalán se sincera frente a la Historia y conduce a Marcelino hacia la gloria de los luchadores antifranquistas y su papel fundamental junto a cientos y miles de obreros y obreras que trajeron el fin de la feroz dictadura franquista. Marcelino Camacho, doctor, sabio, real.

La amistad de MVM con Marcelino Camacho fue estrecha y cordial en el tiempo. Fue el mismo Manolo el que le escribiera aquel magnífico prólogo de sus memorias “Confieso que he luchado”, donde reconoce que supo de la lucha del sindicalista gracias al testimonio de Josefina Samper y otras mujeres de presos en un encuentro en Barcelona en los años 70. Difícil tarea la de separar la lucha unida, fraternal y solidaria de Josefina y Marcelino. Si aquella lucha contada en primera persona por las mujeres marcó de por vida a Vázquez Montalbán ¿qué podemos decir los demás?

Josefina Samper, con el autor de este artículo, Joaquín Recio.

Aunque yo personalmente no fuera coetáneo de la luchas de los 70, por razones lógicas…. nací en aquella década; hemos visto hasta hace unos pocos años la singular y poderosa unión de estas dos personas. Una unión ante las fatigas y adversidades de la vida, que en una última etapa de sus vidas pudieron explicar en multitud de homenajes y encuentros que tuvieron con la gente antes de que Marcelino comenzara a perder su salud por razones obvias de edad y enfermedades añadidas.

Pero mientras pudieron, allí estuvieron de pie, en los actos donde se les llamaba, donde se les invitaba. Josefina mantuvo esa actividad social mientras pudo después del fallecimiento de su compañero. Aún la recuerdo en la fiesta del PCE de 2015 en la conmemoración del quinto aniversario del fallecimiento de Camacho. En aquella ocasión pudo encontrarse con sus camaradas y reconocer a muchos de ellos. Ya después de aquel año, fue entrando cada vez más en el espacio tan íntimo y personal de su mente senil, pero eso sí atrapada en un cuerpo fuerte y resistente. Sus últimos años, al igual que los de Marcelino, nos ha dado mucha esperanza a mucha gente. Hasta cuando fue a recoger la Medalla de Andalucía en Sevilla, le dio a la presidenta de entonces de la Junta un abrazo, como los que siempre dio, con la sinceridad de la que ha llevado una vida cargada de sueños y dignidad. Ese abrazo es el abrazo que nos dio a todos y a todas, es la que la sitúa por designio popular en el cuadro de Genovés, sin ser su retrato. En verdad el retrato de la lucha es la viva imagen de Marcelino y Josefina, codo con codo, llegando a los actos ,a las charlas….

Y fueron multitud porque eran dos, y fueron fuertes porque estaban unidos, y fueron revolucionarios porque fueron rebeldes, y fueron siempre jóvenes porque resistieron a todas las contrariedades… De las enseñanzas más grandes que sin duda te puede ofrecer conocer sus vidas es precisamente esta última: ante las adversidades hay que seguir caminando. Entramos aquí en un curioso legado que generaciones de jóvenes y no tan jóvenes de este país hemos aprendido gracias a ellos. Un legado moral, intangible, solamente cuantificable en años de condena y de lucha por la libertad.

A ellos nos debemos, como “padres” de la democracia y la lucha por la libertad. Y nos debemos al futuro, a que nuestros hijos y nuestras hijas derroten la adversidad de un sistema económico injusto, ahora encima pandemiado, y siempre corrupto y feroz contra los derechos humanos.

Que los diez años del fallecimiento de Marcelino Camacho sea un momento de reflexión, para seguir siempre adelante, y a la izquierda.