Eva vuelve a su ciudad por vacaciones. Aunque no ha cumplido los treinta, es una mujer retraída, con dificultades para relacionarse incluso con aquellos que conoce desde siempre. Abatida por el final de una relación y por un trabajo como diseñadora gráfica que no le da un respiro, aprovechará el regreso para retomar, no sin reparos, su intensa amistad con Rubén, quien también le falló al final de sus días como adolescente. Eva es el centro absoluto de Los amores cobardes, debut en largometraje de Carmen Blanco, que reconoce que ha tratado de realizar una especie de retrato generacional: “A esa edad, nos sentimos perdidos en la incertidumbre de lo que será nuestro futuro y damos pasos que no nos aseguran una estabilidad. Nos marchamos de nuestro hogar, pero somos incapaces de encontrar nuestro sitio y cuando volvemos, sentimos que hemos perdido lo que teníamos porque inevitablemente el tiempo ha pasado y lo ha transformado todo.”

Nacida en Cádiz en 1991, Blanco afirma “sentirse identificada” con el personaje que ha creado. Como ella, se marchó de su tierra primero a Málaga para estudiar, y de ahí a Madrid, donde junto a unos compañeros de carrera trata ahora de abrirse hueco en el mundo del cine. De momento, ha conseguido que Los amores cobardes llegue a estrenarse en un puñado de salas comerciales, lo que califica como “un logro. Esta película nació como carta de presentación, sin ninguna pretensión. Ha llegado más lejos de lo que imaginábamos y estamos muy orgullosos y agradecidos a los festivales que dan oportunidad a este tipo de cine independiente. Ojalá en el futuro podamos sacar adelante proyectos más sólidos y dentro de la industria cinematográfica.”

La sencillez como oportunidad

Siempre es peligroso alumbrar movimientos colectivos, pero de algún modo, en ese cine sencillo, sentimental y con rasgos autobiográficos, Blanco se une a una serie de directoras muy jóvenes, todas ellas procedentes de Cataluña, que han logrado en los últimos años el reconocimiento, como Mar Coll (Tres días con la familia) o Carla Simón (Verano 1993), a las que reconoce como “sus referentes. Son mujeres que han levantado sus películas y han hecho un cine maravilloso alejado de las grandes producciones. Aun así, echo en falta a más mujeres en proyectos de envergadura y mayor presupuesto.” A nivel de inspiración para Los amores cobardes, indica que tenía en mente el cine de Richard Linklater y dos títulos en concreto: Like Crazy, drama romántico de 2011 filmado con una cámara de fotos, y la emblemática Lost in translation, de Sofia Coppola, a la que homenajea de forma literal en algunos planos.

Las apreturas de la financiación, realizada en parte mediante crowfunding, también resultaron decisivas a la hora de definir el estilo de la película, rodada en Rincón de la Victoria: “Esta planificación simplificaba la producción y además era la que quería llevar a cabo para contar esta historia sencilla y de personajes. Cuando comencé a escribir el guion ya estaba pensando en la parte formal de la película.” Dos de los elementos que dan brillo al conjunto del film son por un lado la música, creada para la ocasión por el grupo vasco McEnroe, doctorados en melancolía; por el otro, la espléndida interpretación de Blanca Parés, presente en todos los planos y responsable de buena parte de la carga emocional. Blanco afirma que la conoció antes de que destacara por su papel en Julieta, de Pedro Almodóvar: “Fue a través de una escena que pude ver en internet donde representaba una escena de discusión con su pareja”, indica. “Cuando la vi, supe que era la mirada y el rostro de Eva.”

De amistad y amor, familia y trabajo

No es nueva la duda. ¿Es posible la amistad entre hombres y mujeres heterosexuales? Las idas y venidas entre Eva y Rubén, que ocupan buena parte del metraje de Los amores cobardes, parecen indicar que no, aunque para la creadora del film no está tan claro: “Podríamos decir que no es amistad, pero tampoco es amor. Se reflejan ese tipo de sentimientos inciertos que se quedan en el previo de comenzar una relación.” Otro encuentro que marca el devenir de la protagonista es el que tiene con su madre. Se apunta con fugacidad una frustrante, ausente figura paterna, posible origen de la dificultad de Eva para abrirse, aunque no queda definido: “Estas ideas se desarrollaron en la creación de personajes. También con los actores estuvimos poniendo puntos en común que nos permitieran conocer la situación pasada de cada uno de ellos. Pero sí que tenía claro que quería dejar la historia con esos huecos vacíos que permitieran al espectador crear su propia teoría sobre el tema.”

Hay una última realidad en el catálogo de asuntos que trata la película. Se trata de la explotación a la que son sometidos los jóvenes que optan por profesiones modernas, con un componente artístico. Eva, diseñadora gráfica, se ve forzada a interrumpir su periodo de descanso para elaborar la identidad visual de una empresa. Blanco afirma tener “amigos que conviven en su día a día con trabajos parecidos. Son profesiones que no te pueden asegurar nada a largo plazo y que te absorben por completo.”