La frivolidad hipócrita del creyente de confesión religiosa ajena o país foráneo de allá donde suceden las desgracias lo lleva incomprensiblemente a distanciarse de la sangre que se derrama en lugares mentalmente alejados, incluso de los geográficamente cercanos.



Ante la noticia de que la OTAN ha podido matar (digamos bombardear, digamos atacar, digamos asesinar...) a uno de los hijos de Gadafi y tres de sus nietos, en las calles de este occidente y en sus barras de bar los comentarios del desayuno del Dominus Dei no se han hecho esperar: “Que les den”, dijo uno. “Para todos los que ha matado el nota este”, aportó otro.



El ojo por ojo y diente por diente está en la mentalidad colectiva de un pueblo que se dice seguidor de Cristo cuando hay que decir con los ojos cerrados que tal o cual dios existe, sin atenerse a lo que dijo (digamos enseñó, digamos dijeron otros que dijo, digamos según la versión oficial, es decir, la canónica) el supuesto hijo del supuesto dios de esa supuesta fe por la que también aquí, en suelo occidental, los cristianos se rasgan las vestiduras: poner la otra mejilla, amar al prójimo, etcétera. No se trata de aguantar estoicamente, pues el propio hijo del dios de los cristianos (que es el mismo dios de los judios y los musulmanes, aunque sin paternidad reconocida) se pilló un cabreo de los buenos con los que usaban el templo a modo de rastro, según nos cuentan.



El modo villano y sanguinario de gobernar por parte de Gadafi y sus atrocidades no justifican el asesinato de su hijo (cuyo proceder le iba a la zaga de su padre) y sus nietos. No cabe ojo por ojo en tal acción. Y sobre todo si tenemos en cuenta la hipocresía con la occidente actúa y se mancha las manos de sangre según le convenga y siempre buscando un provecho inmediato. Somos, a estas alturas, más conscientes que nunca de que la mano de nuestro occidente nunca mece la cuna para bien y de que esos vaivenes ocasionan tsunamis de dimensiones inasumibles ni por estos pueblos europeos ni por aquellos que son víctimas directas de este fuego que a este lado llaman “amigo”.



No es fácil abordar el problema de qué hacer ante situaciones como la libia o la de otros pueblos que se han levantado contra sus asfixiantes dirigentes. Y no es fácil porque Europa y EE UU se han empeñado durante décadas en complicar las cosas para el provecho de unos pocos europeos, así como de los propios dictadores norteafricanos, cuyos intereses económicos en Europa son todavía más interesantes para esos pocos europeos. Hasta hace poco Gadafi y los otros malditos del norte de África eran los aliados, los dictadores locales con los que poder mantener seguras nuestras democracias: seguras de esas personas de segunda o tercera categoría que nos los paren blancos, manteniendo apaciguada la xenofobia y el racismo que dormita en las conciencias de este diverso continente, xenófobo y racista entre sí. Esta Europa, pues, está construida sobre cimientos de hipocresía: la de sus dirigentes y la de un gran masa ciudadana que en las barras de sus bares están dispuestos a olvidar lo que a mi generación (y no a la suya) se nos enseñó en las escuelas sobre una Europa unida, un mediterráneo rico en culturas, que todos somos iguales y tantas cosas más que ahora suenan más a utopía que hace 20 años (cuando, por cierto, una parte de Europa estaba a punto de matarse mientras el resto de culos blancos miraban impasibles sin hacer nada al respecto: no había petroleo ni intereses amenazados de poderosos europeos).



España ahora ha cumplido escrupulosamente con la legalidad internacional. Aznar, su amiguete el del rancho de Texas y compañía se pasaron por donde la ingle pierde su nombre la ONU, el diálogo, la legalidad internacional, la vida de cientos de miles de civiles y la responsabilidad política. Zapatero ha sido más escrupuloso en este sentido, pero, aun siendo de León, está tocando la mar de bien las palmas por bulerías a estos hipócritas políticos occidentales en un asunto donde no caben ni el sí a la guerra ni el no a ésta, porque ambas posturas están viciadas y son interesadas.


*Ígor R. Iglesias es periodista y lingüista.
http://igoriglesias.wordpress.com