Un dieciséis de diciembre de hace noventa años, un grupo de poetas pujantes, gracias al patrocinio del culto torero, y también escritor, Ignacio Sánchez Mejías y el Ateneo de Sevilla, se reunían para homenajear a Luis de Góngora en el tercer centenario de su muerte. La efeméride elegida, que se prolongó en la siguiente, era el cumpleaños de Rafael Alberti, doblemente celebratorio para este grupo que, por encima de todo, y a pesar de las distancias y vicisitudes del tiempo, eran, sobretodo, una pandilla de amigos. Dámaso Alonso en su libro “Poetas españoles contemporáneos”, rememora aquel encuentro y dice: “lo más hermoso de aquel grupo generacional, lo verdaderamente unitivo, fue la amistad, una amistad amplia, humana, generosa, sin sombras y sin rencores. Hacia 1927 era un querer estar siempre juntos, intercambiarnos proyectos, ideas, sentimientos, alegrarnos cada vez que uno de los amigos ausentes pasaba por Madrid. Algo muy distinto del miserable amasijo de inconfesables envidias y vilezas que suele ser la vida literaria...” Recordándolo, varias instituciones y fundaciones han organizado una serie de actos.

La Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ha hecho un esfuerzo especial por el especial protagonismo de sus autores y por ser Sevilla la sede fundacional del movimiento. Aglutinadas con el Hashtag #Leamosal27 se han puesto en marcha durante todos estos meses ciclos de lecturas, conferencias, simposios, exposiciones, representaciones, etc. Desde el Congreso sobre “Vicente Aleixandre. 40 años después del Nobel”, en Málaga, a la lectura ininterrumpida de la obra de Rafael Alberti en su Fundación en el Puerto de Santa María, pasando por los conciertos del cantautor Paco Damas con su nuevo disco “Las Sin Sombrero”, musicando textos de la mujeres de la generación, entre una miríada de actividades.

Más allá de la famosa foto, con unos ponentes como Alberti, Lorca, Juán Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Platero-director entonces de la sección literaria del Ateneo-, Manuel Blasco Garzón-director de turno del mismo-, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, además de los que estaban en el público, como Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Adriano del Valle, Joaquín Romero Murube, Fernando Villalón, Rafael de León, o el propio Ignacio Sánchez Mejías, aquello constituyó un acto de reivindicación poética del universal escritor barroco cordobés, tan injustamente tratado por la miope crítica española-cosa habitual en este gremio hasta nuestros días- y una declaración de principios. El homenaje a Góngora, considerado el acto central para la formación del grupo, respondía a las inquietudes renovadoras de todos ellos, que recogían a su vez la de los grandes renovadores estéticos de la poesía francesa simbolista, y de los modernistas sudamericanos, como el poeta francés Mallarmé, que ya había demostrado su interés por Góngora, así como Rubén Darío.

Góngora acababa de ser denostado a principios del S XX en varios ensayos contra el barroco en general y contra Góngora en particular, por otro corto de vista, Menéndez Pelayo, pésimo poeta, por cierto, que aseguraba que “La aberración extrema de Góngora... tiene mucha semejanza con la de los modernos poetas decadentes, nacidos de la degeneración del romanticismo...”. Demostraba el absoluto desconocimiento de lo que significaba el barroco español por parte de Pelayo, y un ataque directo contra los jóvenes poetas, asumido como una bandera de rebeldía generacional y estética, de ruptura con los preceptos anteriores. Homenajearlo en Sevilla, elección geográfica tampoco casual, como reivindicación poética andaluza de la Generación del 27, era una declaración de principios, una postulación estética e ideológica que además marcaba la profunda raíz de la tradición literaria de Andalucía, de donde fueron sus representantes más señeros, frente a otras supremacías universitarias.

Volviendo al texto de Dámaso y sus “inconfesables envidias y vilezas” de “la vida literaria”, que hoy se han multiplicado hasta la náusea, uno se termina de admirar viendo como ciertos popes y escritores, andaluces avergonzados de su tradición durante mucho tiempo y del barroco en particular, que han renegado hasta por escrito de ella, ahora se suben al carro de los homenajes gongorinos. No me sorprende. Forma parte de detritus cultural de cada tiempo o, como diría Góngora: “infame turba de nocturnas aves, /gimiendo tristes y volando graves”, mientras siguen siendo luminarias de hermosura el homenajeado y los celebrantes. Súmemosnos pues a la celebración en la lectura de sus obras, testimonios de lo mejor de nuestro país, de nuestra mayor y más universal altura.