A la vista del movimiento en el mundo de la educación, podemos deducir que siguen de actualidad las palabras de Kant: “El hombre puede considerar como los descubrimientos más difíciles: el arte del gobierno y el de la educación y, sin embargo, se discute aún sobre estas ideas”. En efecto, no dejan de existir los debates sobre el ejercicio del poder ni tampoco sobre el funcionamiento del sistema educativo. Nos interesa aquí, dada su actualidad, lo segundo. Lo primero es señalar la ignorancia con la que algunos responsables políticos hablan acerca del trabajo de los docentes. Lo último ha sido el empeño del PP por destacar que en Andalucía se imparten más de 18 horas lectivas. Quien, como es mi caso, lleva más de treinta años como profesor, sabe que desde siempre ha habido necesidades que obligan a que debas asumir más carga lectiva, de clase, de la que te corresponde, pero esa circunstancia se compensa con alguna de las demás horas también lectivas, léase servicio de guardia. Y eso no es lo mismo que aumentar de forma lineal dos horas lectivas, de docencia directa, a todo el profesorado como ha hecho la Comunidad de Madrid.

Ciertos sectores de la sociedad parecen vivir molestos por las vacaciones que disfrutamos, pero ignoran qué parte de las mismas están dedicadas a mejorar tu formación, que casi siempre representa un gasto y no es la Administración la que te lo financia. Asistimos a cursos de verano, realizamos visitas que luego repetimos con los alumnos o compramos libros especializados en nuestra materia. Asimismo, nadie contabiliza las horas de preparación de nuestras clases, ni tampoco cuánto tiempo dedicamos, casi siempre en fines de semana, a la tarea de corrección de trabajos o exámenes. Y puedo dar fe de que corregir los 35 exámenes de Historia de un grupo de 2º de Bachillerato necesita algunas horas de trabajo, entre otras cosas porque luego has de responder de forma directa ante tus alumnos, a algunos de los cuales les tendrás que dedicar un tiempo suplementario para aclarar determinadas cuestiones sobre la calificación o sobre el contenido del examen.

Esto no significa que todos los docentes sean perfectos, todos hemos conocido malos profesores. En este ámbito se echa de menos una labor más cercana y colaboradora de la Inspección educativa, dedicada sobre todo a labores de carácter burocrático cuya finalidad no vemos clara casi nunca. Haber conocido primero como alumno y luego como profesor los planes educativos vigentes en nuestro país desde los años 50 hasta la actualidad, me ha llevado en los últimos tiempos a la conclusión de que en realidad uno de los mayores problemas de la educación reside en que los distintos gobiernos han acometido cambios y reformas sin aprovechar los conocimientos, la información y la experiencia de los docentes, de aquellos que se pueden considerar como técnicos en la materia objeto de discusión. Quizás eso no habría ocurrido en ningún otro sector, pero conozco a muchos buenos docentes que se han marchado al cumplir los 60 años aburridos, cansados y desilusionados porque veían el desprecio con que se trataba cuanto era razonable en beneficio de lo “pedagógicamente correcto”.

Por supuesto es todo un logro lo conseguido en la universalización de la educación, y en su gratuidad. Pero aunque se hayan dado avances de tipo material, cuantitativo, en estos últimos años quizás se echa en falta una mejora cualitativa, un mayor compromiso de los gobernantes con este servicio donde los usuarios, los alumnos, siempre tienen la misma edad, a pesar de que cambie el mundo que los rodea, y en consecuencia habría que determinar algunos principios inmutables que debían ser objetivo del sistema, y que ya Kant señaló: disciplina, cultura, civilidad y moral (o ética), pero sobre todo sería necesario tenerlo presente cuando afirmaba: “Una buena educación es precisamente el origen de todo el bien en el mundo”.

• José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia