Si quieres salir socialmente ileso de delitos tan feos como pegarle a tu novia o abusar de una mujer, no lo dudes: ¡hazte futbolista! Si, por el contrario, quieres convertirte en un apestado social tras haber cometido esos mismos delitos o incluso cualquier otro, tampoco lo dudes: ¡hazte político!

Ha querido el azar que coincidieran en la misma semana la conmemoración del Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres y la notificación al delantero del Betis Rubén Castro del auto de apertura de juicio oral por varios delitos de maltrato y agresión sexual a su exnovia. En muchos lugares, y en Andalucía en particular, ha habido con motivo del 25N condenas, manifiestos, declaraciones, campañas, guías, anuncios, compromisos, de todo. De todo… salvo un reproche, siquiera muy tibio, a la conducta del futbolista canario para quien la Fiscalía pide cuatro años de cárcel.

Políticos, futbolistas, terroristas

Si siguió la actualidad durante esos días de la semana pasada, el eurodiputado Juan Fernando López Aguilar debió pensar que si se hubiera dedicado al fútbol, como su paisano Rubén Castro, la denuncia contra él por violencia de género, luego archivada por el Supremo, no le habría costado el apartamiento del Grupo Socialista Europeo ni la suspensión cautelar de militancia. Sencillamente, no le habría costado nada.

Como en otras ocasiones, también con motivo de este 25 de Noviembre han circulado insistentemente las comparaciones entre el terrorismo de ETA y el denominado, no sin cierta controversia entre los politólogos, terrorismo machista: el primero asesinó a 829 personas en 40 años y el segundo se llevó por delante a 866 mujeres en solo 13. Sea o no completamente adecuada la expresión ‘terrorismo machista’ en términos teóricos, la generalización de su uso está siendo muy eficaz a efectos prácticos, pues ha ayudado a muchas personas a comprender que lo que anónimamente sufren tantas víctimas de la violencia machista no es maltrato, acoso o desdén sin puro terror.

No es un problema del Betis

Sin embargo, la consideración de los hombres que pegan o matan a las mujeres como terroristas no suele llegar más allá de las proclamas, los manifiestos o las pancartas: tal vez sea porque los maltratadores no son propiamente unos terroristas (en el sentido convencional de la palabra) que se dedican a matar gente para  lograr determinados objetivos políticos, aunque sí sean unos malnacidos (en el sentido figurado de la palabra) que se dedican a aterrorizar a otras personas para lograr unos determinados objetivos personales.

Naturalmente, la permisividad en el caso de Rubén Castro no es un problema específico del Betis como tal. El Betis no es en absoluto peor que los demás: si el goleador verdiblanco jugara en cualquier otro equipo, el trato de su club habría sido el mismo. De su club… y de su afición. De su afición madura… y joven. De su afición masculina… y femenina.

Cuando el verano pasado estalló el escándalo que involucraba al portero David de Gea en un caso de abusos sexuales, tampoco el jugador fue apartado cautelarmente de la selección por el entrenador y tampoco lo exigió así la afición, que se limitó a mirar hacia otro lado.

Rato y Pujol, Neymar y Messi

Ahora bien, ¿es apropiado equiparar política y deporte? ¿Está suficientemente justificada esa equiparación? ¿Lo que vale para Rodrigo Rato, Jordi Pujol y otros presuntos defraudadores fiscales debería valer también para Messi o Neymar? ¿Por qué con unos nos pasamos y con los otros no llegamos? ¿Por qué lo que vale para unos no vale para los otros, tratándose como se trata en ambos casos personas de gran notoriedad a quienes cabría exigir un grado parecido de ejemplaridad pública puesto que su comportamiento es modelo de conducta para muchas personas, y especialmente para niños y jóvenes en el caso de los futbolistas?

Una explicación primera de ese diferente trato no penal pero sí social puede ser que, a fin de cuentas, la política es de verdad y el fútbol es de mentira, aunque el fraude o la violencia en la una y en el otro sean igual de verdaderos. Esa sería la explicación benévola. Una algo más malévola sostendría que demasiadas veces los adultos somos como niños y no soportamos que nos arrebaten por las buenas –y mucho menos por las malas– nuestro juguete favorito.

Del mismo modo que los aficionados a los toros o los vecinos de Beas de Segura, el Baix Ebre o Torrelavega prefieren mirar hacia otro lado para no ver la crueldad a que son sometidos los animales en esas fiestas que tanto les divierten, los aficionados al fútbol prefieren mirar hacia otro lado cuando uno de sus ídolos violenta a una mujer o elude el pago de sus impuestos: los hinchas no están dispuestos a sacrificar su diversión, salvo en el caso, claro está, de que el ídolo dejara de marcar goles, pero entonces estarían en su derecho a exigirle cuentas por su conducta civil, dado que su conducta deportiva ya no les procuraba la diversión esperada.

El Gran Salto

El día que el Rubén Castro de turno quede –no solo deportivamente, sino también socialmente– inhabilitado para saltar al campo por haber aterrorizado a una mujer, ese día habremos dado un salto de gigante en la batalla mundial contra los hombres que aterrorizan a las mujeres.

Ahora bien, mientras tanto ¿quién se atreve a ponerle el cascabel al gato? Los políticos, visto lo visto, desde luego que no: el Partido Popular y Ciudadanos no creen que haya que poner ningún cascabel a ningún gato, el PSOE sospecha que debería hacer algo al respecto pero le teme demasiado al gato y a Podemos le ocurre lo mismo que al PSOE pero lo disimula mejor.