Es fácil imaginar la escena. El presidente de Prisa echando fuego por la boca contra los periodistas que han publicado su vinculación familiar con los papeles de Panamá y proponiendo al resto de consejeros o directores de los medios de la compañía la interposición de una querella en nombre de Prisa mientras estos últimos bajan embarazosamente la vista y piensan unánimes que es un disparate involucrar a la empresa en un asunto estrictamente personal de su presidente, pero asienten a la propuesta, alguno incluso –puede que el más débil, tal vez el más adulador– la apoya tibiamente de forma verbal. Nadie se atreve a decir lo que piensa. Todos sospechan que Cebrián se ha convertido en un tipo peligroso al que,
como buen tipo peligroso, le importa un bledo que los demás piensen que se ha convertido en un tipo peligroso.El Consejo de Ministros en el que José María Aznar decidió involucrar a España en la guerra de Irak debió ser parecido a ese virtual consejo de administración de Prisa. Como similar debió ser también la aciaga reunión gubernamental en la que, tras los atentados del 11M, el presidente decidió que había sido ETA: los ministros bajarían la vista, pensarían muchos de ellos que la hipótesis del presidente era un disparate, pero asentirían sin apenas rechistar. Nadie –tal vez Rato pero no es seguro– se atrevió a decir lo que pensaba. A esas alturas, todos sabían que Aznar se había convertido en un tipo peligroso.
ARGUMENTOS PARALELOSEl Grupo Prisa ha prohibido a sus periodistas acudir a La Sexta y la cadena SER ha despedido a su colaborador habitual Nacho Escolar, director de otro medio que, junto a El Confidencial, ha publicado esas informaciones que Juan Luis Cebrián considera "absolutamente falsas" y con una "clara intención difamatoria". Fue el mismo argumento utilizado inicialmente por el ministro José Manuel Soria antes de que acabara dimitiendo al no poder desmentir las evidencias documentales que le atribuían la titularidad de una sociedad radicada en paraísos fiscales.Juan Luis Cebrián fue durante mucho tiempo un referente periodístico e intelectual indiscutible. Él fue uno de los principales artífices de que El País llegara a ser lo que fue; si luego dejó de serlo, como piensa mucha gente, no tuvo por qué deberse a Cebrián. Lo paradójico es que Cebrián nunca habría podido hacer lo que ha hecho al estallarle el caso Panamá si El País siguiera siendo el mismo periódico que él creó:
los trabajadores, sencillamente, no se lo habrían permitido.EL OCASO DE UNA LEYENDAEn todo caso, el periodista y académico luego reconvertido en excepcionalmente remunerado –pero no infalible– ejecutivo no ha logrado estar a la altura de su propia leyenda: en realidad, no ha sabido respetar su propia leyenda. Le pasa a mucha gente.
Ser una leyenda es un incordio, una cadena de acero que restringe tu capacidad de movimientos. Hay ciertas cosas que una leyenda no puede hacer jamás, pues si las hace deja de inmediato de ser una leyenda.¿Tiene Cebrián motivos de peso para querellarse contra los medios que han publicado sus supuestas vinculaciones panameñas? No lo sabemos, pero, si los tuviera, tales motivos serían estrictamente personales, no empresariales o institucionales:
las filtraciones no involucran a una compañía llamada Prisa, sino a un particular llamado Juan Luis Cebrián.Con esa estrategia de arrastrar a toda una empresa –que, además, ya tiene bastantes problemas para salir adelante– el jefe de Prisa entierra los últimos restos de su dorada leyenda profesional en el fango de Panamá y certifica una vez más la amarga máxima según la cual la codicia no necesariamente te convierte en un hombre rico, pero la riqueza sí te convierte fatalmente en un hombre codicioso.