Contra todas las previsiones, y todas es todas y no solo las promovidas por el malvado Ibex 35, el 26J fue un fracaso para Podemos porque no logró adelantar al Partido Socialista. Pablo Iglesias quiso ser la encarnación de una síntesis imposible del Felipe González de los 80 y el Julio Anguita de los 90, y la verdad es que como síntesis no estaba nada mal, vamos, que ni Hegel cuando se ponía estupendo, pero el hecho es que los votantes no compraron ese milagroso producto que podríamos denominar ‘Pablo González Anguita’.

Errejón quiere que el partido sea el nuevo PSOE

Fracasado el 26 de junio el intento de querer serlo todo al mismo tiempo, Errejón querría, resumiendo mucho, que Podemos fuera el nuevo PSOE mientras que Iglesias, resumiendo todavía más, se inclinaría por convertirlo en la nueva Izquierda Unida. El problema de la idea de Errejón es que el PSOE ya está ahí y ha logrado –hasta ahora– resistir el empuje morado, mientras que el problema de la idea de Iglesias es que a la izquierda del PSOE no hay –no al menos de manera estable– esos seis o siete millones de votos que necesitaría Podemos para convertirse en una opción real de gobierno.

Íñigo Errejón se planteaba a sí mismo la pregunta en una entrevista reciente: Podemos, decía, tiene que decidir “qué quiere ser de mayor”. También decía entonces el dirigente de Podemos lo mismo que acaba de escribir en Twitter: “Debemos seducir a los que no vibran, a los que no les alcanza con la épica”. ¿Seducir?, venía a preguntarse Iglesias a modo de réplica en la misma red social. Nada de eso, más bien todo lo contrario: “El día que dejemos de dar miedo a los sinvergüenzas, seremos uno más y no tendremos ningún sentido como fuerza política", escribía el secretario general.

Cuando se tienen 5 millones de votos votos cabe hacer con ellos dos cosas: utilizarlos para gobernar o utilizarlos para molestar

La controversia entre los dos principales referentes de Podemos no es meramente táctica, ni siquiera estratégica: es más bien metafísica porque tiene que ver con el ser mismo de la formación. El partido morado todavía no ha respondido a la pregunta de qué quiere ser de mayor: una pregunta que es irrelevante cuando se tienen 500.000 votos pero crucial cuando se tienen cinco millones. Cuando se tienen todos esos votos cabe hacer con ellos dos cosas: utilizarlos para gobernar o utilizarlos para molestar. Eso es lo que, en el fondo, Podemos no ha decidido todavía, y el ‘caso Pérez Royo’ fue, más allá de la torpe gestión del mismo, una ejemplificación de ese dilema: un dilema que en el fondo no es más que una variación más de la antigua y enconada pugna entre socialistas y comunistas.

Un Cañamero y un Pérez Royo en la misma candidatura pueden estar en la oposición pero no en el Gobierno

¿Durante cuánto tiempo pueden convivir en un mismo partido una Carolina Bescansa que intenta fichar a Javier Pérez Royo para su cartel electoral y fracasa y una Teresa Rodríguez que propugna el fichaje de Diego Cañamero y tiene éxito? Aunque ambos se sitúen en la izquierda, es obvio que Pérez Royo y Cañamero están en las antípodas y por eso es tan significativo el hecho de que dirigentes muy relevantes de un mismo partido quieran contar con ellos al mismo tiempo. Del intercambio de pareceres en Twitter entre Errejón e Iglesias se desprende que el primero quiere que Podemos sea más PSOE y el segundo quiere que sea más IU. Planteado en términos crudamente electorales, el dilema es que con un Diego Cañamero y un Pérez Royo (o un Julio Rodríguez) en una misma candidatura electoral puedes estar cómodamente en la oposición durante años, pero no puedes estar ni un solo día en el Gobierno: o te quedas con uno o te quedas con otro, pero con los dos es imposible si tu vocación es gobernar y no solo protestar.