Antes de los campos de golf, de los puertos deportivos y de las excursiones culinarias, fue el contrabando. Pero no como postura casi poética, un punto irredenta, de ver la vida. No. Como medio puro y duro de supervivencia. No estamos ante una actividad de delincuentes sino de una manera de llenar estómagos vacíos y, a ambos lados de la Raya, la frontera entre Huelva y Portugal que dibuja con precisión el Guadiana, las historias de los contrabandistas, de los guardias civiles y los guardinhas portugueses, de la ideas y venidas de tabaco, café, telas, cuberterías, medicamentos o sal han marcado a decenas de generaciones desde mediados del siglo XVI a la dura posguerra. Realmente, hasta casi antes de ayer. Tanto que todavía hoy es fácil encontrarse con abuelos y abuelas –muchas fueron las mujeres que hicieron de este menudeo una forma de mantener a sus familias- que conocen bien las sendas que bordean al río y que llevan a los puntos de paso que se cruzaban a nado o con la ayuda de barqueros. Esta postal recrea este camino que, en realidad, son muchos, los que unen más que desunen los 15 municipios del Bajo Guadiana desde el Rosal de la Frontera y Serpa a Ayamonte y Vila Real de Santo António. Es, en realidad, una historia de frontera, por lo que nada tiene más sentido que comenzarla en Paymogo, bonito, lejano, casi desconocido e inolvidable. Su nombre proviene de su condición luso-latina: pagus, aldea en latín y mogo, señal que delimita un terreno, como la castellana mojón. Es decir, Paymogo, lugar fronterizo, aunque hay quien no resiste a añadirle un punto de mitología al asunto y recordar a un célebre mago de la comarca cuya fama cruzó la Sierra Morena onubense hasta dar nombre al ‘país del mago’. Sea como fuere, este precioso pueblo, cuya historia comienza a mediados del siglo XIII cuando fue conquistado por los Templarios que llegaron a la Península desde Tierra Santa, tiene decenas de lugares para perderse. Hábilmente, se ha señalizado un sendero de unos 8 kilómetros de recorrido, la Ruta del Contrabando, que partiendo del puente internacional del Chanza recorre una senda cruelmente bella tras los pasos de los mochileros y también de los molinos ribereños. En realidad, todo el entorno -la aún inexplicablemente oculta rivera del Chanza- está rodeado de sitios a descubrir, a pie o en bicicleta, con cultura, naturaleza y una tranquilidad impagable. Pero hemos de continuar. ESTATUAS, MUSEOS Y UN FADO Siempre en dirección al océano, justo cuando el Chanza desaparece en las aguas del Guadiana, nuestra siguiente parada descansa al otro lado de la Raya. Alcoutim, que pese a sus escasos 1.000 habitantes cuenta con coloridos campos de almendros en flor y su propia playa interior en la que no faltan sombrillas de paja y hamacas veraniegas, fue durante la posguerra una suerte de centro no oficial del contrabando hacia España. Tanto que hoy el pueblo, despojado de cualquier complejo, rinde homenaje a esos hombres y mujeres que se jugaron la vida en busca de su sustento con la estatua de un contrabandista, fajo al hombro y mirada decidida hacia la otra orilla, hacia la española Sanlúcar del Guadiana. Quizás para no desnivelar la balanza, no fue lejos de allí hay otra estatua: un guardinha también mira al río, aunque su actitud es bastante más contemplativa, romántica se diría, con la gorra calada con coquetería y la escopeta casi olvidada sobre la espalda. Tampoco hay que extrañarse porque las historias de persecuciones, disparos y muertes también se mezclan con las de guardias y contrabandistas jugando a las cartas, formando familias o pasando de uno a otro bando con facilidad pasmosa. En el cercano Museo do Rio nos cuentan algunas de estas leyendas, mientras que en el Granado, varios kilómetros ríos abajo, también nos cruzaremos con otra escultura en honor de los contrabandistas. El camino, es inevitable, no puede más que terminar entre Ayamonte y Vila Real de Santo António, donde todavía “en las noches de luna y clavel, sin rumbo por el río, entre suspiros una canción viene y va”. El fado de Carlos Cano, la historia de María la Portuguesa y “el querer de un andaluz” dan un sentido poético a las calles repletas de tiendas de mantelerías, albornoces, cuberterías y cortinas. Casi sin saberlo e ignorando a Ikea, Amazon, Zara Home y a todos los apóstoles de la globalización, miles de españoles siguen cruzando hoy el Guadiana para que sigan vivas las historias de sus contrabandistas. CÓMO ORGANIZAR EL VIAJE Lamentablemente, si se le pregunta a Google por la ‘senda de los contrabandistas o del contrabando’ nos invita a conocer un camino entre el mar Cantábrico y los montes del Bidasoa o, más probablemente, a visitar el Pirineo Aragonés entre Sallent de Gallego y de Canfranc. Sólo en una segunda búsqueda aparece la ruta de senderismo citada en Paymogo. Para comenzar a cubrir este vacío, la Junta de Andalucía publicó en 2013 una guía de itinerarios en el Bajo Guadiana que se puede obtener en este enlace y que incorpora un buen mapa para seguir los caminos de los contrabandistas. Además, ofrece mucha información útil sobre los municipios de la zona así como de dónde comer o dormir. ¿CUÁNDO VIAJAR? La ruta, que deberemos realizar en coche salvo los tramos de senderismo o los que discurren por el interior de los pueblos mencionados, es perfectamente accesible durante todo el año, no siendo el clima un factor determinante para su desarrollo. Hay que tener algo de cuidado con las crecidas del Chanza si se llevan a cabo actividades de naturaleza en la zona, pero poco más. ¿QUÉ COMPRAR? Es una ruta estupenda para acercarse a la rica artesanía de la zona y también a productos de calidad como los quesos y las setas. Dicho esto, que levante la mano quien no haya tenido un albornoz de Vila Real de Santo Antonio en su casa. 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