No sé qué es peor, si la mentira o la hipocresía; pero no estoy solo en mi estado de duda. De los mentirosos y poderosos tenemos un ejemplo muy reciente, el del expresidente Trump, quien logró convencer a millones de personas de sus patrañas, y propició que otros muchos dirigentes siguieran su ejemplo.

Del hipócrita se habla menos porque es más difícil de detectar. Miente sobre intangibles: finge cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente tiene o experimenta, como lo define el diccionario de la RAE. 

La pandemia ha aflorado una flagrante hipocresía sobre la vejez, la de los más exaltados ultraderechistas que clamaban en la primera hora contra la eutanasia y el asesinato de miles de personas mayores en las residencias y que, a renglón seguido, se burlaban de manera despiadada de la vejez de Biden porque era el rival de su ídolo. 

A un nivel más doméstico, algunos de los que por comodidad han dejado a sus mayores en residencias, han sido los que más han exteriorizado su dolor en esta penosa travesía a la que no le vemos el fin.

Hipocresía política es defender la penalización absoluta del aborto y negar la violencia contra las mujeres, oponerse a la legislación sobre la eutanasia y burlarse del pacifismo y un sinfin de otras muchas incongruencias.

Hipocresía confesional es la que practican algunos credos que censuran en otras religiones lo que no practican en el suyo, por ejemplo, en lo que se refiere a los derechos de la mujer en sus respectivas iglesias.

De las élites se suele decir que son hipócritas, casi por naturaleza, pero es un defecto que está muy arraigado en la personalidad humana en todos los estratos sociales. Ahora que tenemos más tiempo para la reflexión hay que hacerse mirar el hipócrita que todos llevamos dentro, si queremos de verdad construir unas relaciones humanas más sinceras y consecuentes.