Cuando un presidente del Gobierno que se queda sin mayoría parlamentaria le dice a la gente que quiere agotar la legislatura pensando en el interés nacional aunque ello le perjudique electoralmente, no te quepa duda, cándido ciudadano y desocupado lector: ese presidente te está engañando. Mas sé indulgente con él: no te miente por maldad sino porque, como todos nosotros, también él es esclavo de las convenciones sociales y piensa que nadie ganaría nada la verdad. No en vano la hipocresía es el arma de cohesión masiva más eficaz que se ha inventado.

La decisión de anticipar unas elecciones es ciertamente muy delicada y, por tanto, es natural que quien ha de tomarla adopte cuantas cautelas tenga a su alcance. La ley de hierro por la que se rige tal decisión es la misma desde hace muchas décadas y puede enunciarse así: ‘Elíjase la fecha que tenga más posibilidades de garantizar la reelección del presidente’. Esa es la realidad y lo demás es literatura. O periodismo. O puro blablablá.

Por eso cabe decir con bastante justicia que Juan Manuel Moreno Bonilla lleva varias semanas de blablablá. Primero: adelanto, no adelanto, adelanto, no adelanto…; después: junio, octubre, junio, octubre…; más tarde, 12, 19, 26 de junio… La primera vez el juego de adivinar dónde estaba la bolita nos pareció bien, la segunda más bien nos impacientó, las siguientes nos irritaron y las últimas nos tienen hasta la coronilla. ¿Hasta cuándo, Juanma Moreno, abusarás de nuestra paciencia?

Los argumentos para adelantar o no adelantar también han ido variando: primero fue la supuesta pinza del PSOE con Vox lo que obligaría a convocar y ahora son los presupuestos de 2023, que urgiría elaborar para afrontar las emergencias inflacionarias derivadas de la guerra de Ucrania y que no daría tiempo a aprobar si las elecciones fueran en octubre y no en junio.

La pinza imaginaria era una excusa más bien grosera. Tras la defección de Vox, el Gobierno de PP y Cs se enfrentaba no a una pinza rojiparda sino a algo tan común en política como quedarte en minoría porque uno de tus socios ha dejado de serlo. Gajes del sistema representativo.

Estar en minoría en el Parlamento se parece a ser pobre en esta vida: no es deshonra pero es desgracia. Sin embargo, el presidente Moreno interpretó su indigencia parlamentaria justo al revés: se la tomó como deshonra y simuló que no había tal desgracia. Adelantar las elecciones, debió pensar, era admitir que no había sido capaz de conservar la estabilidad de la que, prisionero de la honrilla del novato, tanto había presumido durante todo su manato.

Agotar la legislatura era una cuestión de honor. De honor combinado con codicia, pues, aunque en diciembre las encuestas eran muy buenas al PP, en San Telmo debieron pensar que unos meses después serían todavía mejores. Por desgracia, las encuestas no confirman las expectativas dictadas por la avaricia electoral de presidente: el PP sigue aventajando al PSOE entre 8 y 10 puntos, pero ha menguado drásticamente su ventaja sobre Vox, que ya suma en torno al 20 por ciento de los votos.   

En vez de reconocer su desgracia parlamentaria y actuar en consecuencia convocando elecciones, Moreno se inventó la excusa de la pinza. Como no ha funcionado, la ha sustituido por los presupuestos de 2023, que también lo son aunque en este caso se trata de una excusa más trabajada, un pretexto con un cierto grado de sofisticación argumental pero de consistencia igualmente dudosa, ya que el proyecto de ley presupuestaria podría empezar a elaborarse ya mismo, ultimarse antes del verano y aprobarse tras las elecciones de octubre, hacia diciembre de 2022 o enero de 2023, introduciendo las modificaciones que exigiera la aritmética parlamentaria salida de las urnas.

Descartado el 12 de junio, todavía quedan libres el 19 y el 26. Si el presidente opta por el 19, tendrá que firmar el martes 26 de abril el decreto de disolución de la Cámara; si opta por el 26 de junio, la firma se quedará para el 3 de mayo, martes de Feria en Sevilla. Cuando el profesor Moreno despeje por fin la dichosa incógnita, toda la clase volverá a preguntarse si valió la pena haber perdido tanto tiempo prestando atención a una pizarra repleta de ecuaciones pueriles.