Cuenta la leyenda que Gaspar Zarrías Arévalo, el Gran Gaspi, nacido socialista, estaba en el mismo día y casi a la misma hora en Ayamonte y en Pulpí con sobrado material que lo prueba: fotos de prensa, entrevistas radiofónicas, testimonios de nativos y camaradas del partido.

No hay ninguna duda de que Gaspar Zarrías poseía el don de la ubicuidad política, un poder consistente en que todo lo que se decretaba, legislaba o negociaba en el orbe andaluz provenía de su inagotable manantial de inspiración política mientras Chaves contemplaba desde San Telmo los hermosos atardeceres de Andazulía.

Consejeros y consejeras de rango, picados por mordisco de los celos, conspiraban en las sombras por debelar el enorme poder de  Zarrías. Y alguna vez lo intentaron: seguramente Mandalena, seguramente Carmen Calvo, mortales enemigas entrambas pero unidas por el mismo afán, hartas de que el consejero de Presidencia se metiera en las cocinas (presupuestos, consejillos, nombramientos) de su ropa interior.

Y ya nada digamos de cuando hubo que gobernar en coalición. Dicen los que saben de esto que Antonio Ortega, una buena persona, se retiró en el paraíso de Sanlúcar para recuperarse de las gravísimas magulladuras políticas que le procuraron los años del “comité de enlace”, metáfora con la que se designaban las idas y venidas de Ortega al despacho de Gaspar para pastelear las decisiones, en las que, invariablemente, siempre ganaba el segundo por varios palmos a pesar de su estatura. Algunos historiadores sitúan en este preciso punto el definitivo principio del fin del andalucismo andalucista. Mi altocargo cree que también.

En estos tiempos de tribulación, el mito Zarrías ha encontrado réplica en Elías Bendodo, quien ha sido capaz de realizar un milagro no menos milagroso: toda Málaga en San Telmo. Ya no hay que ir a Málaga para estar en Málaga, sólo hay que pasarse por el despacho de Bendodo, que debe ser la misma fábrica donde Gaspar,  el sitio donde se clonan los superconsejeros.

Bendodo se está tomando cumplida venganza de siglos de centralismo sevillano y se ha inventado y puesto en marcha un centralismo malagueño, nombrando a todo lo que huela boquerón para cuantos cargos sea menester. Un centralismo malagueño que para inri y descojone se ejerce en y desde  Sevilla con todo el afán.

Apuntan los nuevos sabedores de la geografía política del Gobierno andaluz que todo él es Bendodo, que no hay papel ni destino ni delegado ni conspiración en la que no esté su sello, mientras el presidente Moreno contempla los bellos atardeceres de Málaga desde el balcón que mira al Guadalquivir.

Tampoco (hay) barra ni sobremesa ni tertulia en la que los nuevos listos de siempre se pidan un dry martini muy seco mientras te dejan caer que aquí la brújula es Bendodo, que la gente se ha orientado rápido y que ya se saben de memoria el caminito y la ventanilla de la verdad. Pasando por Málaga, naturalmente.

Mi altocargo, que sabe lo suyo de consejeros de Presidencia, cree que no se trata de milagros propiamente dichos y que las leyendas, como los tópicos, nacen más de la transpiración que de la inspiración.

Lo único que nos falta, amore, me dice con su punto malafollá, para completar la prodigiosa clonación es identificar al propio  de Ciudadanos que acabará en Sanlúcar de Barrameda. Sic transit gloria mundi.