Ahora que tanto se lleva eso de la re-fronterización de Eurasia, América, África y Oceanía; ahora que el barrido de aranceles y fronteras que en su tiempo predicó y adoptó la Unión Europea ha pasado a mejor vida; ahora que el internacionalismo, aunque sea burgués, ha dejado de prevalecer en nuestras vidas cotidianas; ahora que cualquier presupuesto gubernamental se aprueba tan lleno de cortapisas económicas, políticas y sociales; ahora es la hora de nuestra verdad y acaso también de nuestras mentiras y casi todos podremos llamar de una vez por todas al pan pan y al vino vino, como mandan los cánones sagrados, y delimitar el frío invernal del pre-primaveral y el crudo invierno de la agradable primavera.

Por ejemplo ¿cómo es que está nevando tanto, dada la teoría del calentamiento imparable de los casquetes polares? ¿y cómo es que la sequedad tradicional de la vieja España se ha tornado humedad benéfica este año en un santiamén apenas al saltar el bardal del invierno, y cuando todavía febrero nos permite y exige la poda de las plantas invernales catatónicas y los injertos de los árboles frutales suspendidos de empleo y sueldo de la savia primaveral?

Queremos pensar y creer que a enero se le anticipan los augurios del Carnaval y que este mismo mes se sumerge en la primavera a través de doña Cuaresma, por lo que febrero es como el bardal, la tapia, el muro que, de ser Donald Trump como el mismo Dios, le hubiera gustado levantar entre yanquis y mexicanos apestosos para mantenerse aquellos puros y predominantes y a salvo de estos, mezclados y predominados.

Por eso me siento andar por el mismísimo parteaguas o bardal del invierno que aquí en Granada se caracteriza por estar La Vega y todos los cármenes y huertas en plena actividad de sus agricultores y jardineros y llegar al mercado las primeras habas de Graná, con ese picor característico en el paladar pero todavía desiguales, demasiado grandes unas, demasiado pequeñas otras, como por el ensalmo de los calores anticipados y de los fríos retrasados, allá en las solaneras de la Vega y del Monte Sacro. Y eso mismo andará ocurriendo con las alcachofas, las collejas y los espárragos trigueros, sobre todo en sus versiones silvestres, que tanto alegran el paladar en los guisos tradicionales de esta época como son las ollas y potajes y los pucheros de Carnaval, Curesma, Vigilia y Semana Santa, platos veganos y de entretiempo, mixturas de frutos verdeantes crudos, cocidos y a veces aderezados con sus correspondientes engañifas al calor del fuego del hogar.

Y eso mismo de las permanencias invernales y de los atisbos primaverales ocurre con la política, con las veleidades de futuro de Ciudadanos y del PSOE, tan proclives a facilitar la gobernanza por medio de una Gran Coalición con el PP, más castigado y desigual que las primeras habas de Graná; con el dulzor y el picante de alcachofas, que dejan el paladar inundado de pimienta y dulzor, y con el amargor de los espárragos trigueros, hijos silvestres aclimatados a balates y acequias y luego domesticados en bancales de riego por el caeite que los fríe junto a un huevo de gallina de corral, como una candidatura de Podemos y otra de ERC, domesticadas por las exigencias de otra campaña electoral con o sin Puigdemont, las pencas bien chupadas de unos alcauciles o cardos...

Y para terminar, el paradigma de los parteluces gastronómicos fronterizos, que podía ser la Puerta de Brandenburgo de cualquier muro berlinés, siendo en verdad el potaje halal de bacalao, espinacas y garbanzos, con solo picatostes y unas ñoras pasadas por el mortero, sin mezcla de cerdo impuro alguno al eatilo de la manduca magrebí de un paso fronterizo hispano-marroquí, por las frontras respectivas con Ceuta o Melilla; total, una coalición electoral para aprobar a Montoro los Presupuestos Generales del Estado con el PNV u otra con Coalición Canaria (adobada con mojo picón o con el famoso chumi churri) añadiendo, eso sí, un buen vaso de té chino verde, azucarado a la moruna, para calmar la sed de paz y justicia social y aderezado con verduras de Tolosa, tan cerca de Calanda y de la ribera izquierda del Ebro donde la celebración tamborera cuaresmal se hace al estilo vegetal buñuelesco: navarro-aragoneses, riojanos y vascongados, temblando todos por la exclusividad de sus fueros y privilegios medievales, ojo, que vienen por ellos los catalanes y, si no, Susana Díaz, que tampoco es mal pico reclamante de igualdad. 

Y habrá que refundar España, la democracia varada en un bardal entre los siglos XIX y XX, que ya va siendo hora de repasarla y repensarla, joder, en términos del siglo XXI.