Puede que en su declaración institucional de ayer sobrara alguna de las tres, tal vez cuatro, menciones de Juanma Moreno a la lealtad de la Junta de Andalucía con el Gobierno central en la crisis del coronavirus, pero, más allá de esa muletilla profiláctica, el discurso del presidente andaluz anunciando medidas contra la pandemia fue políticamente impecable.

No hubo en él ni una sola crítica a otros partidos, ni el más leve reproche a la gestión del Gobierno central ni a su presidente Pedro Sánchez. Y eso que no es improbable ni, desde luego, imposible que Moreno considere que la Moncloa no haya podido equivocarse en algo o en mucho, pero el líder andaluz supo comportarse como había que hacerlo en un momento tan dramático para el país: fue severo pero no alarmista, deferente pero no obsequioso, optimista pero no iluso.

Moreno controla

Las medidas anunciadas por Moreno eran de tanto impacto social y económico –clausura de toda actividad docente, cierre de teatros, museos o monumentos, recomendación de no salir de casa…– que se entiende y hasta puede disculparse su insistencia en recalcar que la Junta solo hacía que seguir las indicaciones del Ministerio de Sanidad, inspiradas a su vez en las sugerencias de la Organización Mundial de la Salud.

En todo caso, seguro que la mayoría de los andaluces, voten a quien voten, se lo agradecieron, aunque los más aliviados debieron ser los simpatizantes del Partido Popular que unos minutos antes hubieran escuchado la comparecencia del presidente del partido, Pablo Casado. Por fortuna, Moreno no siguió los torpes, irresponsables y sectarios pasos del borroso líder de su organización.

En contraste con su jefe nacional, Moreno apeló paternalmente al civismo de los andaluces: "Todo este esfuerzo no servirá si no aplicamos esa misma disciplina social a nuestro día a día modificando nuestros hábitos (…), si no es imprescindible [salir], quedémonos en casa en la medida de lo posible"; no se regodeó en el pesimismo, que sustituyó un mensaje esperanzador: "Nuestra historia está llena de desafíos superados con éxito. Aún no puedo decirles cuándo, pero lo conseguiremos: sí puedo decirles una cosa y es que ello dependerá de la unión de todos que lo consigamos cuanto antes"; no le dolieron prendas a la hora de sumarse a sus adversarios políticos en el Gobierno de España: "Debemos atender al principio de lealtad institucional y de unidad de acción que nosotros mismos venimos reclamando y que hoy hemos escuchado también en las palabras de Pedro Sánchez".

Casado derrapa

En una comparecencia extraordinaria pasadas las ocho de la tarde, apenas media hora antes que la del presidente andaluz, Pablo Casado dijo casi todas las cosas que un líder serio nunca debe decir en una circunstancia nacional tan comprometida como esta del coronavirus: calificó las medidas del Gobierno de “tiritas que no van a tapar la hemorragia”, aunque no tuvo el coraje de proponer una flexibilización generosa del déficit, que es lo que se requeriría para liberar un volumen de gasto público acorde con la “hemorragia” económica; aludió, de paso pero no sin vileza, a la gestión por el Gobierno de Zapatero de la crisis económica: "Para el PSOE las crisis son pasajeras, pero las consecuencias son duraderas"; dijo estar más preocupado ayer que el martes cuando escuchó por primera vez a Sánchez hablar de la crisis; acusó al presidente de “parapetarse en la ciencia para no tomar decisiones”; y se negó en redondo a facilitar unos Presupuestos Generales del Estado que el país necesita con urgencia y que, aun con condiciones, hasta Inés Arrimadas se mostró dispuesta a posibilitar.

¿Por qué ese discurso torpón, populista y desleal de Casado? Muchos cuadros y dirigentes del PP debieron de preguntárselo; no así muchos cuadros y dirigentes de Vox, seguro que encantados de escuchar en boca del primer partido de la derecha cosas que parecían escritas por el segundo. El mismo segundo partido que, como Casado siga ejerciendo de Casado, pronto será el primero.