Ven tesorillo, anda, acurrúcate aquí (con mi brazo cosido a tu espalda/no tengo por qué mirarte/los ojos no me hacen falta, sonaba Aute, todavía), hay chimenea, hay libros, hay un periódico de papel (todavía), afuera llueve manso pero firme en este otoño que se parece a los de la infancia.

Ven, me dice, verás: ¿te acuerdas de mi tío (el tito) Manolo y de mi tía (la tita) Pepa, los de Barcelona, los pobres ya muy mayorcicos, muy viejecicos, tengo que ir a verlos antes de, ya son muchos achaques, él en una silla de ruedas, ella apenas puede moverse.

Su historia es el tráiler de millones de vidas de andaluces. En los años sesenta y setenta del siglo pasado, vagones llenos de mano de obra desesperada y de maletas de cartón atadas con guita. Mi tía Pepa se fue sola, harta de los sitios pequeños y de los ruidos grandes.

Se conocieron allí, en la fábrica. El era de una cortijada de Almería, cerca de donde Lorca se inspiró para Bodas de sangre, una cortijada de tierras pardas, de barrancos con el vientre seco 

Su madre le había parido con 15 años y se quedó viuda y como la tita Pepa era algo, tal vez bastante, mayor que él, pues iban los tres juntos a todas partes y en casa nos reíamos porque no se sabía muy bien quién era la suegra, quién la esposa y el tito Manolo emparedado entrambas.

Volvían muchos veranos, cargados de juguetes baratos del todo a cien para mi hermanillo chico, que se pegaba a ellos y se ponía morado de chuches y cocacolas el muy bribón.

Estaban muy ufanos de ver TV3, de ser rabiosamente culés, de votar socialista, de haberse comprado un coche ranchera, dicho todo en ese dialecto charnego/catalán que cundió entre los barrios obreros del cinturón industrial donde corría el caballo y la rumba de Peret.

No tuvieron hijos y lo que queda ahora es una vejez octogenaria encerrada en un cuarto piso sin ascensor. Dice el tito Manolo que gracias a unos amigos extremeños que ni siquiera son de su bloque pero que se acercan todos los días y les bajan la basura y les hacen la compra y lo dice con una voz quebrada de emoción porque la tita Pepa está perdiendo la memoria y el habla.

Dice el tito Manolo que ya no votan, que los políticos politiquean para salir en la televisión, que si pudieran se volverían al pueblo pero para qué, si casi todos los de entonces ya se han  muerto hace rato.

Dice el tito Manolo que está harto de pujoles, arturosmas, puchidemones y junqueras (sic) pero que lo del derecho a decidir que no lo ve tan mal. Cuando a mí te toque, dice, voy a decidir que nos pongan un ascensor.