Ay, Juan José, Juan José,/ quién te ha visto y quién te ve,/ ayer mártir ejemplar,/ flor de la raza calé,/ ayer padre devastado,/ espejo en que se miraban/ familias de buena fe;/ ay, diputado Cortés,/ quién te ha visto y quién te ve,/ ayer ejemplo del mundo/ y hoy mendigando un puesto/ en las listas del PP.

Disculpe el paciente lector este arranque seudolorquiano en romance macarrónico para situar a un personaje cuya templanza emocional deslumbró al país en aquel enero de 2008 en que el asesinato brutal de su niña Mari Luz por el pederasta Santiago del Valle estremeció a todo el país.

Sobria encarnación del andaluz cabal en aquellos días helados, Juan José Cortés no dejó que su condición de padre devastado por el dolor se impusiera a su condición de ciudadano juicioso que se limitaba a reclamar justicia y nada más que justicia.

Corto, medio y largo plazo

Lo que tan acertadamente había sido capaz de gestionar a corto plazo, no supo, sin embargo, gestionarlo a medio y largo plazo. Su campaña cívica para exigir el endurecimiento de las penas de prisión para los pederastas, en la que llegó a reunir más de dos millones de firmas que entregó al presidente Zapatero en septiembre de 2008, no pasó desapercibida a la avidez de los partidos, que acabaron disputándose a un Cortés evidentemente poco diestro en el manejo de las claves de la política.

Militante hasta febrero de 2010 en el PSOE, con el que acabaría desencantado porque la organización no compartía sus exigencias de endurecimiento drástico del Código Penal, tras rechazar en septiembre de 2009 la propuesta de UPyD de encabezar la candidatura por Huelva a las municipales previstas para 2011, unas semanas después de darse de baja como afiliado socialista aceptaba una oferta tentadora del PP: asesor del partido en temas de Justicia.

Con Javier Arenas como mentor y Mariano Rajoy haciendo tareas de padrino, el hasta dos años antes carismático pero desconocido pastor evangélico comenzaba formalmente una carrera política que la mayoría de observadores auguraba prometedora, pero que se vio súbitamente truncada por su implicación, junto a otros familiares, en un tiroteo ocurrido en septiembre de 2011 en su barrio onubense de El Torrejón.

Aunque sería absuelto por la Audiencia de Huelva en 2014, recuperarse de aquel grave tropiezo le costó años. Ni siquiera su fichaje en 2012 por el alcalde de Sevilla Juan Ignacio Zoido como asesor en asuntos sociales logró rehabilitar su imagen pública.

Muy involucrado en la campaña a favor de la prisión permanente revisable, que el Congreso aprobaría en 2015 únicamente con los votos del PP, el último episodio de su periplo político fue toda una sorpresa: para disgusto de no pocos dirigentes y afiliados del partido en Huelva, el flamante presidente del PP Pablo Casado sacrificaba a la exministra sorayista Fátima Báñez para convertir a Cortés en cabeza de lista para el Congreso en las elecciones del pasado 28 de abril.

Yo ya no soy yo ni mi casa es ya mi casa

Pero el Cortés de 2019 ya no era el Cortés de diez años antes. Es más, la apuesta de Casado a punto estuvo de fracasar: Juan José logró su acta de diputado pero lo hizo por los pelos y con un PP cuya caída libre el nombre del padre de Mari Luz no fue capaz de frenar ni siquiera un poco.

Está por ver ahora si la veloz galopada del jinete Casado desde la derecha dura hacia el centro no se lleva por delante a Cortés, abanderado de una causa como la prisión permanente revisable cuyo fulgor electoral parece en franco retroceso. ¿Sacrificará Casado a Cortés? Su defenestración le saldría gratis electoralmente; y orgánicamente, no digamos. Lo único que puede salvar a Cortés es la decencia de Casado, único responsable de una apuesta que no salió bien pero que el decoro político y la gallardía personal lo obligan a mantener.

Puede que el pastor gitano no haya sabido estar durante todos estos años a la altura de la bella imagen que el país se hizo de él en aquel lejano 2008, pero, aunque solo sea por haber llegado a ser quien fue, no merece acabar convertido en un juguete roto de la política.