La fábula de la liebre y la tortuga siempre dio mucho juego en política. La formación Vox y su candidata Macarena Olona se adjudicaron a sí mismas el comprometido papel de liebre en las elecciones andaluzas del 19 de junio, convencidas ambas de que al llegar a la meta les esperaba el premio gordo no de la victoria electoral pero sí el de la entrada triunfal en el palacio de San Telmo. Olona y Vox menospreciaron las virtudes de la humilde 'tortuguita Juanma', quien, pasito a pasito, les robó como 100.000 de los casi 500.000 votos que habían cazado en 2018.

El convencimiento de Vox de que, sí o sí, el PP los necesitaría para gobernar era tal que su jefe de filas Santiago Abascal convirtió anticipadamente a su candidata no ya en vicepresidenta sino incluso en presidenta de la Junta de Andalucía: “Si usted me pregunta por Macarena Olona, le tengo que decir que cada vez le veo más cara de presidenta" (22 de abril de 2022). Dos meses después, la fábula de la liebre y la tortuga se tomaba su venganza.

La noche del 19 de junio llegaría La Gran Decepción para la ultraderecha, el primer revés verdaderamente para un partido solo cinco meses antes había exhibido músculo electoral en las autonómicas de Castilla y León, donde el inverosímil candidato Juan García-Gallardo había logrado los votos suficiente para convertirse en el no menos inverosímil vicepresidente Juan García-Gallardo, la más alta magistratura institucional obtenida por los ultras ibéricos.

Pero ni Andalucía era Castilla ni Moreno era Mañueco. Tampoco Olona era Gallardo, si bien con ciertas particularidades. En Olona se adivinaba mucha más inteligencia que en Gallardo, pero no tanta como para comprender la crucial importancia de mantener a los mastines de la soberbia bajo estrecha vigilancia. Gallardo puede que no sea un tipo muy listo, pero parece conocer sus límites desde siempre. Olona no los conoció hasta la aciaga noche del 19-J.

Aquel día, Vox se estrelló pero no se mató. Perdió 100.000 votos y dos escaños; en realidad, 396.000 votos en el zurrón y 12 diputados amarrados en el Parlamento no es mal balance para una montería electoral; lo malo fue que la tortuguita Juanma pulverizó todos los récord, alcanzando la meta en solitario mientras la liebre Macarena sesteaba entre las plumas de su arrogancia.

Aun así, seis meses después de Aquello, Vox sigue tan vivo y peligroso como siempre. Estrellado pero no muerto. Las encuestas no dejan lugar a dudas: los de Abascal se mantienen en una horquilla de entre el 14 y el 18 por ciento de los votos, mientras que el PP de Alberto Núñez Feijóo se sitúa en el entorno del 30 por ciento, muy lejos del porcentaje que le garantizaría una mayoría lo bastante holgada como para prescindir o al menos no depender demasiado de Vox.

Tras el batacazo del 19-J, Vox no acaba de levantar cabeza en Andalucía, aunque -mal de muchos, etc., etc.- en ese estado semicatatónico no está solo: el Partido Socialista y Por Andalucía están más o menos igual que los ultras. Aquel día Moreno los mandó a todos a la unidad de quemados. Hay tortugas que parecen dragones.