Cada vez que el tintineo de las medallas y las poses del 28-F ocupan el decorado de la vida civil mi altocargo y yo atravesamos la tierra de poniente a levante  (“la tierra de los hombres sin tierra: ha sido un prurito de la burguesía terrateniente andaluza tener tantos cortijos como hijos”, escribió Artola).

Supongo que hemos terminando entendiendo, por decantación, que la mejor manera de homenajearnos ahora como andaluces es hacernos un idem y dejar que el primer sol de la presentida primavera nos bañe con esa luz que en el Mediterráneo de por allí parece de mentira.

No siempre fue así, es más, teníamos la impresión (el plural puede que sea mayestático) de que el 28 F con todos sus abalorios discursivos y su abundamiento de cargos no podría celebrarse sin nosotros. Allí estaba yo, radiante y andaluza a tiempo total. Allí estaba mi altocargo, más guapo que Coronado, con su traje azul de ojo de perdiz irradiando glamur institucional.

La emoción de los premiados, las palabras cargadas de poesía, el buen rollo del personal, el catering gratis total, departiendo gustosamente con los presidentes, los consejeros y los javieres arenas, siempre con su maravillosa sonrisa de perdedor interminable. Acabábamos la tarde por el centro, seguramente Capitol, ebrios de nosotros mismos.

O sea, la autonomía en todo su esplendor, nada que envidiar a los catalanes y sus tristes sardanas tristes: San Telmo le da tres mil vueltas al Palau de la Generalitat y eso que aún no sabíamos que Pujol y el independentismo era una cosa que se hace golfeando.

De pronto un 28-F al que no fuimos. Fue depresivo descubrir que no solamente no se suspendió sino que al parecer nadie notó nuestra ausencia, al parecer nadie preguntó por nosotros, al parecer la gente se emocionó igualmente igual, al parecer el catering fue extraordinario y al parecer Javier Arenas seguía sonriendo tan encantador en sus derrotas. Desde entonces, Chaves todavía presidente, buscamos el levante andaluz donde los diminutivos se nombran en ico..

Ahora resulta que la épica autonómica son las jornadas de puertas abiertas del Parlamento, porque seguramente es lo que tiene que ser. El guiño agradable de la historia es ver a los nietos del franquismo sociológico, cuyos abuelos aborrecían la verdiblanca, acercarse al andalucismo con parecido afán y los mismos jerséis anudados al cuello que cuando van a misa de doce.

Por ahí afuera, Madrid, Barcelona (Cifuentes, Rufián los últimos) la cosa no cambia: nos siguen arreando con el mantra de jaraneros subvencionados. Y eso que no saben de aquella chirigota de los Yesterday del siglo pasado: andaluces levantaos/que son más de las doce y diez/ daros prisa que a la una/cierran las oficinas del Inem.   El tiempo se ha dado la vuelta. Debutamos con el reclamo de la Reforma Agraria Integral y ahora levitamos con la Elegía del Emprendimiento. Por el camino se quedaron La California de Europa y la Andalucía Imparable.

Mi altocargo se pone en modo nostálgico/reivindicativo: es de idiotas (o de enfermos), amore,  negar que la autonomía ha sido la herramienta con la que hemos cosido los mejores años de nuestra historia y que aquella Andalucía “alegre y pobre”, del analfabetismo, hambruna y represión se quedó en los libros.

Y sin embargo seguimos teniendo a Carlos Cano en los labios (se acabe el paro y haiga trabajo)  Y sin embargo, el regomeyo de la desigualdad nos desvela. En el espejo del medallero del 28-F posan juntos jornaleros y duquesas. Andalucía es un inmenso oxímoron lleno de guiris y de costaleros, princesa.