Hace más de un siglo, cuando España vivió una coyuntura de crisis, entonces al amparo de la pérdida de Cuba y Filipinas, surgió una corriente que de modo genérico se calificó de regeneracionismo, que sin embargo no consta de una única vía, sino que está compuesta a su vez por diferentes maneras de enfocar la alternativa a la que la historiografía denomina como crisis del 98. Entre los intelectuales que dieron respuesta a los problemas del momento, sobresale la figura de Joaquín Costa, de cuya obra se han hecho distintas interpretaciones, pero sin duda una de las partes que se convirtió en recurrente en diferentes momentos de nuestra historia, fue su planteamiento de que en España era necesaria una “política quirúrgica”, y que para ello se necesitaba “un cirujano de hierro, que conozca bien la anatomía del pueblo español y sienta por él una compasión infinita”. Defendía el pensador aragonés que ese personaje, al que no duda en calificar de “libertador”, no tenía que hacer nada de extraordinario, excepto garantizar “personalmente” (y subrayaba en especial esta palabra) la efectividad de la ley, porque esa sería la manera de llevar a cabo una revolución pacífica que garantizara el predominio del interés general sobre el particular.

Como es bien conocido, de aquellas palabras de Costa en 1902 en el Ateneo de Madrid, se harían eco incluso aquellos que justificaron el golpe de Primo de Rivera, a quien no dudaron en presentar como el esperado “cirujano de hierro”. Ahora, transcurridos más de cien años, y ante una crisis que tiene caracteres muy diferentes a la de finales del siglo XIX, las palabras de los sectores más conservadores parecen seguir esa vía de reclamar la intervención quirúrgica, en este caso de la mano de medidas económicas que, según dicen, pueden salvar al país enfermo. Los nuevos cirujanos son tecnócratas que con frecuencia hablan de datos y no de personas, que apelan de continuo a que saben lo que deben hacer, sin que los ciudadanos tengamos aún noticia de qué quieren hacer, más allá de lo que nos llega en forma de peticiones ¿o exigencias? de la Alemania de Merkel. Se nos había dicho que el problema de España estaba en que había un gobierno socialista presidido por Zapatero, y que la victoria del PP tendría no solo un efecto terapéutico sino también taumatúrgico, pero ni llegan las medicinas ni tampoco los prodigios.

No me cabe la menor duda de que la campaña popular de las elecciones andaluzas va a estar marcada por esa misma línea. El problema será el gobierno socialista, y Griñán; la solución estará en un gobierno popular, y en Arenas. Pero no dirán cuáles son sus recetas, ni sus remedios, ni sus soluciones. Frente al vacío, rellenado con datos sobre el paro y la financiación de los ERE, solo cabe contraponer la propuesta de ofrecer como solución lo mismo que, por las mismas fechas que Costa, escribía Ramón y Cajal. Este científico español señaló en un artículo cuál había sido el problema del fracaso en la guerra de Cuba, y asimismo proponía una serie de remedios, casi todos ellos centrados en el ámbito de la educación: “Transformar la enseñanza científica, literaria e industrial, no aumentando, como ahora está de moda, el número de asignaturas, sino enseñando de verdad y prácticamente las que tenemos”. Abogaba por el desarrollo de la ciencia aplicada, por la modificación de los presupuestos, por mejorar las dotaciones de facultades y bibliotecas, por la mejora de la formación del profesorado. En definitiva, recomendaba que nos pusiéramos a trabajar, porque desde su punto de vista era preciso “regenerarse por el trabajo y por el estudio”. Frente a los defensores de los cirujanos, cabe presentar a quienes pretendan seguir esa línea del científico español y defiendan la idea de que su acción política está guiada, en palabras de Azaña,  por una “inteligencia activa y crítica”.