Sería un error por mi parte intentar comparar la política desarrollada en este último año con la del gobierno socialista en ese mismo periodo, sobre todo porque las circunstancias socioeconómicas son bien diferentes, aunque tampoco eran especialmente buenas en aquel momento del pasado siglo. Y sobre todo porque hay un punto de partida bien distinto: en 1982 por primera vez un partido de izquierdas podía gobernar en nuestro país sin apoyos de otros partidos (algo que no había ocurrido por ejemplo en la II República), mientras que en 2011 se producía una vuelta al poder de un partido de derechas, algo que no ha sido extraño en la vida política contemporánea de nuestro país, y ni siquiera lo era dentro del sistema constitucional instaurado con el texto de 1978.

Existe también otra diferencia significativa. Felipe González era un político joven, sin experiencia apenas, por cuanto su partido había pasado de la clandestinidad a convertirse en 1977 en la primera fuerza de la oposición. Pronto demostró que era un parlamentario brillante, pero llegó a la cabeza del ejecutivo sin haber transitado antes por ninguna otra instancia de poder. El caso de Mariano Rajoy es bien diferente, puesto que ha realizado una especie de “cursus honorum” que lo ha llevado por todos los niveles de la política: municipal, autonómica, parlamentaria, gobierno. En este último incluso ha ocupado varios ministerios y la vicepresidencia del gobierno. Esto quiere decir, de entrada, que quizás se podrían comprender algunos de los errores del primero, y si no comprender al menos explicar desde la perspectiva de su inexperiencia, y sin embargo eso no nos sirve en el caso del segundo, que está obligado a tener un conocimiento de la vida administrativa y de la situación de España que hace incomprensible que en algunos momentos se pueda quejar de que no conocía cuáles eran las condiciones reales de nuestro país. De hecho, esa afirmación ya lo descalifica como gobernante.

En el primer año de gobierno socialista se decidió la expropiación de Rumasa, se acometió el inicio del proceso de reconversión industrial, se dieron los primeros pasos para una reforma del sistema financiero, culminó el proceso de constitución de los parlamentos autonómicos y se elaboraron los primeros proyectos para la reforma del ejército, de la universidad o de la educación obligatoria. En este último año, como Rajoy se ha encargado de recordar, se han acometido muchas reformas, si bien el presidente solo es capaz de defenderlas con otra pregunta cuando se le interroga por ellas, lo cual resulta inconcebible en un político que, como decía más arriba, ha tenido una larga trayectoria. Y así, ante la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, señaló que sin esas reformas España estaría peor, y respondía al periodista: “¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos tomado estas medidas?”. Es decir, el máximo responsable de la política española nos proponía un juego, que realizáramos ese ejercicio histórico que denominamos contrafactuales y que construyéramos una realidad a partir de algo que no ha pasado realmente.

Y para terminar con el ejercicio de comparación entre 1982 y 2011, hay que señalar que entonces, a pesar de la dureza de algunas reformas, siempre hubo una política social que a la larga ha servido para contrarrestar algunos efectos perjudiciales, y sin embargo en el gobierno del PP, como ya se vislumbraba en las autonomías que gobernaba, encontramos una ausencia de política social.

El tiempo dará y quitará razones, pero no olvidemos que, como escribió Ovidio, “tempus, edax rerum”, es decir, también es destructor de cosas.