El libro de titula ‘El oficio de resistir’ y lleva como subtítulo ‘Miradas de la izquierda en Andalucía durante los años sesenta’. Su objeto de análisis no es, pues, Cataluña, pero dedica dos lúcidos y bien documentados capítulos al impacto que tuvo la emigración andaluza en Cataluña y en la propia Andalucía, al tiempo que examina el fracaso de las propuestas políticas de un Jordi Solé Tura o un Alfonso Carlos Comín, en las que se propugnaba una síntesis “de las identidades andaluzas (y de otras regiones) de la inmigración con la catalana oriunda en un proyecto social, político y cultural integrador y de una ‘nueva Cataluña’. Eso, en cierto modo –continúa Aristu– se consiguió a finales de los años 60 y primeros 70 y supuso el gran proyecto alternativo al de la burguesía catalanista”.

Los colores del cinturón

Las últimas elecciones autonómicas catalanas han confirmado una tendencia que venía apuntándose desde hace más de un lustro: el cinturón rojo de la Barcelona metropolitana ha cambiado de bando. O casi. Cornellà, Santa Coloma, Hospitalet, El Prat, Viladecans, Sant Feliu… ya no votan mayoritariamente izquierda.

Las grandes ciudades de aluvión forjadas por las oleadas de inmigrantes sobre todo andaluces de los años 60 y 70 votan ahora a Ciudadanos, un partido vagamente centrista-derechista pero en todo caso férreamente españolista. El mapa históricamente rojo es ahora un mapa naranja.

El independentismo ha logrado imponer su agenda política, en el sentido de que le ha arrebatado al eje ideológico izquierda/derecha el papel estelar en la escena electoral catalana para sustituirlo por el eje identitario separatismo/unionismo, que siempre existió pero nunca fue hegemónico al norte del Ebro.

Un cierto déficit

El libro de Javier Aristu no es un paseo melancólico por la Andalucía o la Cataluña que pudieron ser y no fueron. Ni es tampoco un acta de defunción de nada: Aristu suma demasiados trienios como profesor y como antiguo dirigente del Partido Comunista de Andalucía, como para darse por vencido así como así.

El libro, escribe con modestia en el prólogo, consiste en unos “papeles” que tratan de la resistencia política, sindical y cultural en Andalucía al franquismo. En Andalucía… y en Cataluña, porque en aquellos años Cataluña comenzaba a transfigurarse profundamente merced a la inmigración andaluza.

Aristu lo explica así: “Durante aquellos años del desarrollismo franquista las relaciones entre andaluces y catalanes dieron lugar a uno de los fenómenos más originales y fecundos de la cultura política de la izquierda española. Creo que alguno de nuestros mayores déficits como andaluces y como personas de izquierda es haber perdido después la conexión peculiar con las ramblas culturales y políticas catalanas. Y lo mismo digo a la inversa: la política de Cataluña desaprovecha mucha energía cuando trata de aislarse de ese elemento constituyente que es lo andaluz, sea el integrado en su propia sociedad catalana sea el que habita y se desarrolla al sur de Despeñaperros”.

Periodista, estudioso, profeta

‘El oficio de resistir’, que acaba de publicarse bajo el doble sello del Centro de Estudios Andaluces y la editorial Comares,  rastrea las huellas de esa ‘doble nacionalidad’ de cuyo honroso mestizaje parece haber abjurado no ya el independentismo de matriz burguesa, sino la propia izquierda catalana en sus diferentes –y por supuesto enfrentadas– variantes.

La huella más profunda y duradera de la teoría del mestizaje pertenece al llorado Alfonso Carlos Comín, quien, primero desde Cristianos por el Socialismo y luego desde el PSUC, promovería un proyecto diferenciado del ‘catalanismo de toda la vida’, distinto –escribe Aristu– al “de un Prat de la Riba o un Cambó pero inserto en aquel hilo que desde 1903 había dado sentido a la burguesía catalana, una vez más –pasado ya el franquismo con el que una parte de ella había colaborado gratis et amore– catalanista y nacionalista. Todavía no independentista, pero eso ya llegaría”.

Ominosos tópicos

Comín, cuyo hijo Toni es hoy uno de los diputados independentistas refugiados en Bruselas para escapar a la justicia española, fue tal vez el primer intelectual que combatió con rigor analítico los ominosos tópicos que pesaban sobre los andaluces y a los que tan alegremente había dado carta de naturaleza Ortega y Gasset en su tristemente exitosa ‘Teoría de Andalucía’.

Tanto en libros como en trabajos periodísticos, Alfonso Carlos Comín se acerca con rigor a la realidad andaluza frente “a esa visión que va del folklorismo alvarezquinteriano al esteticismo orteguiano” y desmonta pieza a pieza “el tópico de la baja productividad del andaluz basado en un predeterminado carácter indolente mediante la comparación con el gran rendimiento de ese mismo andaluz en las fábricas alemanas o catalanas”, escribe Aristu.

El desdén de las élites

Al recordar los desdeñosos juicios, de ayer mismo como quien dice, de dirigentes nacionalistas de postín como Pujol o Duran i Lleida sobre los andaluces, cabría concluir que el discurso de Comín no llegó a calar entre las élites del ‘catalanismo de toda la vida’. Pero no solo en ellas. Su tesis, original pero seriamente documentada, de los andaluces como ejército de reserva con el que las regiones industriales pudieron contar ilimitadamente a precio de saldo y sin el cual “no hubieran podido alcanzar el actual nivel de desarrollo”, esa tesis que en los 70 y aun en los 80 inspiraba las posiciones de la izquierda catalana, hoy casi ha desaparecido del discurso público del Principado. O al menos ha dejado de tener una traducción electoral efectiva.

El caso Portabella

Ciertamente, la izquierda perdió la batalla catalana mucho antes de 2017. E incluso mucho antes de 2012. Aristu recuerda que una “razón bastante clara” fue que en 1980 ERC dio su apoyo a Jordi Pujol en vez de al socialista Joan Raventós. Aun así y más allá de aquel hecho puntual, el PSC-PSOE no supo conservar en las elecciones autonómicas los 850.000 votos (700.000 de ellos solo en la provincia de Barcelona) que logró en las generales.

No sin un punto de melancolía, el autor cierra este capítulo del libro titulado ‘Horizontes de grandeza. Andaluces en Cataluña’ glosando la masiva manifestación, más independentista que propiamente soberanista, del 11 de septiembre de 2016, cuyo manifiesto fue leído por Pere Portabella, “un destacado e histórico activista antifranquista –recuerda Aristu–, senador en la lista del PSUC y luego diputado autonómico en la de Iniciativa per Catalunya”.

La pregunta

Esbozada la figura de Portabella, se pregunta a continuación nuestro autor: “¿Qué había ocurrido en esos últimos años para que una parte de la izquierda catalana se hubiera convertido si no en independentista sí al menos en soberanista?”.

Lástima que no tengamos a mano un Alfonso Carlos Comín, prematuramente desaparecido en 1980, para contestar debidamente a esta pregunta crucial. Para contestarla sin prisas ni sectarismos, más allá de los tópicos pero más allá también de la injuria. Para contestarla como intentó Comín contestar en su libro ‘Noticia de Andalucía’, publicado en 1970, la pregunta sobre los andaluces de Andalucía y de Cataluña: “a través de una metodología –rememora Aristu– que combinaba la sociología, la economía, la filosofía, la observación de los hechos, el periodismo etnográfico y la encuesta directa”.