El derribo de la cruz franquista de Gaztelumendi ha levantado casi tanta polvareda como sus propias piedras al caer. El motivo: los cuatro heridos a quien los más imprudentes ya han identificado como víctimas del “karma”. 

Al parecer… como la falta de medidas de seguridad no es una causa que se contemple, se ha recurrido a una vieja creencia hispana de explicar el rocambolesco accidente con el poder sobrenatural de las imágenes, las cuales son entendidas por algunos  como medio de comunicación de lo divino con lo humano.

Esta superstición en las imágenes no es cosa nueva en España, ya existía en los infinitos cultos idolátricos prerromanos y ha sobrevivido en las sucesivas culturas hasta implantarse a regañadientes en el cristianismo.

Distintos sectores cristianos dijeron, y no les faltaba razón, que rendir culto a una obra de arte era un disparate. Bien clarito lo dice el capítulo 20 del Éxodo: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”. 

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Lo cierto es que pueblos de fuerte tradición idolátrica es muy difícil erradicar tales cultos. Un buen ejemplo nos lo ofrece la secta de los cátaros, los cuales atacaron esas creencias fabricando esculturas aberrantes de la virgen para reírse así de los cristianos idólatras, sin embargo aquellas imágenes deformes terminaron ganando más fama que las tallas canónicas.

Estas mofas terminaron por aumentar el culto por las imágenes haciendo que ya no sólo curasen enfermedades o protegiesen de todo tipo de males, si no que además tuviesen la posibilidad de cobrar vida, moviéndose, hablando e incluso atacando a los seres humanos, y así lo cuenta la cantiga 59 recogida por Alfonso X en la que una monja se terminó llevando una bofetada de un cristo milagroso, mientras que en otros versos se narra la historia de una estatua de la virgen que robó un anillo a un muchacho impidiéndole además rendir maritalmente en la noche de bodas.

Las cantigas e infinidad de historias piadosas animan y fomentan el culto a las imágenes vivientes haciendo, como se ve, que los creyentes acepten de sumo grado los comportamientos de estas estatuas por muy perniciosos que fuesen.  Por lo tanto ¿cabría pensar que cuando una imagen ataca a los humanos es por obra divina? Es más ¿A día de hoy hay imágenes agresivas? Veamos solo algunos ejemplos recientes.

En 2015 en  Las Dehesas (Puerto de la Cruz, Tenerife) un cristo cayó sobre un niño con la consecuente lesión para el pequeño

En ese mismo año en Don Benito (Badajoz) una “levantá” del cristo que sacaron en procesión le costó una brecha a un costalero al que le cayó uno de los candelabros de la imagen.

Y así podríamos seguir con la Virgen de los Dolores (nunca mejor dicho) la cual en  2014 se precipitó en San Vicente de Raspeig (Alicante) sobre un desdichado piadoso que acompañaba la procesión.

Estos accidentes que desde el punto de vista creyente podrían entenderse como represalias de lo sagrado hacia los humanos, tienen otra vertiente incluso filosófica que surgió precisamente tras el terremoto de Lisboa de 1755, en el que, entre otras muchísimas victimas hubo  una niña cordobesa herida por caerle una estatua de santa Inés.

El dramático terremoto en el que murieron unas 100.000 personas hizo tambalear las teorías filosóficas de la ilustración como la teodicea, pues si la existencia de Dios se probaba con la naturaleza ¿cómo se entendía un terremoto en el que perecieron infinidad de víctimas inocentes? ¿era la prueba de la maldad de Dios?

Esta y otras tantas preguntas generaron todo un movimiento filosófico que volvería loco a más de uno, incluso el rey de Portugal, José I, quedaría seriamente afectado a nivel mental tras el terremoto, pues él y su familia se salvaron fortuitamente al trasladarse fuera de la capital lusa por capricho ese día de una de sus hijas.

De hecho se dice que desde entonces el rey nunca volvió a vivir sobre techado habitando siempre en tiendas de campaña. Sea cierto o no, otra vez más puede que el karma y otras tantas teorías del destino hagan aguas cuando se entiende al ser humano como único protagonista de la naturaleza.