Existe, al menos en la radio, una campaña publicitaria que promociona un complemento alimenticio para luchar contra la pérdida de la memoria. La estrategia consiste en una primera cuña que, pasados unos pocos anuncios, es reforzada con otra nueva en la que se vuelve a vender este producto. Es lógico, dado que el público objetivo es gente con dificultad para la retención, que el mensaje se repita para que no se olviden de comprar su ayuda memorística. Aunque las cuñas no son idénticas entre sí, quizás para que, quien sí se ha dado cuenta de la reiteración, no se sienta ofendido.

Esa lucha por no caer en el olvido se desprendía este lunes en el debate de las primarias del PSOE, en el que se enfrentaron los tres candidatos: Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez. Las mejores frases del debate podrían presentarse en un popurrí descolocado y nadie apreciaría el orden cronológico, porque eran llamadas intercambiables al pasado.

En esta práctica se empeñaron sobre todo Susana Díaz y Pedro Sánchez. La una, recordando que el otro es el secretario general que ha cosechado las más clamorosas derrotas del PSOE en la democracia moderna. Pero también su afición por cambiar sus inamovibles principios cuando no convienen. Ahí estuvo acertada Díaz cuando le recordó que llegó el día en que los votantes no sabían si se presentaba el Sánchez que pactó con Ciudadanos o el que usó una bandera de España “más grande que la de Aznar en la plaza de Colón”. Sobre todo, porque a ella le pesa mucho la losa de españolista sin que haya usado nunca banderas para abrigarse.

Sánchez, en este aspecto, es el que más tiene que ganar. Porque los españoles somos de memoria corta, a pesar de que la sensación de vivir en una república bananera nos suministra potasio de sobra, pero hay traumas que son difíciles de olvidar. Y el Comité Federal del 1 de octubre fue traumático para muchos socialistas. Y de ahí surge un relato fácil de vender para los sanchistas, por mucho que en el bando contrario recuerden que Pedro Sánchez no fue “derrocado, sino derrotado” en la votación en la que intentó imponer un Congreso exprés. De ahí que Sánchez se presente como una víctima del aparato y la séptima encarnación de la izquierda pura, hasta el punto de que se le perdona la época en que defendía a pluma y espada la reforma del artículo 135 de la Constitución del que ahora reniega.

Esta fijación por el pasado también se refleja en la sensación de que los dos grandes candidatos peleaban de espaldas, contra los numerosos avales de su rival, en lugar de mirar hacia delante y aspirar a cosechar nuevos apoyos. Hasta el punto de que muchos hayan querido ver en Patxi López al mejor contendiente. Sobre todo, porque su escaso resultado no le hace pelear en esa difícil posición que tienen sus rivales. Pero también porque en el campo de la izquierda es fácil identificarse con el más desvalido, sobre todo si viene vendiendo paz y armonía. Porque hasta en Springfield el señor Burns consiguió encandilar a sus vecinos cuando apareció en el bosque con aquello de “os traigo amor”.

Mientras tanto, poco se habla del futuro, que se presenta complicado. Gane quien gane, la verdadera labor empieza el día 22 de mayo, cuando tendrá que demostrar de verdad su habilidad costurera. Porque habrá mucho que coser y lo peor que le puede pasar al PSOE es intentar salir adelante con un zurcido de última hora.