La pasada semana Mediaset estrenó, con éxito de audiencia, pero no tanto de crítica, la miniserie Lo que escondían sus ojos, que relata la tórrida historia de amor entre el cuñadísimo de Franco, Ramón Serrano Suñer, y la aristócrata Sonsoles de Icaza y León. La visión que ha dado Telecinco del ministro filonazi no ha gustado mucho, por obviar su participación en la deportación de miles de españoles a Mauthausen, por ejemplo. O por pintar a Serrano Suñer y a Franco como unos señores que se resistieron a los deseos de Hitler de que España entrase de lleno en la Segunda Guerra Mundial.

De los 5.500 españoles a los que Serrano Suñer condenó a muerte en los campos de concentración nazi no hay duda. Pero no es la primera vez que se manipula el papelón de Franco y sus amigos por entrar en la contienda mundial. De hecho, la idea de que Franco nos salvó de esa matanza es una mentira recurrente de los pseudohistoriadores y hagiógrafos del dictador.

Parte de esa manipulación viene dada porque somos un país con una historia escrita por los vencedores, como suele pasar siempre, con la diferencia de que aquí los vencedores eran unos fascistas que sometieron a su pueblo durante 40 años. Y de esos charcos vienen los lodos que ahora pretende cambiar el Congreso de los Diputados. Hablamos de la Ley de Secretos Oficiales, heredada de la dictadura, que mantiene en el oscurantismo sine die los episodios más tenebrosos de nuestro país.

De salir adelante la propuesta apoyada por una mayoría parlamentaria, los secretos de nuestra historia tendrán una fecha de caducidad de 25 años y los asuntos reservados, 10 años. Eso nos permitirá a los ciudadanos, que hasta ahora éramos tratados como unos niños ilusos, saber si el rey Juan Carlos I estuvo detrás del 23F, si Felipe González accedió a ser vicepresidente del Gobierno de concentración del general Armada o si los servicios secretos sabían más de lo que cuentan sobre el atentado de ETA contra el hombre fuerte de Franco, Luis Carrero Blanco.

Hasta que llegue ese momento, a lo máximo que podremos aspirar es a conocer que Adolfo Suárez nos coló la figura del Rey en un referéndum sobre la democracia como si fuera un 2x1 del Carrefour. Y lo sabemos con 40 años de retraso gracias a que el entonces presidente del Gobierno creyó, durante una entrevista, que nadie se enteraría si lo contaba tapándose el micrófono con la mano.

Todo muy inocente. Todo muy cutre. Todo muy español.