La segunda vuelta de las elecciones presidenciales austríacas ha puesto a Europa entera en estado de alerta. Aunque el presidente de la República es en Austria un cargo mucho más representativo que realmente ejecutivo, la simple posibilidad de que accediera a él un político populista como Norbert Hofer, dirigente del FPÖ, un partido ultraderechista, xenófobo y antieuropeísta, hizo saltar todas las señales de alarma. 

Por suerte, el recuento final del voto por correo hizo que el vencedor fuese el progresista Alexander Van der Bellen, candidato independiente de Los Verdes, un político con un muy dilatado historial y con un reconocido prestigio. La victoria de Van der Bellen se ha producido solo por 31.000 votos de diferencia, con el 50,3% de los sufragios frente al 49,7% de Hofer.

Austria está prácticamente partida en dos mitades casi iguales y solo el llamamiento a la unidad de todos los progresistas ha impedido el temido triunfo de un líder político que ha hecho bandera electoral de la apelación al miedo.

Austria -que ya vivió en su pasado más reciente la lamentable experiencia de un gobierno de coalición entre democristianos y ultraderechistas, y más aún cuando el fundador del FFÖ, Jörg Haider, obtuvo la Presidencia del Estado de Carintia-, ha dado con estos resultados un nuevo síntoma del fantasma populista que recorre no solo Europa  sino también buena parte del mundo, con fenómenos de significación política aparentemente tan distintos y distantes como pueden ser el presidente venezolano Nicolás Maduro y el casi seguro candidato presidencial de los republicanos de Estados Unidos Donald Trump.

Vivimos tiempos de gravísima crisis. Se trata sin duda de la primera gran crisis de nuestro mundo global. Una crisis inicialmente financiera y económica, de consecuencias sociales devastadoras, con la práctica extinción de las clases medias, la creciente depauperización de los sectores más desfavorecidos y la extensión de las desigualdades hasta límites ya insoportables. Pero ésta es sobre todo una crisis política de gran calado. Una crisis que, a través del creciente auge del populismo, sea éste del signo que sea, pone en cuestión la esencia misma del sistema democrático y de libertades.

Austria nos ha dado un nuevo y muy preocupante aviso. Convendría no olvidarlo, tenerlo muy en cuenta. El huevo de la serpiente sigue ahí, amenazante. Solo 31.000 votos de diferencia han servido para evitar el rebrote de la extrema derecha ultranacionalista y xenófoba en el país donde nació Adolf Hitler.

Cada voto cuenta. Cada voto es importante. Sí, ya sé que en España no existe una amenaza como la que corría Austria en estos comicios presidenciales, pero es necesario recordar que quien no vota, quien no expresa sus preferencias en unas elecciones, puede estar ayudando al triunfo de quienes pondrán en práctica unas políticas que le perjudicarán. O que impedirán que se implanten otras políticas que le favorezcan.