Esta semana la España que gobierna desde hace más de cuatro años Mariano Rajoy, la que se presenta como líder en austeridad y crecimiento económico en Europa, ha conseguido poner su deuda pública, a golpe de buena gestión, por encima del 100% de su PIB. En los últimos siete días también hemos conocido alguna cosa más del expolio de la Púnica, un buen ejemplo de lo que es ese PP que, con gran atino y mano de hierro, presidió en Madrid hasta hace nada la cantarina y mejor cocinera Esperanza Aguirre. También hemos sabido, en estos días previos a la continuación de la eterna campaña electoral, que Rajoy empieza a estar preocupado por el futuro de las pensiones. Y, a renglón seguido, Aznar ha reaparecido para reclamar a su partido "más disciplina y recortes". Podemos echarnos a temblar. Pero lo que ha llenado los medios de comunicación y sus tertulias, lo que dicen que de verdad nos preocupa a los españoles sigue siendo el fútbol y las banderas.

España no sólo es la indiscutible dominadora de las competiciones de fútbol europeas; su liderato continental va mucho más allá, y también es campeona de la Champions de la corrupción, el desequilibrio económico y la injusticia social. Nuestros dirigentes, ante la imposibilidad física de ocuparse de más de un tema a la vez, no olvidemos que la mayoría son hombres, eligen sin dudarlo el "fúmbol", que del resto ya se ocuparán el tiempo y la divina providencia. 

Cierto es que el tema de las esteladas no es baladí, es un claro atentado a la libertad de expresión, pero no es menos cierto que sobre todo es una cortina de humo tan espesa como la de Seseña, para tapar los temas trascendentales y para reavivar el asunto catalán, del que esperan obtener buenos réditos electorales los amantes de los palos con trapos de colores. En este país siempre hemos preferido las formas frente al fondo. 

El domingo por la tarde, cuando empiece el partido, reviviremos una vez más el espectáculo íbero por excelencia: el degüelle del semejante. Quienes piden respeto por sus símbolos silbarán los del contrario. Las banderas ondearán frente a nuestros ojos para que no podamos ver lo que no les interesa. Sólo nos queda deshacernos del trapo para quedarnos con lo que mejor hemos manejado a lo largo de nuestra historia: el palo.