Sucedió el año pasado, pero lo hemos conocido ahora gracias a un informe presentado por Paul K. Martin, inspector general de la agencia, en el Congreso estadounidense. El ataque a los sistemas se centró en el JPL (Jet Propulsion Laboratory). En este lugar se diseñan y construyen, por ejemplo, los pequeños (y caros) vehículos motorizados que llevan un tiempo rodando por Marte. No nos equivocamos si suponemos que gran parte de lo que allí se cuece es alto secreto, por lo que a nadie tranquiliza que los atacantes lograsen el “control total” de los ordenadores donde se almacena material confidencial. Además de la preocupación por una brecha de seguridad de este calibre, que habría permitido copiar o incluso borrar cualquier información contenida en las máquinas, los desvelos de la agencia se centran en averiguar si a través de este revolcón digital que les han dado, los chinos también se hicieron con más claves de usuario y acceso que comprometerían no sólo al JPL, sino a otros departamentos de la NASA. Y cuando digo los chinos, que nadie me entienda mal, no señalo a las autoridades de aquel país.

La mayoría de gobiernos del mundo han comprendido que los nuevos campos de batalla están muy lejos de aquellos en los que millones de hombres perdieron la vida en Europa o en el Pacífico, por poner dos ejemplos de la barbarie reciente que ha protagonizado nuestra especie. Si todavía tenemos alguna guerra por el método tradicional, casi siempre tiene que ver con la lógica salida que hay que darle al excedente de armamento - las empresas del ramo también tienen que pagar la luz - o por algún recurso natural preciado que nos permite tener el nivel de vida que el primer mundo merece. Sólo faltaba.  Las confrontaciones comienzan a dirimirse en el terreno de Internet, y no me refiero a las primaveras en los países árabes sobrevoladas por el pájaro de Twitter. Un mundo hiperconectado permite entablar batalla sin pegar un tiro, e infringir graves daños al enemigo sin lanzar a la infantería a una muerte segura. Los boinas verdes, SEAL o fuerzas especiales más cotizados son los que poseen los conocimientos para asaltar los secretos más preciados del enemigo sin apartar la vista del monitor. Estados Unidos, y sus agencias de inteligencia públicas y privadas, ha sido siempre inspiración para escritores y directores de cine. El patrón del gran hermano que vigilaba a todo y todos. Lo cierto es que en este terreno las cosas se han igualado. Sale bastante más barato mantener una pequeña legión de informáticos sobresalientes que un ejército tradicional de varios millones de soldados. Alguien debería habérselo dicho al difunto Kim Jong-il. El poderío comienza a dejar de medirse en el número de portaaviones o armas nucleares, para dejar paso a la pericia de los que toman al asalto los ordenadores apoderándose de los secretos más preciados de las naciones.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin