Hace unos días finalizaba el mes del orgullo LGTBI, con el día clave, el 28 de junio, en el que se conmemora la conocida como revuelta de Stonewall, que tuvo lugar en la madrugada del 28 de junio, pero de 1969, en el pub de Stonewall Inn de Nueva York. Un pub en el que la comunidad homosexual y trans se reunía cada noche hasta que la policía decidió llevar a cabo una redada con numerosos detenidos. Personas que abrieron camino para que hoy en día, situaciones como las de Stonewall nos parezcan surrealistas.

Muchas de esas personas que abrieron paso a un activismo contramarea, poniendo su cuerpo y su vida por delante, pertenecen hoy en día a otro colectivo, el de los mayores o la tercera edad, que, en ocasiones, sus reivindicaciones permanecen a un margen de la sociedad.

Un doble estigma

Las personas mayores sufren en muchas ocasiones un estigma por parte de la sociedad. El abandono, la soledad e incluso la precariedad económica son barreras que muchas personas mayores deben afrontar para no quedarse atrás. Pero si a esta situación se le suma el estigma de ser, además, personas LGTBI, su situación vital se convierte en una cuesta arriba constante y de gran pendiente. Una de cada cuatro personas mayores de 65 años sufre depresión. Más del 21% sufre trastornos depresivos, el 13% de trastornos psicóticos, el 6% de trastornos de ansiedad y el 5% sufren de demencias graves. Algo que, pese a no ser visibilizado en muchas ocasiones, es el día a día de muchas personas de avanzada edad y que, en el caso de las LGTBI, aumenta exponencialmente.

El caso de las personas mayores LGTBI es especialmente sensible por realidades como la soledad y el abandono, que se producen desde la sociedad en general, así como desde el propio colectivo en particular. Muchas de las reivindicaciones de estos días a nivel mundial y en concreto en Madrid, con la celebración del orgullo Estatal en la primera semana de julio, se centran en acabar con los delitos de odio y en continuar ensanchando derechos para el colectivo, algo que además adquiere una gran importancia ante el avance del odio y de la extrema derecha en el mundo, también en nuestro país.

Pero en estas reivindicaciones es común que queden en el olvido las personas mayores. Un colectivo que, llegada a cierta edad, y tras haber luchado por su visibilidad y por la libertad de ser y sentir como ellos y ellas quieran durante décadas, se vuelven invisibles y se ven obligadas a entrar de nuevo en el armario para esquivar el doble estigma al que se enfrentan.

Es el caso de las personas LGTBI que se ven obligadas a acceder a una residencia de ancianos o a un centro de día, unos espacios que no son seguros y en el que tienen que volver a mostrarse como no son, por miedo a ser rechazadas y agredidas por otras personas de su misma edad, que por el contexto que han vivido, no les entenderían.

Y es que, ingresar en una residencia de ancianos es la única alternativa para muchas de estas personas, ya que su pasado fue de todo menos fácil. Muchas de ellas fueron repudiadas por sus familias al desvelarles su orientación sexual o su identidad de género. La imposibilidad de haber tenido derecho a formar una familia durante su juventud o incluso que su pareja haya fallecido son los factores que llevan a que un 58% de las personas mayores LGTBI tengan miedo a envejecer, según el informe Mayores LGTBI de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales e Intersexuales (FELGTBI+).

Según este estudio, para las personas LGTBI mayores, las principales causas que les producen preocupación a la hora de envejecer son, en primer lugar, no poder valerse por sí mismas (33%), seguido muy de cerca del miedo a la soledad (30%), las dificultades económicas (21%) y el miedo a la discriminación por ser LGTBI (12%).  

Además, este estudio incluye las dificultades que las personas mayores LGTBI deben afrontar, siendo la falta de adecuación a la realidad LGTBI de servicios de atención a mayores, la mayor de las barreras (52%). Vuelve a aparecer la soledad, el aislamiento y la falta de apoyo familiar, que supone una dificultad para el 38% de los encuestados, la discriminación por LGTBIfobia del personal sanitario y/o de atención a mayores se encuentra en un preocupante 28%, mientras que el rechazo, la discriminación y la violencia sufrida a lo largo de su vida supone una dificultad para el 22% de las personas mayores LGTBI.  

Dar la vuelta a los datos

Desde FELGTBI, para intentar revertir los datos de su estudio, piden la formación y sensibilización de los profesionales sociosanitarios en materia de diversidad sexual, de género y familiar, así como la necesidad de creación de espacios propios, como la creación de residencias para mayores LGTBI.

Piden también la revisión de protocolos, documentos y procedimientos en los que se regule la atención de las personas mayores, para incluir en dichos documentos la atención a la diversidad LGTBI.

Pasar a la acción

Afortunadamente, para intentar revertir estos datos y colocar a los mayores de 65 años LGTBI en el lugar que se merecen nace en 2010 la Fundación 26 de Diciembre, una organización que, en palabras de Eduardo Rey, de 70 años, coordinador de voluntariado, es la única que se dedica a las personas mayores del colectivo. Rey recuerda que las personas mayores son “los grandes olvidados” y asegura que en cuanto se pasa de los 30 “ya eres viejo y no te mira nadie”.

La Fundación, que se encuentra en pleno corazón de Lavapiés, con un gran local colorido y acogedor, muestra nada más acceder la realidad de lo que reclaman. Un centro de día de facto al que acuden personas mayores del colectivo a pasar el tiempo en compañía de voluntarios y otros usuarios de la fundación, ayudando a olvidar, al menos por unas horas, la soledad, que en sus casas se haría inasumible.

“Ahora todo el mundo se llena la boca de la soledad no deseada y se llenan la boca de los mayores, pero esto es como siempre, todo por los mayores, pero sin los mayores”, se lamenta Eduardo, que ‘saca pecho’ del grupo de voluntariado que él dirige: “somos un grupo de 50 voluntarios que podemos trabajar juntos, los jóvenes con los mayores”.

Una problemática económica añadida a la social

Al abandono y la soledad que enfrentan estas personas, se añade una problemática económica que los aísla aún más de la sociedad. Tras una vida en la que en muchas ocasiones se les ha negado el acceso al mercado laboral por su condición sexual, llegan a la tercera edad sin recursos, al límite de la pobreza, y de esto también se encarga la Fundación 26 de Diciembre. Una problemática, la económica, de la que también nos ha hablado Fernando: “La realidad es que hay mucha gente que no ha cotizado todos los años necesarios, que no han tenido acceso a una profesión y que vive con unos mínimos”.

Para sacar adelante a estas personas, la Fundación posee, en colaboración con las instituciones públicas, varios pisos de acogida para evitar la situación de calle, además de dar comida a diario por 5 euros, algo que según Fernando Rey “permite a estas personas poder comer, y además hacerlo en compañía de otras personas”.

No nos lo tuvo que contar Fernando. En el local de la Fundación se encontraba Carolina, una mujer trans de 67 años y que decidió ser ella misma hace tan solo dos años, con 65. Una decisión valiente que le ha supuesto el rechazo de su familia más directa, que por ahora no acepta que sea una mujer tras años de armarios y represión a sí misma, pero que a ella le ha permitido “conocer a una nueva familia” y “por fin ser feliz" mostrándose como es, asegura.

Carolina es usuaria casi diaria de la fundación, y se muestra agradecida por la labor que los voluntarios llevan a cabo día tras día. Y es que en este local se hace de todo. Desde talleres de aprender inglés, a talleres de teatro, juegos de mesa, grupos de lectura e incluso talleres de ópera. Una agenda que además esta semana estará más llena aún con la celebración del Orgullo en la capital.

Inma es trabajadora de la Fundación en el departamento de animación sociocultural, actividades de socialización y gestión de espacios. Todos estos talleres son fruto de las propuestas realizadas por los propios usuarios de la Fundación. “Una propuesta muy importante ha sido la de crear talleres para que los usuarios de la Fundación se puedan familiarizar con las herramientas digitales”, algo que ha calificado de muy importante para que estén más conectados con el mundo: “Las personas mayores se están teniendo que adaptar a que esa es la manera de estar conectados”, asegura.

Además, desde la Fundación, en concreto Inma, reclaman a las instituciones que no retiren la financiación pública a esta Fundación y espera “poder culminar” proyectos como las residencias para personas LGTBI, que se conviertan en entornos seguros para aquellas personas que no puedan valerse por sí mismas y necesiten cuidados.

Una asociación que, en palabras de Fernando Rey, permite a estas personas “sentir que están a gusto, que sientan que pueden ser ellos mismos”, relata para después contar una anécdota reciente vivida en la fundación: “Hace unos meses hicimos una fiesta en conmemoración de Celia Cruz que le permitió a muchos bailar y pasárselo bien por primera vez en mucho tiempo”.

Esta fundación y sus voluntarios llevan a cabo la labor que en ocasiones como sociedad se olvida, la de integrar a las personas mayores en la sociedad, recordándoles que no están solos, que no están abandonados, y que en el caso de las personas LGTBI, que existen espacios seguros donde el esfuerzo de toda una vida, de luchar por la merecida visibilidad, por los derechos, por poder mostrarse al mundo como son, sin miedo a represalias ni agresiones, se ve recompensado con la familia que allí, en ese local de Lavapiés, pueden construir a diario.

Un punto de encuentro intergeneracional y que ayuda a recordar a todo el mundo que las personas mayores dentro del colectivo LGTBI también existen, que son miembros del colectivo doblemente estigmatizados y que, gracias a la labor del voluntariado, se enseña día a día que ser mayor no implica dejar de tener vitalidad. Que nunca es tarde para conocer a nuevas personas, y que siempre va a haber gente dispuesta a escuchar sin juzgar en un entorno donde la diversidad sea un hecho.

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