Varias personas colocan ayer flores y velas a las puertas de la embajada francesa en Madrid, en solidaridad con las víctimas de los atentados de París. EFE



Tengo amigos de todo tipo. Entre ellos, y debido a los horribles sucesos de París, a lo largo de este fin de semana he hablado especialmente con uno. Es sirio, lleva décadas en Barcelona, se dedica a la restauración y es musulmán. Una de sus frases preferidas es un viejo proverbio árabe, que le enseñó su abuela materna: “Aprovecha ahora para realizar el bien, porque no en todo momento podemos realizarlo”.

Mi amigo sirio
¿Qué tiene que ver mi amigo con el Estado Islámico, los crímenes de Charlie Hebdo, la matanza de éste viernes pasado en París o los atentados de la Yihad? Pues lo mismo que yo con respecto a los bombardeos en Siria, la guerra de Irak, los campos de concentración para palestinos o la política norteamericana en Oriente Medio. Nada.

Lo mismo sucede con los musulmanes que conviven con nosotros, que se levantan cada mañana para ir a su trabajo, como nosotros, que tienen hijos, familia, deudas, como nosotros. No es un problema de a qué Dios rezas, si es que rezas a alguno. Tampoco es si comes cerdo o no lo comes, si celebras la Cuaresma o el Ramadán, si a la persona que quieres le dices “te quiero” o “habibi”.

El horror nace de la intolerancia, de los fanáticos, de la negación de la vida como valor supremo, de esa terrible sinrazón que algunos pretenden llamar “razón de estado”. El ISIS y los nazis, hijos de una misma concepción metafísica de la vida, es decir, de la muerte, son el flagelo de la gente buena, que solo quiere paz. No en vano cuando la shoah campaba a sus anchas por Europa, de mano de los nazis y de sus aliados fascistas, el Gran Muftí de Jerusalén, líder espiritual en aquel momento del Islam, se fue a entrevistar con Hitler, recibiendo honores de jefe de Estado.

Tampoco es casual que los británicos masacraran al pueblo árabe con tal de controlar aquella zona del mundo y, no lo olvidemos, su petróleo. Ahora nos dicen que el musulmán es sospechoso. Pero no es así. Los sospechosos son los que, desvirtuando la religión, se erigen en jueces y verdugos, los que creen que matando en nombre de Dios se aseguran un lugar en el paraíso, los que no dudan en sacrificar a sus hijos, a sus mujeres, a lo mejor de su juventud en aras de una tiranía, de un estado teocrático en el que las leyes las hacen los imanes y no la gente.

La Paz, siempre la Paz
España es el primer país europeo, por delante de Francia, en número de células terroristas islámicas y Cataluña ostenta el primer puesto en este triste ránking.

Las madrasas, escuelas en las que se enseña el Corán, las mezquitas, las asociaciones de musulmanes, son objeto de atención preferente por parte de los servicios de inteligencia españoles. Está bien que así sea, porque no podemos ser ingenuos. Entre los corderos se esconde el lobo.

Pero no todos los que asisten a estos lugares son asesinos, de la misma manera que no todos los católicos que van a misa defienden la pederastia, ni todos los que votan a los conservadores son fascistas o los que votan socialista pretenden quemar las iglesias. Las minorías radicales deben ser controladas en una sociedad democrática que pretenda seguir siéndolo, básicamente porque si llegan a detentar el poder, la democracia se acaba.

Ser partidario del respeto a todas las confesiones e ideologías no equivale a ser un ingenuo que permita a cualquiera cargarse la libertad aprovechándose de la misma. De ahí que vuelva a mi pregunta, ¿qué tenemos que ver mi amigo sirio y yo con el horror terrorista de ISIS, con aquellos que pierden su condición de seres humanos para convertirse en instrumentos de muerte? Nada.

Debemos unirnos todos los que creemos en la libertad de vivir sin temor a que nos asesine un criminal, que dice defender no se sabe muy bien qué causa. Ya no estamos en las tristes épocas de las cruzadas o de la inquisición. En pleno siglo XXI, los integrismos religiosos no tienen  justificación. Y menos en un momento en el que la iglesia católica, de la mano de Francisco, está empezando a hacer limpieza a fondo.

El abrazo de un rabino y un imán con el papa fue un gesto que debería hacernos meditar antes de señalar con el dedo acusador a ésta o a aquella confesión religiosa, a éste o a aquel pueblo. Habría de ser un ejemplo, más allá de demagogias de café que solo sirven para avivar el odio. El Frente Nacional francés sabe mucho de esto, y los neonazis de PEGIDA en Alemania, y la extrema derecha norteamericana, y los neonazis húngaros, rumanos, ucranianos o rusos.

Son la misma defecación del alma que el ISIS. Por eso, en su momento histórico, se entendieron. Tanto, que la tristemente SS albergó en su seno a la División Handschar, formada íntegramente por árabes.

Nunca más.