Este miércoles, Día Internacional de la Mujer, conmemoramos la lucha de las mujeres por el reconocimiento y ejercicio efectivo de sus derechos. Su antecedente histórico se halla en la declaración de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas realizada en Copenhague en 1910. A propuesta de Clara Zetkin se aprobó la celebración del “Día de la Mujer Trabajadora”, que se comenzó a celebrar al año siguiente. La primera conmemoración se realizó el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza.

20 años después, se proclamó la II República española que supuso importantes avances para las mujeres. Fue una etapa clave para continuar en el proceso ya iniciado de emancipación femenina, camino frustrado tras la victoria del bando franquista en la Guerra Civil. Finalizada la contienda, España entró en una negra etapa de cuarenta años de dictadura, donde los derechos conseguidos por las mujeres sufrieron un enorme retroceso y la mujer pasó a un segundo plano dentro del esquema social del régimen franquista.

Las grandes olvidadas

Ciertamente, las mujeres fueron las grandes olvidadas durante muchos años durante el franquismo, pero ya lo fueron antes, durante la propia guerra, pues conviene no olvidar que unas 7.000 mujeres lucharon en la guerra civil española, de las cuales 73 murieron en combate, 31 fueron dadas por desaparecidas y centenares fueron heridas o mutiladas. Muchas encarceladas en las prisiones colmatadas e inhumanas, fallecieron por enfermedades o fueron fusiladas en las tétricas noches de las prisiones franquistas.

Represión incrementada por ser mujeres o familiares de republicanos

Sus heroicidades y acciones, fueron relegadas a un segundo plano. También sus penalidades, como las humillaciones, hambre, enfermedades, torturas que sufrieron. Luego, fueron demonizadas y estigmatizadas socialmente. Mujeres del bando republicano o simplemente con familiares o ascendientes, que se vieron obligadas a sufrir un doble proceso represivo durante la dictadura franquista. Se las privó de libertad en prisiones horribles para terminar, muchas de ellas, enfermando o muriendo en su interior o siendo fusiladas tras horrendas torturas. En esos casos, sufrieron las mismas vicisitudes que los hombres, pero incrementada por el simple hecho de ser mujeres, madres o hijas de “rojos”. A ellas se les aplicó, quizás con más interés, una violencia específica de objetivos “ejemplarizadores”. Se trató de una estrategia estudiada de deshumanización que, precisamente en las mujeres, tuvo caracteres propios que además del doctrinal contenía otro, en este caso, de género.

Destruir el avance de la mujer durante la II República

Para evaluar en su justa medida el castigo, el doble suplicio, ejercido sobre las mujeres, es necesario tener en cuenta la situación anterior al golpe de Estado de 1936. Durante la II República las mujeres españolas habían logrado grandes avances en distintos aspectos de la igualdad, así como habían ganado en representatividad en las instituciones, en participación política y en definitiva, en visibilidad social. El franquismo entendió que estaba ante un enemigo que había que combatir, pues durante la II República las mujeres lograron cotas de libertad y de ejercicio de sus derechos políticos como jamás se había alcanzado en la historia de España.

Un modelo retrógrado de mujer y leyes reaccionarias

Era una situación de la que había que laminar todo vestigio. De aquí la doble represión, así como la eliminación por el Régimen de todos los avances sociales y políticos conquistados por las mujeres. A esa labor se entregó el nuevo Estado con fruición y fervor, imponiendo su modelo retrógrado de mujer adaptado en leyes reaccionarias que las anulaban social y políticamente. El destino de la mujer, con toda una nueva regulación legal, fue enclaustrarlas en el espacio de las tareas domésticas y obligarlas a ser reverencialmente sumisas al hombre y al marido.

Mujeres en el frente, depuradas, en la guerrilla, en prisión, en el paredón, exiliadas, en fosas

Pero es que también hubo muchas mujeres en las cárceles, en el paredón, en las fosas, en el exilio, mujeres depuradas. En el libro “Mujer, franquismo y represión, una deuda histórica” de Ángeles Egido y Jorge J. Montes, los autores mantienen que a las mujeres siempre se las relegó, incluso por sus propios compañeros de viaje, a un lugar secundario. Su responsabilidad y su compromiso político eran, cuando no ignorados, al menos considerados como subsidiarios. No se tuvo en cuenta su militancia expresa, su lucha valiente y arriesgada en la retaguardia, imprescindible para sostener la más visible vanguardia masculina, y tampoco el alto precio que pagaron por ello. Hoy sabemos que hubo, además de mujeres en el frente, mujeres en la lucha clandestina, en la guerrilla, a las puertas de la prisión y en los trabajos de apoyo necesarios para mantener el esfuerzo bélico. Pero es que también hubo muchas mujeres en las cárceles, en el paredón, en las fosas, en el exilio, mujeres depuradas, excluidas socialmente, marcadas con el estigma de “rojas”. Se les aplicó también la denominada “responsabilidad subsidiaria”, o sea, eran detenidas y condenadas en falsos juicios y sin defensa, en sustitución de los hombres: “Encarcelada por ser la esposa de un dirigente republicano”.

Luego, en su pueblo, durante la “Paz de Franco”, les aguardaba la marginación, el control, el seguimiento y formas de acoso. Es sabido los castigos que sufrieron, la violencia sexual que en muchos casos recibieron o el trato ofensivo y denigrante. Castigos en público, mostrarlas con el cabello rapado, obligarlas a ingerir aceite de ricino, trabajos sin pago en sus casas, enajenación de propiedades…

Depuradas en el trabajo

Un caso no muy conocido es el de las mujeres funcionarias a las que las desposeyeron de su puesto de trabajo tras las depuraciones de la postguerra. Especialmente estas depuraciones se produjeron en las maestras pero, también, en otras profesiones liberales. Fueron numerosas las formas y distintos los castigos y represalias, las mujeres sufrieron una violencia específica y concreta. Doblemente reprimidas, pues.

Abusos institucionalizados y sistemáticos: El “delito” de ser mujer

En su libro “Las rapadas. El franquismo contra la mujer”, el profesor Enrique González Duro mantiene que las responsabilidades femeninas no acababan, como en el caso de los hombres, en su supuesto comportamiento político, sino que se prolongaba adicionalmente hasta afectar al tipo de mujer y el modelo de feminidad que la dictadura aspiraba a erradicar. El psiquiatra, profesor universitario, historiador y escritor jiennense, explica cómo las mujeres republicanas fueron víctimas de abusos institucionalizados y sistemáticos que tenían como objetivo demonizar el estereotipo de feminidad que había comenzado a extenderse durante la Segunda República. Mientras que ellos habían caído en el frente, habían sido ejecutados o huían ante la llegada de los sublevados, ellas permanecían en los pueblos, a cargo de sus familias y en condiciones de extrema miseria. Eran, muchas de las veces, juzgadas en tribunales militares en los que se decidía qué mujeres debían ser vejadas y marcadas por haber contribuido al derrumbe de la moral. Fue algo más que un abuso ejercido sobre las mujeres, fue un ataque a un modelo de mujer libre e independiente. El franquismo, indisolublemente unido a la moral religiosa del nacionalcatolicismo, intentó dar pasos atrás en esas conquistas de la mujer cuando no anularlas. Se trató de volver al pasado y castigarlas por el “delito de ser mujer”. Volver al modelo de no participación en la vida pública y tan solo en la privada, en su papel de esposa y madre sumisa al amparo del hombre.

A pesar de ese olvido historiográfico, desde hace algún tiempo son más ya los trabajos y estudios que se han realizado y publicado sobre como la represión del franquismo se ejerció de una forma especial sobre la mujer. Con todo, a la mujer se le sigue calificando como una categoría histórica en la que no se ha profundizado detallada y pormenorizadamente. Comparado este estudio con el de la represión masculina, la diferencia sigue siendo enorme.

Las prisiones de mujeres

Pero también las prisiones fueron lugares colmatados de mujeres por ese delito añadido de ser madre, esposa o hija de presos o de exiliados. En muchas ocasiones por haber sido simplemente simpatizantes de la causa republicana o de formaciones políticas de izquierda. En las cárceles fueron sometidas a un proceso de “reeducación”. El jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares de Franco, Antonio Vallejo-Nájera, calificó a las presas rojas como “libertarias congénitas, revolucionarias natas que impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales desplegaron intensa actividad sumadas a la horda roja masculina”. La represión a las mujeres no acabó con su puesta en libertad. Tras finalizar la reclusión carcelaria, en la calle, siguieron siendo acosadas.

Uxoricido y adulterio

Durante toda la dictadura se legisló contra de ellas. Fue perseguido el aborto y cualquier forma de anticoncepción. El Código Penal justificó el derecho del marido a asesinar a su mujer por infidelidad. El uxoricidio “por honor” tuvo su respaldo legal y se restableció el delito de adulterio, aunque, eso sí, solo contra la mujer. Se castigaba de forma mucho más dura a la mujer que cometiera adulterio que al hombre, mientras era laxo con los delitos de violación. Así recogía el Código Penal español franquista el derecho del esposo a matar a su mujer si era sorprendida en acto de adulterio, solo, y a lo sumo, una pena de destierro: “El hombre que matara a su esposa sorprendida en adulterio sufrirá pena de destierro y será eximido de castigo si solo le ocasiona lesiones”.