Miguel de Molina, el malagueño calificado por el pueblo como el Rey de la copla y por los franquistas como el “rojo y maricón”, nos dejó hace ahora una treintena de años. Representa la perversidad de un régimen franquista que lo persiguió, acosó y le propinó palizas brutales, no solo en España, sino que extendió su garra represora incluso, cruzando el charco, hasta el lugar de su exilio, Argentina.

El día que nací yo, Triniá, Te lo juro yo, La bien pagá u Ojos Verdes

Miguel Frías de Molina, artísticamente Miguel de Molina, nació en Málaga en 1908. De familia muy humilde, su infancia se desarrolló en un entorno de seis mujeres: su madre, hermanas y tías. Desde adolescente reveló un arte innato que mostró desde el comienzo de la década de los 30 en numerosos tablaos flamencos. Sus actuaciones estaban cargadas de pura pasión y dominio de la copla. Por eso su carrera fue tan meteórica que le catapultó rápidamente al éxito con populares canciones como El día que nací yo, Triniá, Te lo juro yo, La bien pagá u Ojos Verdes. Pero algo se interpuso entre su profesionalidad y 68 su carrera: sus ideas republicanas y su condición de homosexual. Ambas le pasaron una cruel factura tras la finalización de la guerra y el ascenso de Franco a la Jefatura del Estado.

Su vida en peligro

Homosexual, e libre vida, famoso, rebelde y contestatario republicano, rojo y amigo de Federico García Lorca. Además, triunfaba en los teatros con su maravillosa voz y gracejo particular, por lo que era admirado por el pueblo. Tenía, pues, todos los ingredientes para ser odiado por los franquistas. Por todo ello, las autoridades franquistas le hicieron la vida imposible. Fue vejado, amenazado con meterlo en la cárcel o hacerlo desaparecer. Recibió palizas terribles que casi lo matan y le dejaron sin contratos al final de su vida en España. El artista de “La bien pagá”, era consciente de que su vida estaba en peligro y de que sus movimientos por los escenarios y teatros de toda la España franquista eran espiados. Todo ello y temiendo por su vida, obligó a Miguel de Molina plantearse huir de este terror acuciante. Ante ese dantesco panorama ante quien amaba la vida y la libertad, en 1946 decide instalarse en Argentina.

Acosado en Argentina por fascistas españoles

Una vez llegado a Buenos Aires, se encuentra con el terrible panorama de que ni siquiera allí, los fanáticos fascistas españoles, le dejan en paz. Las autoridades franquistas utilizan la Embajada argentina como medio para perseguirlo y que su carrera profesional no prospere. Intenta, entonces, rehacer su vida en otros lugares como México, Nueva York, Pero no le gustan esos países y, tras recibir el amparo y el apoyo de Eva Perón, vuelve a Argentina para vivir allí, y triunfar en los teatros, hasta su fallecimiento hace ahora 30 años, un 4 de marzo de 1993. Tras su regreso definitivo a Buenos Aires, el artista malagueño pone a rebosar los teatros y triunfa en los escenarios, convirtiéndose, como antes en España, en un artista muy popular, querido y aclamado por el pueblo argentino.

En realidad, Miguel de Molina fue para el franquismo un “rojo, republicano y maricón”, una combinación explosiva a finales de los años 30. Miguel nunca contó por qué no quiso volver, pero se sabe, y de ahí la negativa de la familia a que sus restos reposen en Málaga, que se negaba a regresar al país que lo torturó, le dio palizas tremendas y le amenazó de muerte, hasta hacerle la vida imposible.

Paliza hasta desfigurarle el rostro

Lo más grave de su vida en España, aconteció una noche en la que tres fanáticos del régimen le patearon y golpearon salvajemente hasta dejarle sin varios dientes, le desfiguraron el rostro y quedó malherido mientras le gritaban: “Esto por rojo y maricón”. La relación de la brutal paliza con el régimen y con la policía franquista estaba clara. A los pocos días le llegó la prohibición oficial de no volver a actuar en España y una orden de confinamiento en Cáceres y en la localidad valenciana de Buñol.

Un importante militar fascista prendado de Miguel de Molina, lo persigue

Siempre se ha especulado con el hecho de que, además de las razones ideológicas y morales que encendieron el odio de los franquistas hacia el artista, hubo un añadido que hizo más cruel su persecución. Se trata de que un importante e influyente militar, prendado de Miguel, fue rechazado por el malagueño. Aquí podemos hallar otra de las claves de por qué convirtieron su vida en España en un auténtico infierno.

Protegido por la presidenta de los “descamisados”, el artista encontró la normalidad y el éxito más y el cariño de la gente en Buenos Aires. Solo en 1957 Miguel de Molina regresa a España para grabar una película. Con 52 años da por concluida su carrera profesional y marcha a Nueva York. La gran urbe norteamericana no le gusta, se siente incómodo y al poco regresa y fija su residencia en Buenos Aires. Ya no volvería jamás a España. Miguel fallece a la edad de 84 años en la capital bonaerense. Sus restos reposan en el cementerio de La Chacarita. Fue enterrado en la capital argentina con grandes honores, alejado, muy alejado de su Málaga natal.