Hace unos días, un hombre disfrazado de Puigdemont se entregaba a la policía local de Tomelloso y aunque solamente era una broma hace recordar un mito con siglos de historia, la leyenda del rey durmiente, un mito que se basa en el descontento de una parte de la población que ve como solución a sus problemas el regreso milagroso de un líder que repentinamente se tuvo que marchar. Veamos pues algunos ejemplos.

Constantino XI, último emperador de Bizancio también protagonizó una versión del mito del  rey durmiente.

El Sebastianismo

Situémonos es el 4 de agosto de 1578 en Alcazarquivir (Marruecos). Hace un calor de mil demonios, y allí, siguiendo las órdenes de un rey veinteañero se sitúa la flor y nata de la nobleza portuguesa, y aunque les acompaña toda una comitiva de prostitutas, lujos y oropel el destino de aquel viaje es la batalla.

Es entonces cuando la tropa portuguesa debió pensar que hubiese sido mejor que el rey Sebastián hubiese hecho caso a su primo, el rey español Felipe II, cuando le dijo aquello de “tiene buena y santa intención pero poca madurez”

Sebastián de Portugal además de una endeble salud tenía una personalidad intrigante quizá fruto de la endogamia, y es que el rey tenía solo 4 bisabuelos y además eran parientes.

Y no era para menos, el pobre Sebastián había nacido huérfano de padre y su madre la reina Juana le abandonó siendo un niño, quedando en manos de regentes que no hicieron si no inculcarle ideas expansionistas, las cuales acabaron en eso, una disparatada campaña para conquistar África cuyo resultado fue, la muerte del rey y el apresamiento de los principales nobles.

Sin un heredero que ceñirse la corona lusa, ésta pasó a las sienes de Felipe II pero no sin pocas reticencias, ya que en Portugal no todos vieron con buenos ojos la unidad ibérica. ¿Pero qué hacer si el rey había muerto? Pues como dice el refrán a rey muerto, rey puesto.

Y eso fue lo que pasó con Gabriel de Espinosa, un pastelero (como llamaban entonces a los fabricantes de empanadas) cuyo parecido físico con el difunto monarca era asombroso. Entre los embaucamientos de los políticos lusos y la descontrolada ambición del pastelero, acabó todo como el rosario de la aurora.

El complot se destapó por una bravuconada de Gabriel de Espinosa y terminó salpicando a María Ana de Austria, una hija bastarda del a su vez también bastardo don Juan de Austria (hermano de Felipe II), la cual con tal de salir del convento en el que la encerraron con seis años estaba dispuesta a casarse con el pastelero y con quien hiciera falta.

Espinosa acabó en la horca pero el “sebastianismo” arraigó no solo en Portugal si no también en Brasil donde se añoraba el retorno del mítico rey que salvaría al pueblo luso.

Un rey bajo la montaña

Pocos reyes han sido tan mitificados como Federico I Hohenstaufen, popularmente conocido como Barbarroja. Siendo duque de Suabia, rey de los Romanos, y emperador del Sacro Imperio Germánico, no tardó en convertirse en un emblema del nacionalismo alemán, y su muerte en 1190 fue tan absurda que costó creer que tan insigne rey hubiera fallecido.

Y es que morir en el río Saleph ahogado por el peso de su propia armadura es lamentable se mire como se mire… por ello comenzaron a surgir leyendas en las que se afirmaba que Barbarroja en realidad no había muerto, sino que simplemente se había guarecido en  el interior de una montaña donde permanecía en una especie de letargo hasta que su pueblo lo invocase para restaurar así la gloria de otros tiempos.

Los hermanos Grimm y otros autores recogen esta leyenda que con distintas ubicaciones, como los montes Trifels, Untersberg y Kyffhäuser, sigue la estructura común del rey durmiente.

El mito del rey durmiente con Federico Barbarroja como protagonista ha generado no pocos cuentos y relatos.

El rey Arturo y el sueño en Avalón

Existentes o no, los monarcas protagonistas del mito del rey durmiente son de todo tiempo y de todo lugar, y el mítico rey Arturo no era para menos. Según los ciclos artúricos tras la última batalla contra su hijo Mordret, el maltrecho Arturo fue llevado a la isla mágica de Avalon por Morgana y otras tres reinas no menos fantásticas donde esperaría en su eterno letargo que su reino reclamase el regreso del idílico rey.

Lógicamente las leyendas artúricas no son si no otra adaptación del mito del rey durmiente que incluso se volvió a poner de moda en el siglo XIX gracias nacionalismo británico y corrientes artísticas como el prerrafaelismo que lo plasmaron en cuadros como el de Edward Burne-Jones que representa precisamente esa escena del sueño eterno de Arturo.

Cabe pues pensar si en una situación como la actual en Cataluña, con la desaparición repentina del líder no se terminará mitificando esto también y se considere que el “president durmiente” volverá solo cuando el pueblo lo necesite.