La Organización de las Naciones Unidas decidió el año 1992, con la adopción del denominado Programa 21 de Ordenación de los Sistemas Frágiles y de Montaña, poner en valor las zonas montañosas. Un hito que se culminó cuando la Asamblea General de la ONU declaró el año 2002 como el Año Internacional de las Montañas y el año 2003 se declaró el día 11 de diciembre como el Día Internacional de la Montaña.

¿Cuál es la razón por la que es necesario tener un día para reflexionar sobre las montañas? Podría parecer que es una acción retórica e innecesaria. Pero la realidad es que cada día existen más razones para mirar hacia las montañas y ver en ellas las claves y la respuesta a muchos de los problemas que afronta el planeta.  

Sabemos que nuestros grandes retos ambientales tienen sus claves en algunos elementos que podemos definir con unas pocas palabras: agua, aire, energía, alimentos. Evidentemente, podríamos sumar muchas más, pero estas cuatro recogen buena parte de los desafíos que nos presenta el futuro.

La escasez de agua en muchos ámbitos del planeta genera una urgente gestión de este recurso imprescindible para nuestra vida; necesitamos regenerar nuestra atmosfera y limpiar nuestro aire por el uso de combustibles fósiles y otros elementos contaminantes; debemos transitar hacia unas energías limpias que frenen el deterioro del clima; y por supuesto, consumir alimentos de calidad que garanticen nuestra salud.

Bien, pues buena parte de las respuestas a estos retos se hallan en las montañas. El 75% del agua del planeta está en estas zonas, la mayor parte de los bosques están en sus laderas, buena parte de los recursos que permiten impulsar las renovables, como el agua, la biomasa, el viento y añadiría, miles de culturas ancestrales que tienen las claves para el manejo de estos territorios y que ha su vez han garantizado que las montañas sean claves en la preservación de la biodiversidad, con agriculturas sostenibles contrastadas a lo largo de los siglos.

Y efectivamente, debemos reflexionar por qué las montañas están en crisis. Algunas cifras lo evidencian, en términos planetarios los mil millones de habitantes de estas zonas se encuentran entre los más pobres del planeta, el calentamiento global afecta de forma muy directa el futuro y los equilibrios de estas zonas -la desaparición de los glaciares lo evidencia-. Los desastres naturales consecuencia de estos cambios climáticos tendrán un mayor impacto en las montañas y en nuestro caso, nuestras montañas, además, sufren un profundo problema de despoblación y abandono… Ante esta situación, una vez más, debemos diseñar una política coherente para estas zonas, una política que responda a las necesidades de la población local, que se fundamente en el respeto a las culturas y que huya de los tópicos, generando una dinámica de progreso y sostenibilidad en unos territorios que son de una gran fragilidad, pero que, a su vez, se han convertido en espacios claves para el futuro del planeta.  

Es hora de impulsar grandes acuerdos, pero también acciones concretas. Es hora de situar el debate y las políticas en la óptica del realismo, dando voz a los representantes de los territorios. A sus comunidades, huyendo de la banalización de determinadas “modas” que han conducido a la sociedad a mirar la ruralidad como un espacio marginal y anacrónico. Es hora de abandonar el “dysneilanismo” como inspiración y hundir de nuevo los pies en la tierra para mirar hacia las cumbres, porque en ellas están las respuestas a muchas de nuestras preguntas.