En 1973, los residentes en la isla de Heimaey, situado en Islandia, se enfrentaron a una erupción volcánica que tiene muchas similitudes con la que se vive en La Palma. En torno a las dos de la madrugada del 22 de enero de 1973, la lava comenzó a salir en el monte Eldfell, situado en el este de la isla de Heimaey.

Así, durante aproximadamente seis meses, la lava no dejó de salir arrasando con todo a su paso, aunque los esfuerzos de su población permitieron que el desastre fuera menor.

Y era complicado, ya que en aquel momento la isla contaba solo, aproximadamente, con 5.000 habitantes, en una superficie de apenas 11 kilómetros cuadrados. En un primer momento, la prioridad fue evacuar cuanto antes el territorio y gracias a la rapidez con la que se hizo no hubo que lamentar víctimas. 

Sin embargo, sí hubo un fallecido. Un marinero murió asfixiado mientras intentaba robar una farmacia aprovechando el caos generado. Ese día, el mar estaba impracticable, lo que llevó a que se quedaran en casa e hizo más fácil la evacuación.

Así, en Heimaey un grupo formado por varios cientos de personas trataron de ingeniárselas para ralentizar la lava lo máximo posible. Su puerto era el principal medio de subsistencia y debían protegerlo a toda costa. Sabían que si este se salvaba, la recuperación económica sería mucho más rápida.

32 bombas de agua para salvar su vida

Tras pensar en un plan rápido, utilizaron un barco y 32 bombas de agua para extraer agua del mar. Combinado con el sistema de cañerías, consiguieron hacer llegar el agua hasta la lava.

El chorro de agua conseguido fue tal que lograron, en pocas horas, bombear unos 100 litros por segundo y, con el shock térmico que se produce como consecuencia, ralentizar el desplazamiento de las coladas de lava.

Eldfell destruyó casi 400 hogares y llegó a cubrir una gran parte de la isla con una capa de ceniza que llegó a ser de hasta cinco metros. Pero, gracias a la viscosidad de la lava y la acción del agua la poalbación consiguió salvar el pueblo.