Aunque a simple vista ambos parecen similares, no son lo mismo. El humo del tabaco se produce al quemar hojas de tabaco y contiene miles de sustancias químicas resultantes de la combustión, entre ellas monóxido de carbono, alquitrán y partículas finas asociadas a múltiples enfermedades respiratorias y cardiovasculares.
Por el contrario, el aerosol del cigarrillo electrónico —conocido popularmente como “vapor”— no proviene de la combustión, sino de la evaporación de un líquido que suele contener nicotina, propilenglicol, glicerina y aromas. Este aerosol se enfría rápidamente y su composición química es distinta: carece de los productos tóxicos típicos del humo, aunque puede contener trazas de nicotina y otros compuestos en cantidades mucho menores.
La diferencia fundamental, por tanto, está en el proceso de generación y en la presencia —o ausencia— de productos de combustión. Esta distinción es clave a la hora de analizar la exposición pasiva de las personas que conviven o comparten espacios con fumadores o vapeadores. Dos estudios científicos ayudan a cuantificar esas diferencias.
Comparativa en lugares cerrados
El estudio 'Exposición pasiva al vapor de los cigarrillos electrónicos' ('Secondhand Exposure to Vapors From Electronic Cigarettes'), realizado en Estados Unidos en 2013 por especialistas en salud ambiental y calidad del aire, analizó en condiciones controladas cómo varía la composición del aire interior cuando se utiliza un cigarrillo electrónico en comparación con un cigarrillo convencional. Para ello, los investigadores recrearon un entorno cerrado similar a una habitación y midieron diferentes marcadores de exposición relacionados con ambos productos.
Además de cuantificar la nicotina en el aire, el indicador más utilizado para evaluar la exposición pasiva, el equipo examinó la presencia de partículas finas (PM2.5), compuestos orgánicos volátiles (VOCs) y monóxido de carbono, sustancias habituales en el humo de combustión del tabaco. El objetivo era determinar si el aerosol del cigarrillo electrónico generaba niveles detectables de estos componentes y en qué medida diferían de los que produce un cigarrillo tradicional.
Las mediciones mostraron que los cigarrillos electrónicos emitían cantidades muy reducidas de nicotina, con concentraciones que oscilaron entre 0,82 y 6,23 µg/m³, dependiendo de la marca utilizada. En el caso del cigarrillo convencional, los niveles fueron diez veces más elevados, alcanzando 31,60 ± 6,91 µg/m³. Asimismo, tras el uso de vapeadores, el estudio no detectó incrementos significativos de monóxido de carbono ni de subproductos de combustión típicos del tabaco, como los que aparecen cuando se quema la hoja de tabaco o el papel.
Los autores también observaron que, aunque el aerosol del cigarrillo electrónico libera partículas en suspensión, su composición y comportamiento en el aire son diferentes a las procedentes de la combustión. El vapor tiende a dispersarse y condensarse más rápidamente, reflejándose en concentraciones más bajas y menos persistentes en el ambiente.
En conjunto, los resultados permitieron establecer una comparación cuantitativa en condiciones equivalentes, mostrando diferencias claras y medibles entre la emisión ambiental de un cigarrillo convencional y la de un cigarrillo electrónico utilizados en interiores.
La nicotina no produce cáncer, aunque sí adicción
Según expertos en tabaquismo, como el Dr. Delon Human, secretario general de la Asociación Médica Mundial (AMM), las sustancias tóxicas derivadas de la combustión son las responsables directas de la mayor parte de las enfermedades asociadas al tabaquismo, desde el cáncer de pulmón hasta la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), infartos y otras patologías cardiovasculares. En cambio, la nicotina, aunque no es inocua ya que es altamente adictiva, no es el origen de esas patologías. Su principal efecto es la dependencia que genera.
En una entrevista a ElPlural aseguró que la combustión es lo más dañino del hábito de fumar. “El modo de entrega importa”, remarcó, al tiempo que explicó que solo en la quema de un cigarrillo se desprenden más de 4.000 químicos, muchos de ellos directamente vinculados al cáncer y las enfermedades asociadas al tabaco.
Reducción de riesgo no implica 0 riesgo
En conjunto, la evidencia disponible apunta a que las alternativas sin humo pueden disminuir de forma notable la exposición pasiva en hogares y espacios interiores. No obstante, la exposición a nicotina —aunque menor con el vapor— no es inocua, especialmente en niños, embarazadas y personas con patología cardiovascular.