Sé amable, pues cada persona con la que te cruzas

esta librando su propia batalla”

                                        Platón (filósofo griego)

Los ricos y famosos también enferman de cáncer.

Nada nuevo.

Son personas.

Una obviedad.

Somos muchas más las personas con cáncer que no somos ricas.

No somos famosas.

No ganamos dinero hablando de nuestra enfermedad.

Otra obviedad.

Hablemos claro: para quienes no compartimos el apellido de la saga de estrellas de la tele, el cáncer ha supuesto quedarnos al borde de la exclusión social. Paliar esta situación sigue siendo nuestra lucha.

Desde que en 2013 inicié la denuncia contra la desprotección socioeconómica de los enfermos de cáncer de a pie, somos noticia ocasionalmente aunque no facturamos por ello.

No sólo tenemos que preocuparnos por recuperar nuestra salud.

Hemos de hacer malabares para no desembocar en un desahucio por impago o cualquier otra situación de morosidad. Aún tenemos que afrontar el copago de nuestra medicación.

Que nadie se lleve a engaño. No se trata de envidiar los números de las fosforescentes cuentas bancarias de las estrellas. Se trata de resolver un problema social grave. Grave porque inevitablemente irá a más, a tenor de las cifras de aumento de casos de esta enfermedad y de la precariedad laboral que sigue asolándonos.

Que los ricos y famosos incorporen su padecimiento por la enfermedad al espectáculo que les permite vivir sin penuria monetaria tiene el efecto positivo de ayudar a visibilizar la enfermedad y todas sus implicaciones médicas. Al espectador de este lacrimógeno drama televisivo y revistero puede llegar a consolarle saber que ni los más privilegiados escapan a esta lacra en auge.

Por la contra, tiene el efecto perverso de invisibilizar las consecuencias laborales y socioeconómicas puesto que la persona rica y famosa dispone de un abultado billetero (tercera obviedad).

La frase de Terelu en un conocido medio rosa “Nunca he llorado tanto en mi vida como en estos casi tres meses” puede decirla cualquier persona enferma de cáncer, a menudo durante más de tres meses.

Los enfermos de cáncer que bordeamos la exclusión social  sabemos que ese llanto crece cuando acecha el frío de este invierno sin poder conectar la calefacción tanto como sería aconsejable por nuestra enfermedad.

No es una percepción, son datos del Estudio del Observatorio del Cáncer AECC sobre “El impacto económico del cáncer en las familias en España” ():

Unas 11.000 personas trabajadoras por cuenta propia son diagnosticadas de cáncer de las cuales más del 80%, al cotizar por la base mínima, sobrevive con 395€ durante su baja laboral.

El estudio también indica que cada año, 9.832 pacientes con cáncer se encuentran en situación de desempleo, más de la mitad de los cuales no reciben ninguna prestación económica.

No es lo mismo tener cáncer siendo rico que lo contrario (cuarta obviedad).

Esto se entiende mejor con otro extracto de la entrevista: “... me he subido en el coche después de la cura y me he puesto a llorar con ese llanto que es casi grito y Gustavo [el chófer] me miraba como diciéndome que la cara de mi madre estaba descompuesta”

El chófer, queridos lectores, ¡el chófer! Algo así como el duendecillo de los cuentos que te transporta a una realidad que no es la tuya.

Ahora imaginen ese “llanto que es casi grito” en un   enfermo de cáncer mientras espera por un bus abarrotado.

Viajará de pie porque no están a su alcance ni chófer ni taxi ni patines sobre hielo, el hielo en que se convirtieron las lágrimas amargas derramadas a cielo abierto frente a quienes miraban como quien mira a un pobre enfermo.... enfermo y pobre.

 

* Por Luismi Garabal & Beatriz Figueroa (abogada, superviviente de cáncer de mama y activista en defensa de los derechos de los enfermos de cáncer).

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