En 1865, Manet viajó a España para conocer los tesoros del Museo del Prado. En especial a Velázquez, a quien promocionaría, de vuelta en Francia, llamándolo “pintor de pintores”. El Prado se había inaugurado en 1819 en pleno reinado de Fernando VII, en el edificio neoclásico de Juan de Villanueva que, previamente, Carlos III había querido convertir en un gabinete de ciencias naturales. Se fundaba contagiado del espíritu de Louvre, nacido de la Revolución Francesa como un museo para el pueblo, ampliando los horizontes de un Arte hasta entonces reservado a la Corona, la aristocracia y la Iglesia. Muchos años después, Duchamp mediante, el Prado ya no es solo una de las pinacotecas más importantes de Europa, sino también una pieza determinante del engranaje cultural y turístico español. El pasado mes de marzo, el centro asumía el reto de cambiar de director a las puertas de su bicentenario y en medio de otra de sus ampliaciones, y después de que en 2016 su exposición El Bosco. La exposición del V centenario batiese récords como la muestra más visitada de la historia del centro, con casi 590.000 visitantes.

Una transición turbulenta

Fue un cambio inesperado. El director saliente, Miguel Zugaza, se iba tras quince años en el cargo, habiendo capitaneado el salto digital del museo y su ampliación, además de impulsar su proyección internacional y una nueva dinámica con la presentación de diversos proyectos expositivos que han tenido gran éxito. Zugaza anunciaba el pasado noviembre su (inesperado) deseo de abandonar el timón para volver a ponerse al frente, como ya hizo en 1996, del Museo de Bellas Artes de Bilbao, con motivo de la jubilación de su anterior responsable. La decisión de Zugaza fue polémica, se consideró que un director nombrado a dedo se marchaba a otro museo (como si fuera una herencia) y se nombraba a su segundo de filas (Miguel Falomir) como si aquello fuese una herencia, sin plantear un concurso internacional como planteó buena parte de la comunidad artística en un intento por subvertir la tradición de nombrar al director del Prado por Real Decreto del Gobierno, a propuesta del titular de Cultura e iniciativa del Patronato del centro, en lugar de democratizar el proceso electivo y soslayar cualquier interferencia política, como ya se viene haciendo en otros importantes museos españoles y europeos. Por no hablar de que se escapaba un buen momento para tener un gesto igualitario nombrando a una mujer como directora o subdirectora.

Retos por delante

Falomir tomaba posesión de su nuevo cargo en el Claustro de los Jerónimos. Nacido en Valencia en 1966, ya era un habitual en la casa. Doctor en Historia del Arte y profesor titular de la Universidad de Valencia, durante la época de Zugaza ha sido su director adjunto de Conservación e Investigación. Y antes, desde 1997, trabajó como jefe de su departamento de Conservación, liderando un refuerzo en los estudios sobre el Renacimiento italiano. Entre sus prioridades, ha habido algunas de naturaleza económica, como potenciar los recursos materiales y humanos a través de la autofinanciación, pero no debería ser, como se ha estado haciendo hasta ahora, únicamente por la subida de las entradas a quince euros. Tal vez también debería actuarse con el patrocinio y el mecenazgo, y sería deseable incrementar el presupuesto público. El Prado, con 45 millones de euros de presupuesto al año, lleva avanzando hacia su autogestión desde que en 2003 se aprobó su ley reguladora. Entonces, el objetivo era que se autofinanciara en un 50%, mientras que la mitad restante se cubriría con dinero público. Pero los recortes lo abocaron, en 2016, a tirar de recursos propios en un 72%.

Ser museo en el siglo XXI

En otras áreas, Falomir podría seguir con la internalización e intercambio de sus colecciones con otros museos, así como otorgar una mayor atención a la Escuela del Prado y su centro de estudios, y a su relación con las universidades. Muchas voces han pedido también que se eviten las incursiones en el arte contemporáneo de Zugaza, que, por otra parte, y también para muchos, estuvo demasiado obsesionado con el Guernica En sentido, en general se reclama un programa de exposiciones donde haya investigación y no meramente exposiciones para hacer colas en la calle. Y es que los perfiles del público actual del Prado son, principalmente, los del turismo, y la experiencia por sus pasillos queda en mera percepción distraída, aunque estoy convencido de que, en medio del atropello y la masificación acelerada de la cultura, se puede producir algo que me atrevo a llamar, aunque suene intempestivo, revelación.

Salón de Reinos y Bicentenario

En su discurso, el nuevo director confirmó que el Salón de Reinos del Buen Retiro del Museo servirá de espacio para la colección permanente del Prado. Dos centenares de obras aguardan, aseguró refiriéndose a este ambicioso proyecto de ampliación hacia ese espacio adscrito a la pinacoteca desde octubre de 2015, y que se añadirá al complejo del museo que ya conforman el edificio Villanueva, el Claustro de los Jerónimos, el Casón del Buen Retiro y el edificio administrativo de la calle Ruiz de Alarcón. La obra comenzará, si se cumple lo previsto, en 2018, y la desarrollarán los arquitectos Norman Foster y Carlos Rubio tras ganar el concurso del proyecto, con una dotación presupuestaria de cerca de 30 millones de euros. El reto está en tener claro qué se pretende hacer con él y qué funcionalidad se le pretende dar. Ahí está el dilema al que ha de enfrentarse el nuevo director.