La mejor forma de conocer a Ángeles Caballero es cuando se apaga la cámara. Es una periodista atípica. Muchos de los que comparten profesión y plató con ella probablemente no pisen el Mesón La Casina, al que han acudido muchos de sus antiguos vecinos del barrio de Delicias. Es un bar de toda la vida. De los de barra de madera, café en vaso y Cadena Dial de fondo. Allí está. por ejemplo, Anabel, que pregunta curiosa a la periodista de El País por cómo serían las pitadas a Pedro Sánchez en el desfile del 12 de octubre que se iba a celebrar en unos días o por cómo es la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso.

Lejos de dárselas de importante por tener acceso a líderes políticos, información a la que no accede la ciudadanía si no se publica en medios de comunicación o presumir de estar presente en los enésimos momentos históricos se mimetiza como una más, verdejo en mano y hablando de la afición de su hijo al Atleti, de su marido, de su nuevo barrio, cotilleando sobre otros vecinos de bar que han dejado de ser parroquianos y que han perdido el sitio que tenían reservado en alguna de las mesas por costumbre.

Y lo hace preguntando por su vida y por sus familiares a sus excompañeros de barra mientras saborea las tostas de cabrales, sus favoritas, que ha preparado Santos, uno de los guías espirituales de su vida y que ha servido durante muchos años de bálsamo. A él acudía muchos días cuando se bajaba del Cercanías que había salido de Getafe Central unos minutos antes tras un día dedicado a cuidar a sus padres en el hospital. También ha sido testigo de todas sus crónicas.

Sobre todo esto reflexiona, sin hacerse trampas, como confiesa ella, en Los parques de atracciones también cierran. Su primer libro, en el que pasa de la emoción a la carcajada en la misma página, cuenta en relato en primera persona su experiencia y la de su familia acerca del miedo, la vejez y la enfermedad, sobre cómo cuidar es agotarse y sobre la responsabilidad que implica convertirte en tutor legal de los que fueron tus padres y el afrontar cómo perderlos.

PREGUNTA (P): ¿Cuánta culpa te has quitado de encima y cuánto te has perdonado al escribir el libro?

RESPUESTA (R): Mucha culpa me he quitado. No me he perdonado tanto. Mucha gente que me quiere y que me ha ayudado a cuidar ha hecho que pueda aligerar esa culpa y ese perdón si es que tengo que pedirlo. Siempre se podía haber hecho mejor y se podía haber hecho infinitamente peor. Es algo que arrastramos en el momento en el que nos convertimos en cuidadores de quien sea. Cuidar a alguien implica siempre la sensación de si has estado o no a la altura.

P: ¿Empezó ahí la culpa?

R: La culpa me ha empezado cuando mis padres ya no estaban, porque empiezas a auditarte. En el momento en el que estás cuidando no eres consciente de nada. Vas a trompicones con lo que te dejan y tomas las decisiones de una manera muy inconsciente.

No hay posibilidad de organizar nada y hacer un cuadrante es una heroicidad.

P: ¿Tú dirías que estás conforme contigo misma?

R: Me siento profundamente serena. Ahí hay una trampa. En todo el tiempo de culpa y de cuidados hay algo que agradezco a mi composición genética, a mi ADN o a lo que sea que es mi capacidad de desconectar cuando me meto en la cama.

He dormido como un tronco la noche que se murió mi padre y llegué aquí encima del bar al sexto piso del Paseo de las Delicias, 36 y me quedé dormida como un ceporro.

Yo me veo ahora y pienso 'caray, soy una villana de peli'. Llegué y dije que era muy tarde y que al día siguiente nos esperaba un largo día de tanatorio y entierro y mandé a dormir todo el mundo.

P: Las cremas nunca perdonan, como dices en el libro.

R: (Risas) Las cremas nunca perdonan. El Retinol siempre me acompaña.

No sé si es una bendición, un don o simplemente una capacidad mía de dormir muy bien por las noches. He tenido ojeras y he tenido mala cara como podía tener cuidando o sin cuidar. He tenido una capacidad como muy bruta o muy bestia de decir ahora toca descansar y se va a descansar porque si no esto nos va a arrollar a todos. No cuidé solo de mis padres, procuré cuidarme a mi misma y cuidar a toda la gente que me estaba acompañando en el cuidado.

Tenía claro que no se podía desmoronar nada. Sabía que mis padres tenían fecha de caducidad, pero el resto quería que se me mantuviera hidratado y en pie.

P: Empezaste a escribir el libro en 2018 y ha tenido una pequeña revisión. ¿No te daba cierto temor exponerte tanto o qué te pudieran decir en casa?

R: Le he dado muy pocas vueltas a esta versión del libro. Cuando empecé a escribir solo escribí unas 30 páginas y solo se mantuvo la escena inicial de la nevera. No hay nada que se mantenga del resto.

Fue un reseteo bestial. Solo se mantuvo esa primera escena. Lo empecé a escribir leyéndolo solamente yo y Pedro Vallín, al que le iba pasando páginas cada cierto tiempo. Nadie de mi entorno, ni los que viven conmigo, ni nadie de mi familia lo ha leído.

Como queda muy bien citar a gente a la que admiras, te diré que una vez escuché a Jabois decir que él no podía escribir pensando en cómo le iba a afectar a la gente que lo iba a leer. Él es el que es muy de desnudarse, pues yo he decidido hacerme un integral y no pensar en lo que iba a pasar.

He procurado cuidar, por supuesto. La gente que no me conoce puede que crea que cuento todo. Hay cosas que protejo y otras que no cuento porque son innecesarias.

Yo he escrito una historia de amor, pero que no es la de chico conoce a chica o a chico, pasan cosas, hay drama y acaban siendo muy felices.

P: Has contado la vida real.

R: He procurado no hacerme trampas. Uno de una de los piropos que más me gusta de la gente que me libro, de la gente que me conoce es que se lo imaginan leyéndolo yo en voz alta, que no hago una pose o recurro a ponerme un disfraz. Y eso me parece bonito.

P: Hay una frase del libro que me ha parecido súper dura contigo misma: "No era buena periodista, tampoco buena madre, no digamos esposa, tampoco hija, no llegaba".

R: Creo que es algo que probablemente acompañará a muchas personas que tienen que cuidar y que sigue recayendo en buena medida en las mujeres. Afortunadamente, también hay muchos hombres con la corresponsabilidad en los cuidados con hijos y también con padres y madres.

Yo sentía que tenía que tocar todos los instrumentos y que todos afinaran. Cuando uno se siente responsable de una orquesta da muchísimo vértigo, llega un momento en el que tienes que pensar que no puedes hacer todo bien. Hay una frase en todo eso que me sirvió muchísimo de bálsamo que me la dijo mi marido, fíjate que sencilla. "Llegas hasta donde llegas". A lo mejor si me lo hubiera dicho otra persona no la habría procesado. Se me inoculó totalmente. 

Si hoy los filetes no están bien hechos y ni siquiera los he hecho yo. Tengo hambre, me comería hasta este libro.

P: ¿Qué parches tienes ahora?

R: Por mi forma de ser y por mi autoestima regulera siempre tengo puestos parches y tengo el parche de la impostora. A veces pienso que el hecho de haber escrito este libro es como que me ha tocado en una rifa en la feria porque entonces hay veces que no me acabo de creer un poco el momento estupendo por el que estoy pasando.

El otro día le daba muchas vueltas a esto. Bueno, dos o tres. Me da muchísima pena que mis padres no estén leyendo esto, pero la misma persona que "me dijo llegas hasta donde llegas" me dijo que este libro llega porque me ha pasado lo que me ha pasado y que no lo hubiera podido escribir. 

Si mis padres no hubieran enfermado no me hubiera hecho autónoma, no habrían empezado a pasarme una serie de cosas, seguiría trabajando donde estaba trabajando o en otro sitio. No significa que ahora mi vida sea de rosas y antes fuera un infierno, pero lógicamente determinadas cosas que estoy consiguiendo que me parecen un sueño, pues han pasado desde aquel momento en el que empiezas a darte cuenta de que alguien tiene que coger las riendas de esa casa en la que había vivido cuando estaba soltera y que me había tocado a mí. Pero parches siempre llevamos.

P: Estamos en La Casina, que es un bar de toda la vida que, como dices tú, es bar a secas porque si tiene Wifi no es bar sino gastrobar. ¿Qué tiene de especial este sitio?

R: Aquí estuve viviendo a la vuelta de la esquina durante 18 años. Mi padre, que llevaba el tema del aperitivo, tanto el de antes de comer, como el de la tarde, como una necesidad diaria. Eso como que me empezó a poseer y empecé a bajar aquí y me encontré que esto es mi casa. Este entorno es mi casa. Me gustan los bares sin pretensiones, me gustan los camareros como Santos, que ejemplifica el cliché que yo tengo de camarero. Un tipo madrileño a veces parece seco, es profundamente entrañable y sensible, mide muy bien con quien quiere o no quiere ser majo. Yo me he refugiado muchas veces aquí. En el mismo taburete en el que estás tú sentado he escrito todas las crónicas porque mi piso era muy pequeño y tenía Wifi, pero yo no necesitaba Wifi para escribir. Lo escribía y luego subía y lo mandaba.

Aquí he encontrado muchísimo refugio. Era mi parada antes de subir a casa, cuando la cosa pintó mal. Aquí he vivido momentos felicísimos, partidos de fútbol... Es de lo que más echo de menos.

P: Dices que Santos es tu director espiritual.

R: Totalmente. Tengo muchos, pero él es uno de ellos.

P: ¿Por qué?

R: Hay un tipo de persona que está encantada nada más conocerte de decirte lo que tienes que hacer o de enjuiciar. Como diría mi querido Jorge Javier Vázquez son personas que tienen alma de procurador y están permanentemente enjuiciando. Yo venía aquí y daba igual si venía bien o mal o regular. Santos me ponía un verdejo y me ponía una torta de cabrales, que sabe que es lo que más me gusta y nunca me preguntaba ni me decía nada. Solamente si yo le daba palique, que era muchas veces porque yo muda no soy.

Muchas veces cuando volvía de la estación de Atocha, del Cercanías, me pasaba por aquí y había cosas que le he contado a él, que no he contado cuando he subido. No porque fueran secretos inconfesables, sino porque yo cuando subía ahí tenía que interpretar porque estaban mis hijos despiertos, incluso de cara a mi marido, que se había comido a los niños otra tarde más. Yo no podía subir como una bomba a punto de explotar. Me desmaquillaba, Retinol y lentillas fuera y a dormir. Él ha sido una persona fundamental. Ya cuando supe que vive en Getafe pensé que las casualidades no existen en la vida y están pasando cosas (Risas).

También me pone Cadena Dial, que es la mejor radio de España. Yo he escrito este libro escuchando Radio Clásica, pero porque estaría cantando Alejandro Sanz, Amaral... Cadena Dial es una emisora que me da muchísima paz.

P: De hecho haciendo la entrevista no ha dejado de sonar Alejandro Sanz, Ana Mena, ahora Amaral...

R: Y todo en español. No se puede ser más constitucionalista. Benvinguts.

P: Hablas en el libro de que es un privilegio poder cuidar a tus padres. ¿No es una elección que te viene dada por la vida? Al final llega un punto en el que se hacen mayores y te toca a ti estar ahí.

R: Es un privilegio. A lo mejor más que cuidarlos es la manera en que yo he podido cuidarlos. Para mí ha sido un regalo porque he podido recurrir a ayuda, ya que había enfermeras que se quedaban por la noche en el hospital para dormir con mis padres y se les remuneraba por ello para que el resto de familiares pudiéramos descansar durante la noche.

Ha sido un privilegio poder hacerme autónoma. Yo le he llegado a decir al director de El Confidencial, a Carlos Alsina que para mí era súper importante ver todos los días a mi madre y que no me dieran tormento. Eso sólo lo hace una puñetera privilegiada. Yo en su momento me sentía como Escarlata O’Hara haciendo esfuerzos titánicos y no. Yo le decía a Alsina 'ahí te quedas, me voy a ver a mi madre'. Y me sentía muy en paz con Alsina y con mi madre. Luego llegaba a casa y yo me ponía a hacerme mi comidita. ¿Cuánta gente puede hacer eso? Muy pocas. 

Hay gente que está catorce o quince horas al día fuera porque tarda una hora y media en ir en metro desde Puente de Vallecas hasta su trabajo y volver o desde desde su casa en Atocha hasta Boadilla del Monte donde curran y luego ir a San Sebastián de los Reyes y volver. Lo mío es un puro privilegio. He externalizado muchas cosas. He cuidado mucho, pero si me hubiera tocado el cuidado íntegro de mi padres, hubiera acabado conmigo. O no, porque el ser humano tiene una capacidad de resistir bestial, pero tendría otro sabor de boca. Mucha gente cuando mueren sus padres o mueren las personas a las que está cuidando... yo sentía alivio, pero mi alivio vino con una sonrisa. Pero hay gente a la que la vida le ha pasado por encima y ha perdido trabajos, ha perdido oportunidades y se ha perdido mil cosas. Me da vergüenza quejarme de cosas tontas.

P: ¿Por qué? La realidad de cada uno es diferente.

R: Sí, pero alzas y bajas un poquito la voz.

P: También hablas de que los hospitales son un sitio en el que se crea una intimidad que parece como la entrevista previa del Deluxe antes de pasar a los colaboradores en el que se contaban cosas personales.

R: Nos faltaba Conchita y su polígrafo en el hospital. Los hospitales son sitios donde hemos pasado muchísimo tiempo y hubo un tiempo en el que los ingresos de mi padre eran un ingreso al mes y eran una semana o diez días. Ya hacíamos coñas con volver al hospital, que le iban a hacer un análisis y nos iban a decir que era mayor de 80 años. Nos sabíamos la película. Se tarda tanto en el hospital en que te den resultados, que luego venga el especialista, en que luego te hagan un no sé que...

En todo ese camino tú qué haces. Pues conversas con gente, observas lo que hay, te peleas por un cargador de móvil, por un enchufe, buscas la máquina de comida. Es una comunión con los que están contigo, pero con los que están contigo conocidos y desconocidos. Te acabas enterando de lo que le pasa al tío Paco de la cama de al lado o te enteras de unos que están enfadados.

Para una cotilla como yo el hospital es un lugar perfecto. Además luego te sirve para dar conversación a los enfermos. Yo lo hacía con mis padres y les contaba todo. Mi madre siempre decía 'ya verás cómo les atienden antes que a nosotros' y le daba la razón. Yo alentaba revueltas sociales con tal de no quedarme dormida. No te digo digo nada cuando nos encontramos con conocidos. De la generación de mis padres en Getafe es muy fácil y te acababas enterando de todo. ¿Qué va a ser eso si no es comunión?

P: Recurres al humor para suavizar las cosas y explicabas que era una forma de tomar la temperatura de cómo andaban las cosas en casa de tus padres hablando por ejemplo de corazón.

R: La prensa rosa siempre ha sido fundamental en la vida de mis padres. Como no tenían estudios les encantaba ver lo que hacía la gente famosa. Nunca les dejó de interesar, pero dejó de ser tan importante cuando no eran ricos, famosos y una cosa aspiracional.

Aunque luego es verdad que cuando entraron en escena personajes como Belén Esteban se sintieron totalmente identificados porque sentían que era una de las suyas la que estaba ahí y les parecía maravilloso.

La prensa ha sido siempre una manera de estar entretenido. Era una forma de ocio como al que le da por escuchar ópera o el que le da por ver series en Netflix.

A mí me sirvió mucho la prensa rosa para templar como iba la cosa. Si yo me ponía a contar que había gresca con la Campos y Bigote Arrocet y no recibía interés, sabía que la cosa iba mal porque había personajes que siempre funcionaban en mi casa. Si ella no decía 'menudo sinvergüenza ese', no iba bien.

P: Que lo podría haber repetido ahora

R: Exacto. Y estaría ahora abrazando a Carmen y a Terelu como quisiera hacer yo por otra parte. Pero si lo contaba y no pasaba nada es que la cabeza estaba en otro sitio. Nunca era un sitio mejor, era un sitio de pena.

P: Saliendo un poco del libro y por ir cerrando. ¿Crees que al periodismo le vendría mejor esta forma de de tomar distancia y tener un poquito más de ligereza y dejar un poco la trinchera política?

R: Llegamos tarde para pedir eso. Estamos en un momento, que lleva durando mucho tiempo en el que la parte política siempre tiene que ser muy densa y tiene que pensar mucho. Todo lo que tiene que ver con la información política tiene una parte activista, faltona, atrincherada a un lado y a otro y muchas veces es bastante insoportable.

También creo que pasa una cosa. A las personas que procuramos meter referencias populares pero porque nos faltan otra referencias y experiencia en una crónica o hacemos humor algunos colegas nos encasillan en "el colorín" o en una cosa que me encanta, que es "eso que tú haces". Me gusta muchísimo, porque no quieren decirte "esa mierdecilla que tú haces". Tus cositas. Tu cuarto de la plancha. Tu cuarto de costura. No lo digo por ser mujer.

Lo ven como que ellos hacen el hardware y que tú haces el software que es bueno, el chistecito. Al principio me molestaba, ahora me hace bastante gracia. Allá cada uno con su densidad. Yo reivindico la ligereza y la pereza y que quiero jubilarme cuanto antes.

P: Última pregunta. ¿Qué canción de Cadena Dial define al libro?

R: Es una buena pregunta que no sabría responderte

P: Y con Sergio Dalma sonando en la radio del bar cuesta más.

R: Amor total por esta persona. Yo vi a Sergio Dalma en el Parque de Atracciones de Madrid en un concierto. Me llevó mi exnovio a verle.

Galilea de Sergio Dalma en los momentos de humor puede definir al libro. Hay un poco de todo. Hay mucho Bisbal en el libro. Mucho Alejandro Sanz, que es la persona que me acompaña desde diciembre del 91 que fui a ver en mi primer concierto. Es mi relación más estable. Lo he dicho tantas veces porque nunca le he entrevistado y quiero entrevistarlo de una vez por todas. El Plural, por favor, haz que ocurra.

Puede ser cualquier canción de Cadena Dial. También tiene su punto de Camela. De coche de choque.