Envueltos en el manto de una crisis económica pagada por los trabajadores, generada por quienes manejan las riendas del capital y venerada por las batutas gubernamentales, los manifestantes protestan contra los ajustes que dictan los mercados sin apelación posible.

El Estado de Bienestar se tambalea con la excusa de la crisis, y el desempleo florece a buen ritmo. El sistema financiero y las políticas neoliberales fabrican los problemas que sufre la clase trabajadora. Los fraudes y muchos abusos empresariales están a la orden del día mientras se exige austeridad al vecino.

Se exige una “¡Democracia real ya!” La que tenemos está contaminada, hecha a imagen y semejanza de los reyes del mambo económico, y reducida a la mínima expresión. Es lógico el intento de superar el déficit democrático, de fe en las instituciones, nacionales e internacionales, y en los políticos en general.

Todos quieren un empleo con derechos y rechazan la creciente precariedad en nombre de una “recuperación económica” que desembocará nuevamente en la especulación. Los beneficios empresariales y de la banca irán en aumento y en perjuicio de la mayoría.

No es ningún delito reclamar, entre otros detalles, una sociedad más justa y libre. Que los trabajadores sean protagonistas de su futuro y no que otros se hagan dueños de las vidas ajenas. Ahora está ahí la movilización estable por una salida social de la crisis. Es decir, una economía productiva, protección a los desempleados, derecho a la vivienda, defensa del sistema público de pensiones o la salud y la seguridad en el trabajo.

Sólo estas directrices pueden asegurar la senda del auténtico y sostenible crecimiento, las políticas sociales y una verdadera cohesión que hoy no existe. El Movimiento 15-M, que aumenta en número de seguidores, lo atestigua con claridad. Naturalmente, esto no significa la sumisión a la derecha extrema del PP como si los populares fueran nuestros salvadores. La gente no quiere ejercer más de títere y de mercancía.

“¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!”, se proclamó en los albores de la Revolución Industrial, entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, primero en Inglaterra y después en el resto de Europa. La represión y las torturas brillaban al defenderse la “sediciosa doctrina” de la justicia social.

Los proletarios estaban unidos frentes a los capitalistas y terratenientes. Durante el pasado siglo, los progresos laborales fueron aumentando con leyes, aunque en la última década retrocedieron bajo la influencia del neoliberalismo. Y así están las cosas. El desafío prospera con los indignados del 15-M. Esta jugada supone un antes y un después hacia no se sabe dónde.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos